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Foto del escritorCésar R. Espinel

El Dios discapacitado

Hace unos días me encontré por Twitter una publicación de una cuenta de referencia para la izquierda twittera y audiovisual que cada domingo publica una imagen o un post anti-religioso con el comentario "otro domingo sin ir a misa". Por supuesto todo lo que comparte al respecto es reduccionista, matizable o directamente de mal gusto, pero es la famosa libertad de expresión. Hoy no escribo estas líneas para cambiar eso, ni siquiera para denunciarlo. Hoy escribo porque esta misma cuenta subió hace unos días esta imagen:

Es una imagen y frase que se viene moviendo por las redes desde hace años, incluso ampliada al principio con "los discapacitados y subnormales son seres inferiores como castigo de Dios a sus padres pecadores." Es altamente improbable que Javier Echevarría, fallecido en 2016, haya pronunciado estas palabras, como afirma el artículo que escribió al respecto maldita.es. No me interesa profundizar en eso, bastante trapos sucios tiene el el Opus como para andar inventando bulos, pero bueno... lo que me interesa es que en su momento yo me lo creí, pensé que Echevarría había dicho esto, y aparte de lamentar la barbaridad, pensé que seguro que había algún teólogo, algún representante de la Iglesia que pudiese contrarrestar ese discurso. Y vaya si lo hay. Esto es algo que también me preocupa, el hecho de que se divulgue y se compartan publicaciones de este tipo de alguna barrabasada que haya dicho algún eclesiástico (que en este caso además tiene todos los visos de ser falso) y que nunca, o muy poquitas veces, se compartan trabajos u opiniones de otros eclesiásticos que sí merecen la pena. Y eso es lo que vengo a hacer aquí hoy. A decir que me gustaría que no se diera tanta voz a quienes están llenos de miedo, odio y resentimiento y no pueden expresar otra cosa y por la contra busquemos y compartamos opiniones que sí merezcan la pena. Por eso hoy vengo a hablar del Dios discapacitado.

Ese es el título de la teóloga Nancy Eiesland, que nació con una discapacidad congénita, donde expone un sueño que tuvo ella de joven, en el que vio a Dios acercarse a ella en una silla de ruedas. Ese sueño llevó a Eiesland a reflexionar profundamente sobre la identificación de Dios con las y los discapacitados. La cuestión no es baladí: por lo general, siempre que se formula la pregunta ¿por qué Dios, si nos ama, permite la discapacidad? (que no es sino una reformulación del sempiterno problema del mal); se rescata el pasaje de Juan 9, cuando a Jesús le preguntan con respecto a un ciego, si había nacido así a causa de su propio pecado o de sus padres, y Jesús respondió: "Ni él ni sus padres pecaron, es ciego para que se manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9:3). Así, el discurso cristiano ortodoxo expone que las obras de Dios se manifiestan en la persona con discapacidad y la hacen salir victoriosas en su vida, además de manifestarse también en la presencia amorosa de las personas que la apoyan y animan. Sin embargo, Eiesland va más allá: el discapacitado no es obra de Dios (al menos, no sólo), sino que es Dios mismo. Y esto le lleva a su segunda reflexión, sobre cómo se redefine el sentido mismo de la encarnación. La pregunta es: ¿qué significa que Dios se hace cuerpo desde la perspectiva de la discapacidad?


Esta es la clave, o una de las claves, del cristianismo. Y es una clave que desde hace unos doscientos, trescientos años, los predicadores no han sabido transmitir. Se han enfocado tanto en la persona de Jesús que se han olvidado de la personalización. El cristianismo orbita alrededor de dos ejes: la resurrección y la encarnación. Poner demasiado peso en la resurrección, que es bastante habitual, hace que a menudo se olvide la encarnación, cuando sin ésta no habría sido posible aquella. Jesús es un símbolo, y es símbolo de la humanidad. El nuevo Adán, que lo llamaba Pablo. En hebreo, adam significa "hombre" en el sentido de "ser humano." Jesús es símbolo de la humanidad, de una humanidad en cuyo seno se produce un íntimo y misterioso encuentro entre lo humano y lo divino. La encarnación supone la corporalidad de lo divino, de lo absoluto, de lo espiritual y trascendente; y esa corporalidad, esa corporeización, es en todos los cuerpos. Esta es la clave. Jesús fue un señor con una fisionomía típica de un judío galileo del siglo I, pero también es la representación de todos los cuerpos donde reside la divinidad, que son todos. Y aunque en este caso concreto, el que trabaja Eiesland, se trabaja desde la discapacidad; quiero que esto quede perfectamente claro: la encarnación cristiana apela a todos los cuerpos que existen. Si hablamos de discursos de defensa de los cuerpos no normativos, el simbolismo de la encarnación cristiana debe tener un lugar de honor.


