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Foto del escritorCésar R. Espinel

El amor en los tiempos del coronavirus

Actualizado: 26 mar 2020

El texto que vamos a trabajar en esta ocasión ni lo escribió García Márquez ni fue compuesto en 1985, sino bastante antes. El mito de Eros y Psique es una de las mejores historias de amor que se hayan escrito. Un mito que, aunque seguramente de larga tradición oral, aparece recogido por escrito por primera vez en Las Metamorfosis de Apuleyo, obra del siglo II que, desde San Agustín, es más conocida como El asno de oro. La obra narra las (des)venturas de Lucio, un joven aristócrata romano obsesionado con la magia, que acaba transformado accidentalmente en burro. En esta condición, Lucio conoce de primera mano las desgracias de los pobres, miserables y desposeídos, obligados a ser (como él en esos momentos) meras bestias de carga en manos de avariciosos terratenientes. Finalmente Lucio, en su desesperación, pide ayuda divina y es auxiliado por la diosa egipcia Isis, que le devuelve su forma humana. Al final de la novela, Lucio llegará a ser un devoto iniciado, dedicado a los misterios y al culto de Isis y Osiris. Pues bien, en esta historia principal, Apuleyo insertará varias narraciones alternativas, siendo la más célebre la que cuenta la historia de Eros y Psique, una pareja que inmortalizó Antonio Canova en 1793. Esta es su historia.

Psique ("alma") era la tercera y última hija de un rey de Anatolia, y era tan hermosa que todos los que la conocían decía que era la encarnación de la mismísima diosa Afrodita, diosa del amor y de la belleza femenina. Sin embargo, esto no le hacía ningún favor: a pesar de toda la veneración, cumplidos y atenciones que recibía, ningún hombre se atrevía a proponerle matrimonio. Sus padres, preocupados, acudieron al Oráculo de Delfos, y éste arrojó un vaticinio que horrorizó a los monarcas: la criatura que desposaría a su hija no pertenecía a este mundo. Creyendo que algún terrible monstruo la convertiría en su esposa, acordaron con ella abandonarla en el monte para que muriera y así no tener que enfrentar tal horrible destino. Pero Afrodita, que había escuchado el vaticinio, se regocijó y vio su oportunidad para acabar con los celos que sentía por la joven princesa. Envió a su hijo Eros ("amor") a hacer que Psique se enamorara del hombre más espantoso, vil y feo que hubiera en el mundo. Pero cuando Eros vio a Psique se enamoró profundamente de ella y arrojó su flecha al mar.


Eros, a escondidas, estuvo velando por que a Psique no le pasara nada y, cuando la joven cayó rendida por el cansancio, la tomó en sus brazos y se la llevó volando a su palacio. Cuando la joven despertó se encontró en la habitación más suntuosa que nunca hubiera visto, con decoraciones de oro y seda. Asimismo, descubrió que el palacio estaba atendido por innumerables sirvientes que la atendían en todo lo que necesitara. Eros regresó al palacio esa noche y, para evitar la ira de su madre, le dijo a Psique que todas aquellas maravillas podían ser suyas, y él mismo todas las noches, con una condición: que Psique nunca hiciese indagación sobre su identidad. Psique aceptó y fueron muchas las noches que pasaron amándose. Pero una noche, a Psique le invadió la nostalgia y le dijo a su amado que echaba de menos a sus hermanas y que le gustaría verlas. Eros, conociendo la naturaleza humana, se negó. Pero tanto le pidió Psique y tanto le suplicó que Eros acabó por ceder, pero le advirtió que sus hermanas querrían acabar con su felicidad. Psique no le hizo caso e invitó al palacio a sus hermanas. Éstas, que eran unas envidiosas y que ya estaban casadas, habían creído que su hermana había muerto en el bosque. Por eso, cuando recibieron con sorpresa la invitación, pensaron que el hecho de que Psique no hubiera dado hasta entonces señales de vida significaba que la terrible profecía del Oráculo se había cumplido y que su hermana estaba viviendo en un lugar espantoso, pequeño y sucio con un marido igualmente horrible y feo.


