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Sola Torá: caraítas, los "protestantes" judíos

Muchas veces los Gaones, los presidentes de las academias talmúdicas de Babilonia y Palestina tuvieron que luchar contra el, por así decir, “protestantismo” judío: los caraítas. El movimiento caraíta parece iniciarse en el siglo VIII y llega hasta nuestros días, ya que en 1932 en todo el mundo todavía se cuentan 12.000 caraítas, unos 7.000 en Israel según un censo del año 1970. El punto doctrinal principal es la negación del valor de la tradición rabínica, lo que equivaldría a la sola Scriptura.


No obstante, los caraítas tienen sus propias tradiciones que no están en absoluto en el Tanaj, y que llaman sebel hayerushah, “yugo de la herencia”, la tradición que los judíos regresados de Babilonia trajeron a Yehud. Según ellos, el judaísmo caraíta viene de la época de Jeroboam quien, perseguido por Salomón, huyó a Egipto, según 1 Re 11:40 con una parte de la verdad que siglos después ‘Anan redescubriría.


‘Anan, un asceta rigorista en la Babilonia posterior al Segundo Templo, buscaba adaptar la antigua legislación bíblica a las circunstancias modernas, y su método de exégesis no es distinto del que encontramos en el Talmud, aunque sí son innovadoras sus conclusiones. Por ejemplo, anuló los elementos de alegría y diversión de la celebración del shabbat y de Pesaj, argumentando que mientras existiera la Diáspora y el templo estuviera destruido, no había motivos para la alegría en la vida de los judíos; o prohibió la práctica de la medicina por considerarla contraria a la fe en el poder sanador de Dios. Con todo, a ‘Anan se le atribuye esta máxima, que quizá es expresión de la tendencia del caraitismo del siglo X: “Busca diligentemente en la Escritura y no confíes en mi opinión.”


Tradiciones fundacionales aparte, el origen real de los caraítas es desconocido. Para unos, el caraitismo es una más de tantas tendencias sectarias que se desarrollaron en los centros de Babilonia y Persia causadas sobre todo por la invasión islámica en el siglo VII. Para otros, es fruto de las protestas de los judíos más pobres que vivían en las fronteras apenas habitadas del califato, donde eran independientes del gaonato rabínico. En la Edad Media, entre los siglos XII y XIII, hubo intentos de aproximación entre ambos por ambas partes: Elias Basyasi, un eminente caraíta, reconoció que los suyos debían estudiar el Talmud porque contenían frases de gran sabiduría; mientras que Moshé ben Maimón, Maimónides, afirmó de los caraítas que debían ser tratados con amor, respeto, honor, amabilidad y humildad; mientras no reprobaran el Talmud ni la Misná.


El distanciamiento entre judíos rabínicos y caraítas se acentuó en la Rusia y Polonia de los siglos XIX y XX, ya que los segundos trataban así de evitar las persecuciones que se cernían sobre los judíos. En 1939, en la Alemania nazi, el ministro del Interior dijo oficialmente que las características «psicológico-faciales» de los caraítas no eran judías, una idea que se extendió por Francia y otros países, hasta que en Alemania las autoridades nazis pidieron a tres grandes rabinos establecer cuál era el origen de los caraítas. Y ellos respondieron que no eran de origen judío, evidentemente para salvarles la vida.


Después de 1948, los caraítas de los países árabes emigraron a Israel, donde se los ayudó en todos los sentidos para que pudieran establecerse convenientemente, y aunque no son reconocidos como una comunidad separada, tienen tribunales propios para dirimir cuestiones de matrimonios y divorcios: según la halaká rabínica y según sus propias halakot, los caraítas no se pueden casar con judíos de otros orígenes. El Estado de Israel les obliga a hacer el servicio militar y se desconoce su número exacto, porque su Ley prohíbe el censo.


En lo que respecta a su doctrina, el aspecto más importante es que sólo vale lo que proviene directamente de la Torá en su sentido literal, interpretado según el sentido habitual de las palabras y del contexto. La tradición oral solo se puede aceptar como posible y necesaria cuando el texto bíblico presente dificultades de interpretación, llegando a aceptar en ese caso, incluso, la tradición rabínica. Cada estudioso tiene que estudiar por sí solo, tiene que tener en cuenta solamente su conciencia y, si hace falta, tiene que hacer cambiar las opiniones de la tradición si éstas están equivocadas respecto a lo que el texto dice. En el siglo XII un judío caraíta, Yehudà Hadassi, llegó a establecer hasta ochenta reglas hermenéuticas para interpretar correctamente el texto bíblico. Sí, incluso la literalidad necesita normas, pues está condicionada por el sentido de las palabras y por su contexto.


            Los caraítas observan diez principios fundamentales, muchos de ellos indistintos del rabinismo:

1. Dios creó todas las cosas, espirituales y físicas

2. Es Creador, no creado

3. No tiene forma, es incorpóreo, único y absoluto

4. Envió a Moshé rabbenu, lo que presupone la fe en los profetas

5. Envió la Torá, que contiene toda la perfecta verdad y no puede ser completada de ninguna manera ni alterada, sobre todo por la tradición oral de los rabinos

6. Cada creyente tiene que aprender la Torá en la lengua original de la Torá y en su sentido literal

7. Dios también se reveló a otros profetas, aunque su don de profecía es menor que el de Moshé

8. Dios resucitará a los muertos el día del juicio

9. Premia según las propias acciones, buenas o malas, el día del juicio

10. Dios no desprecia a los que viven en el exilio, sino que los va purificando a través de sus sufrimientos día a día hasta que llegue el Mesías, hijo de David – aunque en los textos caraítas más antiguos el tema del Mesías se omite –.

 
 
 

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