El Buda y las mujeres
- César R. Espinel
- 14 abr 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 15 abr 2020
Este artículo está relacionado, al igual que el dedicado al Noble Camino Óctuple, con la clase dedicada al Mesías en el curso El relato mitológico de Oriente. En este caso vamos a extendernos un poco en la cuestión de la aceptación de las mujeres en el sangha del Buda, un punto que comentamos brevemente en la clase pero, como allí el tiempo es limitado, quiero tratarlo más en detalle por aquí.
La cuestión es la siguiente: llega un momento en el que Siddhata Gotama decide regresar a su hogar, el reino de Sakya, tal y como le había pedido su padre el rey Suddhodana en más de una ocasión. Y cuando vuelve es recibido por el monarca y por toda su familia, habla con ellos sobre el Dharma, muchos de ellos se unen al sangha (incluso el hijo del Buda, Rahula), aunque su esposa Yasodhara no le recibe muy afablemente. Después de todo, Gotama se marchó de palacio hacía ya muchos años sin despedirse, sin hablar con ella, sin decir nada, sin dejar una nota, nada. Simplemente desapareció, así que es fácil entender por qué Yasodhara recibe con tanta frialdad a su esposo. Pero más tarde ocurriría algo que supondría un cambio importante en la enseñanza y la organización social del Buda.
En Buda. Una biografía (2001) de Karen Armstrong, un libro y una autora más que recomendables, se nos dice que mientras estaba viviendo en Kapilavatthu, en el arama de Nigrodha, el Buda recibió la visita de la viuda de su padre, Pajapati Gotami, que era a su vez su tía y la que se había convertido en su madrastra tras la muerte de su madre. Puesto que en ese momento era una mujer libre (el rey Suddhodana, su cuñado y marido, acababa de fallecer), le dijo a su sobrino que quería ser ordenada en el sangha como bhikkhuni (monja). El Buda se opuso firmemente. No permitiría que se admitiese a mujeres en la orden. No cambió de opinión a pesar de que Pajapati le suplicó tres veces que reconsiderara su postura, y se retiró de su presencia, quedando muy apenada. Pocos días después, Buda partió hacia Vesali, capital de la república de Videha, en la ribera septentrional del Ganges, y a menudo se quedaba en el arama de aquella localidad. Una mañana el discípulo más célebre del maestro, Ananda, se quedó horrorizado al encontrar a Pajapati sollozando en el porche en compañía de algunas mujeres sakyas. Se había cortado el pelo, se había vestido con la túnica amarilla de los bhikkus (monjes) y había ido caminando hasta allí desde Kapilavatthu. La mujer tenía los pies hinchados y estaba sucia y extenuada.
- Gotami - exclamó Ananda -, ¿qué estás haciendo aquí en semejante estado? Y ¿por qué estás llorando?
- Porque el Bienaventurado no quiere que las mujeres entren en el sangha. - respondió Pajapati.
Ananda se quedó preocupado. "Espera aquí - le pidió -. Lo consultaré esto con el Tathagata" (literalmente, "el que ha alcanzado la verdad"). Pero el Buda insistió en no querer reconsiderar el tema. Se trataba de un momento serio. Si seguía prohibiendo que las mujeres entraran en el sangha, eso significaba que consideraba que la mitad de la raza humana no era apta para la Iluminación. Pero el Dharma (dhamma en pali) es supuestamente igual para todos: dioses, animales, ladrones y hombres de todas las castas. ¿Quedarían excluidas solo las mujeres? ¿Acaso era renacer como hombres lo mejor que podían esperar? Ananda abordó entonces el problema desde otro punto de vista:
- Señor - le preguntó -, ¿están las mujeres en disposición de convertirse en "ganadoras de la corriente" y en última instancia en Arahants?
- Lo están, Ananda. - repuso el Buda.
- En ese caso, sería bueno ordenar a Pajapati.- le suplicó Ananda.
El discípulo le recordó al Buda lo bondadosa que la mujer había sido con él tras la muerte de su madre. El Buda acabó reconociendo la derrota a regañadientes. Pajapati podía entrar en el sangha si aceptaba ocho estrictas reglas. Dichas disposiciones dejaban claro que las bhikkhunis eran de una clase inferior. Una monja debía permanecer siempre de pie ante la presencia de un bhikku masculino, aún cuando este fuese joven o recién ordenado; las monjas debían pasar el retiro del vassa (la estación del monzón) siempre en un arama en el que hubiese monjes y no estuviesen solas; una vez cada quince días debían recibir instrucción de un monje; no podían llevar a cabo sus propias ceremonias; una monja que hubiese cometido una ofensa grave debía hacer penitencia delante de los monjes y de las demás bikkhunis; una monja tenía que ser ordenada por un sangha de hombres y de mujeres; jamás debía reprender a un bhikku, aunque cualquier monje podía reprenderla a ella; tampoco podía predicar a bhikkus. Pajapati aceptó gustosa estas reglas y fue debidamente ordenada, pero el Buda continuaba sintiendo cierta inquietud.
- Si las mujeres no hubiesen sido admitidas - le dijo a Ananda -, el dhamma se habría practicado durante mil años; ahora apenas durará quinientos años. Una tribu con muchas mujeres pasa a ser vulnerable y es destruida; del mismo modo, ningún sangha cuyos miembros sean mujeres puede durar mucho tiempo. Se extenderán en la orden como el moho sobre un campo de arroz.