¡Cuál sería su sorpresa al descubrir el lujo y magnificencia del palacio en el que vivía su hermana Psique! ¡Cómo envidiaban el servicio y la atención de todos los sirvientes de aquel lugar! ¡Cuán feliz veían a su hermana y qué mal les sentaba eso! De manera que empezaron a hacer preguntas, sobre quién era su maravilloso marido. Psique, que nunca le había visto, empezó por decir que era un apuesto joven que estaba de caza, pero tantas preguntas hicieron sus hermanas que les acabó confesando la verdad: que no lo sabía, porque nunca le había visto. Entonces, sus hermanas le dijeron que seguramente le había prohibido indagar sobre su identidad porque era un hombre espantoso, y convencieron a Psique para que esa misma noche, cuando él durmiera, encendiese una vela y contemplara a su amado, pues dijeron que sólo un monstruo querría ocultar su verdadera apariencia. Así que esa noche, después de yacer juntos y cuando Eros estaba dormido, Psique encendió una vela y la acercó al joven dios. Nunca sus ojos habían visto tal hermosura. El cuerpo de su amado resplandecía a la luz de la llama. Tan fascinada quedó Psique en su contemplación que no se dio cuenta de que una gota de cera caliente cayó de la vela sobre el rostro del dios. Eros despertó dando un alarido y, al darse cuenta de lo ocurrido, levantó el vuelo y se marchó decepcionado del palacio, dejando a Psique sola en la alcoba. La joven princesa, arrepentida, esperó en el palacio y en sus alrededores a que Eros regresase para poder disculparse con él, pero el dios no volvió al palacio aquella noche. Ni la siguiente. Ni la siguiente...

Al final Psique, desesperada, invoca la ayuda de la diosa Afrodita para recuperar el amor de Eros. La diosa, aún rencorosa, le dice a Psique que la ayudará, pero sólo si demuestra ser digna para su hijo. Por ello será ella misma, Afrodita, quien pondrá el amor de Psique a prueba. Entonces la diosa cogió cientos de granos y semillas de maíz, cebada, mijo, girasol, chícharo, lenteja y frijoles, las mezcló en un solo montón enorme, y dijo: "No concibo que una sirvienta tan hedionda como tú pueda atraer a algún amante (...) por lo tanto, demuestra tu capacidad. Clasifica las semillas, aparta los granos según su especie y fíjate que la tarea esté terminada para esta tarde." Diciendo esto y sonriendo para sí, la diosa desapareció. Psique se veía perdida, esa tarea le llevaría varios días y sólo contaba con unas pocas horas. Hundida, cayó sobre sus rodillas y rompió a llorar lamentándose de su suerte. Sin embargo, pudo escuchar cómo una vocecita le llamaba. Levantó su rostro compungido y vio que una hormiga, a sus pies, le estaba hablando. La hormiga se ofreció a hacer la tarea por Psique, y toda su colonia fueron separando uno a uno los granos y las semillas, de modo que cuando Afrodita regresó por la tarde había siete montoncitos de semillas y granos bien diferenciados. La diosa, enfurecida, se encaró con Psique: "Esto no es obra tuya, vil plebeya, no es el trabajo de tus manos, sino de aquel cuyo corazón conquistaste para tu propio sufrimiento, sí, y también para su dolor." Afrodita no podía aceptar su derrota, así que convocó a Psique para otra prueba al día siguiente.


Apenas apareció la diosa Eos (la aurora) en el cielo, Afrodita llamó a Psique y le dijo: "¿Ves ese prado allá a lo lejos, en los bancos de ese brillante río, cuyas profundas aguas corren y desaparecen entre las montañas? Allí habitan unos carneros cuyos vellones destellan como el brillo del oro y ningún hombre los cuida cuando crecen. Te ordeno tomar un mechón de su hermosa lana, y traérmelo con prontitud." Psique se puso en camino y llegó a la orilla del río, dispuesta a cruzar al prado donde estaban los carneros. Pero un verde junco que se mecía en la orilla al suave vaivén del viento, advirtió a la princesa murmurando gentilmente en su oído: "No te acerques a esta hora a esos terribles carneros, bella Psique, pues ellos, con el bendito calor del sol, no sólo adquieren fuerza, sino que una violencia salvaje se apodera de tal manera de ellos que sus afilados cuernos y duras frentes se tornan duros como piedras. Algunas veces, incluso, ventilan su furia con mordiscos venenosos para destruir a los hombres. Espera hasta el atardecer, hasta que el calor del sol haya disminuido en intensidad y las bestias, con la suave brisa del viento, se preparen para dormir. Una vez que los carneros hayan abatido su locura y calmado su rabia, acércate, sacude las hojas de los árboles y de manera indirecta, toma la lana dorada que encontrarás colgando en las ramas por aquí y por allá." Psique hizo tal y como le había recomendado el junco, y con las manos llenas de vellones radiantes como el sol se presentó de nuevo ante Afrodita, quien volvió a maldecir para sus adentros.


