Él les dijo: Por eso todo escriba docto en el Reino de los Cielos es semejante
a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
Mateo 13:52
Me gustaría hablar sobre las parábolas, ya que era la forma habitual que tenía Jesús de Nazaret de enseñar: "Y con muchas parábolas semejantes les enseñaba Jesús la palabra hasta donde podían entender. No les decía nada sin emplear parábolas. Pero, cuando estaba a solas con sus discípulos, les explicaba todo." (Marcos 4:33-34). Por su gran relevancia en los evangelios sinópticos las parábolas se encuentran, tal y como han referido los estudiosos, entre las enseñanzas más factibles de remitir al Jesús histórico. Pero, ¿por qué Jesús hablaba en parábolas? ¿De dónde viene este método de enseñanza?
LA MONEDA PERDIDA
Este género tiene su origen en el Tanaj, la Biblia hebrea (gran parte del Antiguo Testamento). Allí se denomina mashal y, al igual que el griego parabolé, se refiere a una comparación figurativa. Existen muchas parábolas en la Biblia: las encontramos en el libro de Jueces, en los libros de Samuel y Reyes y también en los proféticos. Pero donde sin duda alcanzó este género su auge es en la tradición rabínica. En los textos rabínicos encontramos muchas parábolas, y aunque muchas de ellas fueron compuestas con posterioridad a Jesús, todavía se conservan algunas anteriores y contemporáneas al nazareno.
Por ejemplo, encontramos una parábola parecida a la parábola de Jesús de la moneda perdida (recogida únicamente en Lucas 15:8-10) en el comentario al Cantar de los Cantares de Rabbah. La parábola es aquí sorprendentemente parecida: "El tema es de un rey que perdió una moneda o una perla preciosa en su casa. La encontrará con la luz de una mecha que vale cada centavo. De igual manera, no permitan que parezca una parábola sin valor: mediante parábolas, un hombre puede posicionarse en las palabras de la Torá" (The Jewish Annotated New Testament, pág. 68). El significado de las parábolas en la tradición judía aparece con claridad en este texto: las parábolas se perciben como una manera de entender la Torá. Los judíos (concretamente los rabinos, fariseos) siempre habían enseñado por medio de parábolas, y por eso Jesús las usó para ayudar a sus oyentes a comprender su enseñanza: estaban acostumbrados y sabían cómo llegar a comprenderlas.
EL HIJO PRÓDIGO
"... porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse" (Lucas 15:24). La parábola del hijo pródigo es una de las más famosas de los Evangelios, considerada al mismo tiempo una de las mejores de Jesús - describiendo a Dios como un padre amoroso, lleno de gracia y compasión, como opuesto al Dios "severo" y "exigente" del Antiguo Testamento -. Y, sin embargo, este mensaje sobre la gracia de Dios tiene muchos paralelismos dentro del pensamiento judío, donde los temas del regreso y el arrepentimiento (en hebreo ambas palabras provienen de la misma raíz: shuvah y tshuvah) son extremadamente importantes, pues Dios siempre está abierto al regreso del hijo arrepentido. Tanto es así que nos encontramos con una parábola similar en el midrash Devarim (Deuteronomio) Rabbah. La parábola del "Rey amoroso y Su hijo malvado" ilustra el tema del arrepentimiento y el deseo de que sus hijos regresen a Él. "El tema puede ser comparado con el hijo de un rey que escogió malos caminos. El rey (...) apeló a él diciendo: "Arrepiéntete, hijo mío". Entonces, el padre continúa diciendo: "¿No es a tu padre a quien regresarás?" (Devarim Rabbah 2:24). Esta parábola rabínica refleja la misma teología de la gracia que encontramos en la parábola del Hijo Pródigo: el padres es visto como amoroso, representante de Dios. En la tradición judía los padres siempre aman a sus hijos y Dios intenta alcanzar y traer a casa al pecador.
EL FARISEO Y EL PUBLICANO
"El fariseo, puesto de pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres (...) ni aun como este publicano" (Lucas 18:11). En esta parábola leemos sobre dos hombres que subieron al Templo para orar: un fariseo y un publicano. La lectura cristiana tradicional ve aquí al fariseo como un personaje hipócrita, legalista y presumido, y por lo tanto su simpatía iría hacia el publicano, siendo despreciado el fariseo como un símbolo totalmente negativo. Pero, ¿no nos estaremos perdiendo algo de esta historia que los oyentes de Jesús sí entenderían? Antes de nada, aclarar que había una actitud muy negativa hacia los publicanos en la sociedad: no sólo en los Evangelios, también fuentes rabínicas posteriores describen esta actitud. Los recaudadores de impuestos eran mal vistos a lo largo y ancho de todo el Imperio romano. Por las palabras de Juan el Bautista recogidas en Lucas 3:13 podemos entender que los recaudadores de impuestos normalmente recogían más dinero de lo que debían y, por tanto, en los Evangelios se les asocia automáticamente con los pecadores.
Lo que es importante destacar aquí, y que se pierde para los lectores cristianos, es que en la mentalidad judía los pecados de una persona afectan a toda la comunidad (por eso Jesús enseñó a orar con un "perdona nuestros pecados" en vez de con un "perdona mis pecados"), mientras que los méritos del justo benefician a toda la comunidad (no podemos olvidarnos de Abraham negociando con Dios respecto a Sodoma y los justos que allí vivían, pasaje recogido en Génesis 18:16). Los judíos que escucharon esta parábola al principio seguramente pensaban que los méritos del fariseo habían impactado positivamente en el publicano, pero a medida que avanzaba la parábola debieron entender el punto de Jesús: fue la humildad del publicano y su arrepentimiento lo que benefició al fariseo. Sin embargo, y sea como fuere, falta el último punto, y el más importante: ambos hombres son percibidos como conectados, como parte de la misma comunidad, influenciándose uno a otro con su estatus espiritual...
Deberíamos aprender a leer las parábolas de Jesús con los oídos de sus oyentes judíos del siglo I.
Fuente: Instituto Israelí de Estudios Bíblicos
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