"¿Qué se supone que tenemos que hacer con esta misoginia?", se pregunta Karen Armstrong. Lo cierto es que el Buda siempre había predicado tanto para hombres como para mujeres. En cuanto dio su permiso, miles de mujeres se convirtieron en bhikkhunis y el Buda elogió sus logros espirituales, dijo que podían ser iguales que los monjes y profetizó que no moriría hasta que no tuviese suficientes monjes y monjas sabios, y suficientes seguidores y seguidoras laicos. Parece existir cierta discrepancia en los textos y eso ha llevado a los estudiosos a sacar la conclusión de que su aceptación a regañadientes de las mujeres y las ocho regulaciones pudiesen haber sido añadidos posteriormente y apunten a un machismo en la orden. Alrededor del siglo I a.C., algunos monjes culparon a las mujeres de sus propios deseos sexuales que estaban interfiriendo en su iluminación y las consideraron obstáculos universales para el progreso espiritual. Otros estudiosos argumentan que el Buda, aunque iluminado, no podía escapar al condicionamieto social de su tiempo y que no podía imaginarse una sociedad que no fuera patriarcal. Señalan que, pese a la reticencia inicial del Buda, la ordenación de las mujeres fue un acto radical que, quizá por primera vez, les estaba ofreciendo una alternativa a la vida doméstica.
Pese a que lo dicho anteriormente sea cierto, existía una dificultad para las mujeres que no puede pasarse por alto. Es posible que para el Buda, las mujeres no pudiesen separarse del deseo que hacía imposible la iluminación. Por ejemplo, no se llevó con él a su esposa Yasodhara, como algunos de los renunciantes hacían cuando emprendían su sendero espiritual. Sencillamente el Buda dio por sentado que ella no podía ser su compañera en la liberación. Pero eso no se debía a que la sexualidad se le antojara repulsiva, como ocurría en el caso de los padres cristianos, sino porque sentía apego por su esposa. Las escrituras del Canon Pali contienen un pasaje que, los estudiosos coinciden, es una interpolación hecha por algún monje: un diálogo entre Ananda y el Buda en los últimos días de la vida de éste.
- Señor, ¿cómo debemos tratar a las mujeres? - preguntó Ananda.
- No las miréis, Ananda.
- Si no las vemos, ¿cómo debemos tratarlas?
- No habléis con ellas, Ananda.
- Y, ¿en el caso de que tengamos que hablarles?
- Se debe observar la autoconciencia, Ananda.
Es posible que el Buda no se hubiese adscrito personalmente a esta misoginia a toda regla, pero cabe la posibilidad de que esas palabras reflejan una inquietud residual a la que no conseguía sobreponerse. En el caso de que el Buda albergase sentimientos negativos hacia las mujeres, estos serían una característica típica de la Era Axial (800-200 a.C.). Lamentablemente, hay que decir que la civilización no ha tratado bien a las mujeres. Descubrimientos arqueológicos apuntan a que las mujeres fueron tenidas a veces en muy alta estima en las sociedades preurbanas, pero el surgimiento de estados militares y la especialización de las ciudades antiguas tuvo como consecuencia el declive de su posición. Pasaron a convertirse en una posesión del hombre, quedaban excluidas de la mayoría de las profesiones, y estaban sujetas a menudo a un control draconiano por parte de sus esposos en alguno de los códigos antiguos. Las mujeres de la élite se las arreglaron para mantener algo de poder, pero en los territorios axiales (China, India, Persia, Canaán, Grecia) las mujeres sufrieron una pérdida aún mayor de estatus, que coincidiría más o menos con la época en que el Buda estaba predicando en la India. En Irán, Irak, y, posteriormente en los estados helenos, las mujeres tenían que cubrirse con velos y estaban confinadas en harenes; entretanto, las ideas misóginas florecieron. Las mujeres de la Atenas clásica (500-323) estaban en una situación especialmente desaventajada y vivían prácticamente excluidas de la sociedad; se decía que sus mayores virtudes eran el silencio y la sumisión. Las tradiciones hebreas han exaltado las hazañas de mujeres como Miriam, Débora y Jael, pero después de la reforma profética de la fe, las mujeres quedaron relegadas a un estatus de segunda clase en la ley judía. Es curioso que en países como Egipto, que inicialmente no participó en el Tiempo Axial, hubiese una actitud más liberal hacia las mujeres. Parece que la nueva espiritualidad encerraba una hostilidad inherente hacia lo femenino que ha perdurado hasta nuestros días. La búsqueda del Buda era masculina en su heroísmo; la resuelta eliminación de todas las restricciones, el rechazo al mundo doméstico y a las mujeres, la lucha solitaria, y la conquista de nuevos reinos eran actitudes que han pasado a ser emblemáticas de la virtud masculina. Se trata de una actitud que solamente ha sido desafiada en el mundo moderno. Las mujeres han buscado su propia "liberación" (incluso han utilizado la misma palabra que el Buda); también han rechazado la vieja autoridad y han partido hacia sus propios viajes solitarios.
El Buda predijo que las mujeres arruinarían la orden, pero en realidad la primera gran crisis del sangha se debió a un enfrentamiento de egos masculinos. No deja de resultar irónico.

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