Según Joseph Campbell el mundo podría dividirse entre quienes creen que los relatos religiosos son realidades históricas y materiales, y los que por el contrario los consideran puras mentiras. Ambos, según el mitólogo, estarían equivocados.
Sin embargo, esta dicotomía la podemos ver reflejada en el aparente enfrentamiento entre fe y razón; o si se quiere ver de otro modo, entre una concepción religiosa y una materialista de la realidad. Y a pesar de ello, la espiritualidad se escapa entre las rendijas del debate. Porque los mitos van mucho más allá de ser historias literales o cuentos imposibles. Y ese sentido del mito y sus enseñanzas es el que se pierde en el banal conflicto entre fe y razón... algo que se puede ejemplificar con la figura de Jesucristo.
Jesús tiene una doble naturaleza. Pero la dualidad que nos interesa hoy no es la de los teólogos, divina y humana; sino más bien la mundana y mítica: Jesús de Nazaret como hombre tuvo poco que ver con lo que el relato cuenta de él. Y, sin embargo, resulta inseparable del mismo. Entre ambos se articula un mensaje simbólico, psicológico y espiritual que permite entenderlos y aprehenderlos. Pero cuando se carece de ese lenguaje, sólo queda la fe ciega que conduce al fanatismo o el reduccionismo materialista que conduce al nihilismo. Tratar de superar esa barrera, que impone la cosmovisión de la Modernidad, es enemistarse con buena parte del mundo, como he experimentado una y otra vez en redes sociales.
Por la parte de la simbología religiosa, los ateos militantes me cuestionan por no condenar las religiones y todo lo que representan, tachándome de ignorante crédulo y supersticioso. Por la parte del análisis histórico-crítico de las religiones, los religiosos conservadores me tachan de apóstata y/o infiel. En ese camino estamos, en el filo del mundo, tratando de desentrañar el lenguaje del mito y saber qué tiene todavía por decirnos, aunque ya sean pocos los que quieran escucharlo (ya sólo con usar la palabra "mito", unos y otros se ponen nerviosos).
La idea fundamental que podemos extraer de este ejemplo es que la existencia material de Jesús resulta, en último término, irrelevante. Desde un punto de vista mítico (que no mitista), se trata de un debate estéril, ya que no deja de ser un modo de reducir la espiritualidad a una suerte de materialismo especulativo, un error epistemológico. Y al final ambos, tanto el creyente que toma los mitos como realidades históricas como el ateo que las niega, caen en el error de sustentar la veracidad de una doctrina en base a la existencia o no existencia del vehículo que la transmite.
Veámoslo de forma simplificada con el cuento de los tres cerditos. Transmite una enseñanza, ¿verdad? Pues ese materialismo especulativo vendría a decir que la enseñanza es falsa porque nunca ha ocurrido que tres cerdos construyesen casas para protegerse de un lobo que se los quería comer. A eso se refiere Campbell cuando dice que la mayoría de la gente no entiende el sentido de los mitos. Y eso se debe, en gran medida, a que somos hijos de nuestro tiempo y nuestro paradigma es materialista; y en base a eso lo interpretamos todo, seamos creyentes o ateos. Empezando por la más evidente de las falacias, que es la superación del mythos por el logos, como si fuesen incompatibles o uno mejor que el otro. La dialéctica actual de ambos es artifical, pero impera en nuestro sistema de pensamiento moderno. Por eso puede ofender a unos y a otros afirmar que, en el fondo, si Jesús existió o no es irrelevante.
Y es irrelevante porque Jesús es real a un nivel metahistórico, con todas las implicaciones que eso conlleva a nivel espiritual, filosófico, político y social. Y aunque he usado su ejemplo, lo mismo podría decir del Buddha Gotama, de Krishna, del Profeta Muhammad o del propio Sócrates; porque todos, hayan existido o no, están a un nivel metahistórico. Y es de esa realidad de la que se componen los mitos y a través de la cual debemos acceder a ellos. Sólo una vez entendido esto, que es la urdimbre del tejido, la raíz del mito, podremos comenzar a interpretarlos. Que es cuando aparece ese lenguaje simbólico y esos códigos metafísicos con los que, en esencia, coordinamos la Realidad absoluta con nuestra propia realidad.
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