Pero de nuevo, arqueando la ceja y con una sonrisa burlona, le dijo: "Soy muy consciente de quién es el autor secreto del éxito de tus pruebas, pero ahora te impondré una tarea tan difícil que revelará si tienes un corazón valiente y eres prudente, más allá de la prudencia de la mujer. ¿Ves el pico de aquella alta montaña que corona el pronunciado acantilado? De allí brotan oscuras olas que surgen de la corriente de aguas negras. Ve, toma agua helada de la cresta del manantial, de las olas más distantes, y tráela en esta pequeña vasija de cristal, y pronto." Esta vez Psique creyó estar perdida, pues era imposible para cualquier humano u hormiga alcanzar aquella peña altísima y tomar el agua que de ella manaba. Sin embargo, cuando las lágrimas empezaban a asomar por sus ojos, un majestuoso águila se posó a su lado y le dijo: "Yo tomaré de aquel agua por ti, hermosa Psique. Cogiendo esta vasija con mi pico, volaré hasta allí y te la traeré de vuelta con el agua negra en su interior". Así lo hizo el águila, y así Psique pudo devolver a Afrodita la vasija de cristal llena de agua. Tras comprobar que en efecto se trataba del agua de aquella alta peña, Afrodita se dirigió a Psique con estas palabras: "En verdad creo que eres una poderosa hechicera, pues con gran ahínco has obedecido mis difíciles órdenes. Pero querida mía, aún debes hacer este último servicio. Toma esta cajita y desciende directamente al Inframundo, presenta esta cajita a Perséfone y dile: Afrodita te suplica que le envíes una pequeña porción de tu belleza, ya que esta se desvaneció al ver a mi hijo deprimido y enfermo. Asegúrate de volver a toda prisa, Psique, pues debo aplicármela antes de asistir al teatro en el Olimpo." Convencida de que en esta ocasión triunfaría, Afrodita desapareció.


Psique sabía que morir era la única forma de llegar al Inframundo. Por lo tanto, subió hasta lo más alto de una torre para arrojarse al vacío y así poder entrar al Hades. Pero antes de que sus pies se despegaran del suelo, oyó una voz que la llamaba. "Psique... Psique...". "Heme aquí", dijo ella. Descubrió que era la propia torre quien le hablaba. Le dijo que no era necesario entregar su vida para acceder al Hades, que ella sabía un camino secreto por el que entrar, pero que Psique debía hacerlo con un par de monedas de plata y un par de pasteles. Siguiendo las indicaciones de la torre, Psique hizo todo cuando le había dicho esta, y en efecto llegó a verse ante el horrible barquero Caronte, cuya suciedad espanta: sobre el pecho desnudo le cae desaliñada una larga barba blanca, de sus ojos brotaban llamas, una sórdida capa cuelga de sus hombros, prendida con un nudo. Él mismo maneja su negra barca con un garfio, dispone las velas y transporta en ella a los muertos. Ya es viejo, pero todavía es fuerte y recio, como corresponde a un dios. Psique se encontró en la orilla del río infernal con toda una turba de sombras por allí difundida, que se precipitaban a las orillas: madres, esposos, héroes magnánimos, mancebos, doncellas, niños colocados en la hoguera a la vista de sus padres, sombras tan numerosas como las hojas que caen con los primeros fríos del otoño. Apiñados en la orilla, todos piden pasar los primeros y tienden con afán las manos al viejo y horrible Caronte, pero el barquero toma indistintamente, a unos y a otros, y rechaza a los demás, dejándolos en la playa. Entre toda la turba de difuntos, Psique pudo acercarse a Caronte y él clavó sus ojos en ella.


