Estoicismo de la época victoriana. Así se define literariamente el poema que os traigo hoy, publicado en la colección de poemas y relatos de Rudyard Kipling en 1910 titulada Rewards and Fairies. Es un poema escrito en un tono paternal para el hijo del autor, John, pero creo que nos sirve a todos. Es posible que algunos lo conozcáis, pero a mí me lo han enseñado esta semana y me ha parecido tan maravilloso que he sentido la necesidad de compartirlo. Espero que os guste, porque invita a la reflexión.
Si puedes mantener la cabeza en su sitio
cuando todos a tu alrededor la pierden y te culpan a ti. Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas. Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños, o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio. Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo; Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso, y tratar a esos dos impostores de la misma manera. Si puedes soportar oír la verdad que has dicho tergiversada por villanos para engañar a los necios, o ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas. Si puedes apilar todas tus ganancias y arriesgarlas a una sola jugada; y perder, y empezar de nuevo desde el principio y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida. Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones, a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados, y así resistir cuando ya no te queda nada salvo la Voluntad, que les dice: "¡Resistid!". Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud. O caminar junto a reyes sin menospreciar por ello a la gente común. Si ni amigos ni enemigos pueden herirte. Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado. Si puedes llenar el implacable minuto, con sesenta segundos de diligente labor, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!
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