"Quienquiera que seas, tú, que te encaminas hacia mi río, dime a qué vienes y no pases de ahí. Esta es la mansión de las Sombras, del Sueño y de la soporífera Noche; no me es permitido llevar a los vivos en la barca Estigia, y a fe no tengo motivos para congratularme de haber recibido en este lago a Alcides, a Teseo y a Pirítoo, aunque eran del linaje de los dioses y de invicta pujanza; el primero amarró con su mano al guarda del Tártaro, y le arrancó temblando del trono del mismo Rey; los otros intentaron robar de su tálamo a la esposa de Dite." Psique le dijo que no albergaba ningún mal deseo, revelándole cuál era su propósito: que la enviaba Afrodita a entrevistarse con la augusta Perséfone para obtener de ella un poco de su belleza. Por si no convencía a Caronte, abrió su mano y allí se encontraba el óbolo, la moneda con la que pagar su viaje. Caronte la dejó subir a su barca y la llevó hasta la otra orilla. Allí se encontró con Cerbero, el enorme y terrible perro de tres cabezas cuyo cuello decoraban culebras y que en lugar de cola tenía una serpiente. Su trabajo era, con sus terribles ladridos y su imponente figura, evitar entrar a los vivos y dejar salir a los muertos. Sin embargo, Psique arrojó a sus pies uno de los pasteles de cebada que había hecho, y mientras el gigantesco can daba buena cuenta de él, atravesó con sus pies ligeros la puerta del Inframundo. Sin saber qué mano divina le guiaba llegó hasta el palacio de los dioses Hades y Perséfone. Venciendo el pánico y la vergüenza que le suponía estar ante aquellas dos regias figuras, la joven princesa anatolia les reveló el propósito de su viaje. Perséfone, conmovida por sus hazañas, le dijo que estaría encantada de concederle aquel favor a Afrodita. Y así, Psique pudo emprender el camino de regreso al mundo de los vivos, entregando el segundo pastel de cebada a Cerbero y el segundo óbolo a Caronte.

De esta manera, Psique logró salir del Hades habiendo cumplido su misión. Pero, ¡ay!, la curiosidad de las mujeres nunca ha desaparecido del mundo desde que Pandora abriera el ánfora que le fue encomendada a Epimeteo; y cuando Psique se dirigía a su encuentro con Afrodita quiso saber cuál era esa belleza de Perséfone que la propia diosa del amor anhelaba. Hay quien dice que en realidad lo que quería era tomar un poco de belleza para sí misma, pensando que de esta manera Eros la amaría con toda seguridad y estaría dispuesto a perdonarla. Sea como sea, lo cierto es que Psique abrió la caja... y dentro no encontró belleza alguna sino el sueño estigio, un vapor narcótico que sume en la amnesia a los muertos que llegan al Hades. Y allí mismo, en medio de un bosque, Psique cayó al suelo profundamente dormida, casi muerta.


Lo que no sabía es que el apuesto Eros hacía tiempo que la había perdonado, y había estado siguiendo a su amada en todas sus aventuras, escondido. Él era quien había enviado a la hormiga, y quien hablaba a través del junco, y quien mandó al águila y quien proyectó su voz en la torre. Él, a quien los poetas latinos llamaron Amor, había estado guiando los pasos de su joven amada. Tan pronto como Psique se derrumbó en el suelo, Eros salió de unos matorrales cercanos y se acercó a ella. Tomándola entre sus brazos, retiró el sueño estigio de Psique, quien abrió los ojos y pudo reconocer el rostro de aquel a quien contempló a la luz de una vela hacía ya tantas noches. Juntos, se fundieron en un hondo abrazo y en un profundo beso, y en ese momento supieron que nada los separaría de nuevo. Eros tomó a Psique en sus brazos y la llevó al Olimpo, donde convocó a Zeus y a Afrodita y les pidió permiso para casarse con Psique. La diosa del amor tuvo que reconocer que aquella joven princesa se había ganado el corazón de su hijo, y olvidó sus viejos rencores. Zeus aprobó aquel matrimonio e hizo inmortal a la princesa anatolia. Todo el Olimpo se regocijó y durante varios días duró la boda de Eros y Psique, en la que Afrodita incluso bailó. Con el tiempo, Psique alumbró a una niña. Le pusieron por nombre Hedoné, aunque los romanos la llamaron Voluptas.

"Cupido y Psique", de Johan H. Füssli (1810) "El rapto de Psique", de Bouguereau (1895)


Hasta aquí llega el mito, que espero que hayáis disfrutado. Pero, como ya sabemos, un mito encierra muchos significados en tanto que relato simbólico, y hoy nos vamos a dedicar precisamente a esto: a desgranar la simbología del mito de Eros y Psique. Lo primero que hay que hacer es saber identificar a sus protagonistas. Ya hemos dado alguna pista en el texto. ¿Quién es Psique en realidad? Hemos dicho que es la palabra para "alma", pero hay más: el verbo griego psycho significa "soplar", por lo que psyché es el soplido. Normalmente se interpretaba como ese último hálito o aliento que echa el ser humano al morir, y era esa psyché la que marchaba al Hades acompañada de Hermes y la que llevaba una vida eterna como una sombra de lo que fue en vida. Los griegos la imaginaban como una figura antropomorfa con alas, y el propio Homero dice que la psyché abandonaba el cuerpo del fallecido bajo la forma de una mariposa (que también es psyché en griego), por lo que a la mariposa se le consideraba un animal psicopompo, transportadora de almas. Qué bonito es que al otro lado del mundo, en México, miles de mariposas monarca migren en otoño desde Canadá hasta allí y se considere que esas mariposas son las almas de los difuntos que vuelven a casa. Como también es bonito que en la tradición judía exista el ruach (del que ya hablamos en el artículo dedicado al Espíritu Santo), que también es soplo, que también es femenino y que también aporta vida, pues es lo que insufló por la nariz YHWH a un muñeco de barro llamado Adán. De este modo vemos que Psique es el aliento, es el hálito, es la vida y es el alma.


En lo que respecta a Eros, en esta ocasión conviene que nos olvidemos del infantil y regordete Cupido que habita en las postales de San Valentín. No, este Eros es el Eros primordial, la deidad que encarna no sólo la fuerza del amor erótico sino que es el motor inmóvil, el impulso creativo de la siempre cambiante naturaleza, el responsable de la creación y sustento de todas las cosas en el cosmos. Es el Amor Protógono ("el primero en nacer") y Eleuterio ("el libertador"). Y el Amor se enamora del Alma. ¿Qué poder tiene este alma humana que es capaz de enamorar a los dioses, hasta al mismo Amor? Lo primero es la belleza. Psique será la inspiración para princesas de la talla de Blancanieves o Aurora: no es una belleza física, es la belleza del alma que, por su naturaleza, es pura e inocente. Tanto, que ella no comete el pecado de la hybris, la soberbia: ella no se cree más hermosa que Afrodita, pero sufre las consecuencias del error de percepción que los demás tienen de ella. Por esa belleza natural Eros se enamora de ella, pero puesto que el alma está aún en un estado, diríamos, embrionario; el dios no se puede aparecer ante ella tal cual es. De ahí viene la imposición de no verle ni hacerle preguntas, el amor primario no utiliza los sentidos externos ni utiliza la mente racional. "Al amor le pintan ciego", se suele decir, y en este caso esa ceguera es impuesta a Psique porque debe aprender a apreciar la naturaleza invisible del Ser, de ese Yo que es Eso, y que no es otra cosa que el Amor. "Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto", dice Pablo de Tarso en Colosenses 3:14. La comunidad joánica afirmará: "Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él." (1 Juan 4:16). Y el propio Jesús dijo: "Y éste es mi mandamiento: amaos los unos a los otros, como yo os he amado." (Juan 15:12). Eros es precisamente ese amor.


Esta unión profunda, secreta y nocturna; libre de todo juicio y pensamiento, vendrá a ser interrumpida por las hermanas de Psique. Ellas representan el ego, el Yo inferior, la voz que critica, que juzga, que tiene dudas, envidias, miedos. "La loca de la casa" de la que hablaba Santa Teresa. Con un par de datos y muchos interrogantes arman una historia y siembran la semilla de la duda en el interior de Psique, del alma. Pero, como dice el Bhagavad Gita, no hay que juzgar si alguien es bueno o malo, porque incluso los buenos y los malos tienen un propósito. Psique ha conocido lo que es estar conectada al Ser, a la esencia de la existencia, ha experimentado una vivencia íntima y silenciosa con lo invisible. Ahora llega la búsqueda consciente del amor. La duda que las hermanas han despertado en ella será el comienzo de la iniciación. Y si el alma quiere reunirse de forma consciente con Eros, re-conectarse con Ello, religarse a Él en presencia de los dioses (es decir, del mundo manifiesto y consciente), deberá hacerlo por su propia mano.


La primera prueba consiste en separar y clasificar siete tipos distintos de semillas. Por tanto, la primera virtud que debe desarrollar Psique es la resolución y el discernimiento, que va más allá de la mera inteligencia. La hormiga es la manifestación de la ayuda divina que se le presta al alma. Cuenta el Corán que cuando Salomón marchaba con su ejército por un valle, escuchó que una hormiga decía a las otras: "¡Hormigas! Entrad en vuestras viviendas, no vaya a ser que Salomón y su ejército os aplasten sin darse cuenta!" Y Salomón, que era muy modesto porque entendía que toda esa soberanía venía de Dios, practicó la piedad y la compasión (la parte más importante del mensaje) y, sonriendo, detuvo a sus tropas hasta que todas las hormigas estuvieron a salvo. "Quien ha reconocido la unidad de la vida no se avergüenza de ayudar a un gusano", dice Louis Cattioux en El Mensaje Reencontrado (23:9). Psique es la hormiga y la hormiga es Psique, y su discernimiento la conecta con el Alma del mundo.


La segunda prueba, la de coger los vellones dorados, nos habla de que los dones de esta vida, los que merecen de verdad la pena (el oro es la excelencia) no se pueden tomar por la fuerza, pues se corre el riego de que se vuelva la situación contra nosotros. La virtud a desarrollar aquí es la paciencia, saber esperar al momento oportuno. Para eso se necesita haber conquistado antes el discernimiento, ese conocimiento que nos indica la mejor manera de hacer las cosas, la voz de la sabiduría.


La tercera prueba consiste en llenar un frágil recipiente de cristal de las furiosas aguas que atraviesan el Hades. Es el río de la vida y de la muerte, y sus aguas brotan de la montaña con furia. El agua es el símbolo del inconsciente, del caos, donde todo está contenido y nada es manifiesto, es la potencialidad pura. Y esa fuerza del inconsciente se manifiesta con furia, y Psique debe llenar con ese agua un frágil frasco de cristal. ¿Qué simboliza eso? Lo mismo que el ataúd de cristal de Blancanieves o el zapatito de cristal de La Cenicienta: es el cuerpo. Un recipiente frágil que debe albergar en su interior un fragmento del universo, que es el alma. Es el misterio de la Encarnación, lo Absoluto dentro de lo Relativo, lo Infinito en lo finito, lo Inmortal en lo mortal. Y sólo el Amor es capaz de conciliar todos los opuestos. Psique lo consigue por el amor, y el águila de Zeus / San Juan es el que llena el cántaro por ella. Para conciliar lo físico y lo espiritual, el alma y el cuerpo, se necesita altura de miras y disciplina para apreciar otras perspectivas. La montaña es lo que conecta el Cielo y la Tierra, lo de arriba con lo de abajo, desde lo alto puedes ver lo que hay abajo pero desde abajo solamente no puedes saber lo que hay arriba. Cuando desciendes de arriba y llegas abajo no puedes ver pero ya has visto, y existe una forma de comportarse abajo según lo visto arriba.


Cuatro, el número de la materia, son las pruebas que se le plantean al alma, arquetipo de lo inmaterial. La cuarta y última prueba es la más difícil, y consiste, cómo no, en enfrentarse a la muerte y conquistar la inmortalidad. Nadie fuera de las Escuelas de Misterios sabía cómo hacer eso. Cuando el propio Heracles tuvo que enfrentarse a la misma prueba necesitó la ayuda de los dioses Hermes y Atenea y una iniciación en Eleusis para salir airoso de ella. Nosotros, Psique, nuestra alma, no cuenta con tanto tiempo. Entiende que la forma más rápida de descender al Inframundo es el suicidio, pero ¿acaso hay otra? ¿Hay maneras de enfrentar a la muerte sin morir? Muchas, y las religiones del mundo han dado opciones de lo más variado. Alguna de esas opciones debió tomar Psique cuando escucha la torre que le habla (la torre representa el impulso de una persona a crecer y a desarrollarse, a romper sus propios límites y evolucionar). Psique desciende al Inframundo en una catábasis ("avanzar hacia abajo"), pero eso es lo fácil: lo complicado es experimentar la anábasis ("avanzar hacia arriba"), es decir, regresar de la muerte, haber conquistado a la muerte; que no es otra cosa que perder el miedo a morir. Pero Psique va preparada con bienes materiales (los óbalos para Caronte) y bienes espirituales (los pasteles para Cerbero). "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", dice Jesús según Mateo 22:21. Algo parecido ocurre en el Laberinto que la reina Isabel de Farnesio diseñó en los Jardines de La Granja de San Ildefonso en el siglo XVIII: dos de las paradas por las fuentes del Laberinto (Viaje del Héroe, en este caso ejemplificado en Apolo) representan la adquisición de herramientas materiales (cuerpo) y de herramientas no-materiales (mente y espíritu); ambas necesarias para vencer a Pitón. Apolo contra Pitón es igual que Psique enfrentada al Hades. Las palabras que Caronte dirige a la atemorizada Psique las he tomado del Libro VI de la Eneida, cuando el héroe Eneas y la Sibila de Cumas se encuentran con el barquero infernal. Psique consigue llegar ante el matrimonio de dioses de la muerte y pedirle a Perséfone parte de su belleza. ¿Qué podría ser esto? Perséfone era una antigua diosa de la primavera, por lo que su belleza secreta seguramente está relacionada con lo que ocurre en su reino, lo que le pasa a la Vida cuando se sumerge en las profundidades de la tierra, esperando el momento de renacer. Eso para los ciclos naturales o para los creyentes en la metempsicosis promulgada por pitagóricos, órficos, Platón o Plotino. Para los demás, como Psique, el secreto era qué le ocurría a esa misma Vida cuando abandonaba el cuerpo, cuando se rompía finalmente el recipiente de cristal. Esa "belleza" que Perséfone introdujo en la caja no es sino el conocimiento de que somos belleza inmortal, que nuestra esencia es, en efecto, divina.


Pero claro, el precio de este saber es la "muerte", la muerte iniciática, dejamos de ser lo que hemos sido hasta ahora para que nazca algo nuevo. Psique no abre la caja por desconfianza, como cuando con una vela quiso ver a su amado. Entonces lo hizo por duda y miedo, que es fruto de la ignorancia. En este caso, no es miedo lo que le lleva a abrir la caja, sino afán de saber. Pandora, Eva y Psique son las patronas de la ciencia porque son las grandes figuras de la curiosidad. Psique siente esa curiosidad, ese afán de saber, de conocer los misterios de la vida y la muerte y, sobre todo, experimentar de nuevo el conocimiento del Ser (que va más allá de la vida y de la muerte), de Eros. Quiere volver a experimentar, esta vez de forma plenamente consciente, lo que sintió aquellas noches junto a Él. Y cuando adquiere ese conocimiento, sobreviene la muerte iniciática. Y al experimentar el Despertar del Iniciado el alma se da cuenta de que Eso siempre ha estado allí. Que siempre le ha acompañado aunque no lo viera, y que nunca ha dejado de estar a su lado. Es la voz que habla a través del mundo y en el interior del alma, y que está suficientemente cerca para que quienes lo buscan lo encuentren y suficientemente lejos para que quienes deciden ignorarlo puedan hacerlo. Pero Psique lo ha probado y ahora, completado el Viaje del Héroe, quiere volver a tenerlo, pero esta vez, siendo plenamente consciente de lo que tiene. Ese dormir y despertar (o morir y resucitar) del alma con el beso de amor del Animus universal (como las princesas Disney) le permite finalmente ser arrebatada a los cielos y vivir su apoteosis: el alma se vuelve inmortal.


Cuando Psique se une a Eros obtiene sus alas de mariposa, que son bellas pero frágiles, pues desvelan sutileza, armonía y serenidad. Psique es el alma de cada uno de nosotros, y tiene una encrucijada ante ella: puede mirar al cielo y fundirse con Eros (el Ser, el Espíritu) o mirar a la tierra y seguir los consejos de las hermanas y demás parientes. Al final, la enseñanza que encierra esta historia es que estamos aquí para algo más que para simplemente sobrevivir. Y que, aunque estemos pasando unos días de confinamiento, de esta sólo saldremos si lo hacemos unidos. No hay muchas Psiques, sólo una. No somos muchas almas en muchos cuerpos. Somos muchos cuerpos compartiendo el mismo Alma, que es esposa del Amor.


Os deseo mucho Amor y mucha Psique. Gracias por leerme, nos vemos. Ultreia!


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