Recuperemos la pregunta: ¿qué significa que Dios se hace cuerpo desde la perspectiva de la discapacidad? Este interrogante representa un elemento central en la búsqueda de pautas bíblicas y teológicas, porque toda construcción teológica se apoya en una comprensión y definición de lo divino determinada, ¡pero ojo! Siempre, siempre, hay que tener claro que esa comprensión y definición de lo divino debe ser siempre provisional, es decir, se ha de tener mucho cuidado con absolutizar definiciones de lo divino; pues por la propia naturaleza inefable del Absoluto nadie puede tener la última palabra. Entonces, nuestras preguntas y circunstancias de la historia interpelan las imágenes que nos hacemos de Dios, así como todas las construcciones teológicas consecuentes. Qué gran peligro supone identificar las imágenes que nos hacemos de Dios con lo que Dios realmente es. Regresando al tema, sabemos que en nuestra sociedad, la discapacidad desafía nuestras normativas sociales y antropológicas; y por lo tanto, religiosas y teológicas. Y esto lleva a Eiseland a un elemento teológico central: la imago Dei. Desde el cristianismo, la imagen de Dios en cada persona refiere a ese lugar que tenemos en lo divino y la capacidad intrínseca de “trascendernos”, o sea, de ser más de lo que somos o de lo que nuestras circunstancias nos permiten. Es en esa imagen donde el creyente encuentra y potencia la dignidad que tiene el ser humano en Dios, y su fundamento para trabajar en pos de que sea vivenciada en nuestros contextos. Todas y todos los cristianos son “nuevas criaturas” en Cristo, en quien se recrea por completo la humanidad plena simbolizada en Adán, como hemos dicho, como afirma Pablo en Rom 7 y 1 Co 15:22.


Recuperando lo que hemos comentado antes, y siguiendo la línea de pensamiento de Eiseland, cuando hablamos de la encarnación de Dios en Jesús, no nos referimos a un tipo ideal de corporalidad. Cuando hablamos de imago Dei, tampoco lo hacemos a una lista de características particulares predeterminadas. Hablamos, más bien, del lugar que tenemos en y con Dios, y por ende en la historia. Ese lugar rechaza todo tipo de exclusión, especialmente de las que creamos con nuestros preconceptos sociales (por lo tanto, subjetivos, pasajeros y cuestionables) sobre el cuerpo, lo normativo y las relaciones. Porque la relación con la discapacidad cuestiona nuestras propias concepciones del cuerpo. Las personas discapacitadas, ¿son personas con "defectos" o "anormales"? Quienes tienen la posibilidad de vivir cerca de una persona con discapacidades saben lo sorprendente que es la adaptación de su cuerpo - y por tanto, de su sociabilidad - para adentrarse a nuevas circunstancias. Esto lleva a pensar, nuevamente, sobre cómo nuestras preconcepciones sobre la corporalidad y su “normalidad” implican juicios morales y prácticas sociales (muchas veces de exclusión y discriminación) hacia la discapacidad. Hay dos elementos teológicos a considerar sobre este tema. El primero ya lo hemos mencionado, la relación entre encarnación divina y corporalidad. En este acto, el cuerpo se valoriza como medio de relevación. No existe una caracterización específica de cuerpo (como solemos ver en algunas imágenes que presentan a un Jesús blanco, alto y rubio, con un claro aspecto europeo), sino que el cuerpo mismo es reconocido como espacio de acción divina en la historia. Todo esto afirma que Dios valora el cuerpo en su potencial histórico y viviente. Y también nos lanza algunas preguntas: ¿Cuáles son nuestras creencias del cuerpo? ¿Cómo intervienen en nuestra visión y relación con los y las discapacitados? ¿Cómo podemos redefinir nuestro concepto de cuerpo en relación con la discapacidad y su lugar primordial en la forma en que Dios se revela?


Un segundo elemento es el de las sanaciones, otro tema central en el texto bíblico. Cuando Jesús cura personas con algún tipo de discapacidad, ¿lo hace debido a esa condición particular o para restaurar su lugar dentro del contexto? La teóloga Nancy Lane llama la atención a tener cuidado de no utilizar una “teología de la víctima” a la hora de ver los relatos de sanación en el Nuevo Testamento, donde se tiende a comprender la discapacidad como un castigo o la cura como una forma de rechazo hacia la discapacidad en particular. Un atento trabajo exegético arroja una comprensión muy distinta. Por un lado, la palabra “milagro” significa literalmente signo o señal, lo que implica que esos hechos tienen una intención puntual en un contexto específico y más amplio, y no es una acción enfocada específicamente a la persona y su situación concreta. Por otro lado, cuando comprendemos que las personas con discapacidad eran violentamente excluidas de la sociedad de entonces por su “impureza” (¿como hoy?), entendemos que los actos de Jesús se relacionan más con la restauración de un lugar social que con un juicio de su condición específica. Estas breves reflexiones pretenden llevarnos a “ir hacia atrás” y analizar cuáles son las cosmovisiones de Dios que legitiman y fundamentan nuestras cosmovisiones y acciones en torno a la discapacidad. Muchas veces podemos encontrar prácticas de piedad, pero que en el fondo se siguen sosteniendo en una visión excluyente de lo bello, lo corporal y lo social, y que estigmatiza como inferiores e imperfectos a las personas con discapacidad, cuando no lo son. Dios dignifica el cuerpo en su potencial más que en su condición concreta. La luchas por la inclusión y la liberación implican una transformación en los espacios de sentido y acción que habilitamos, hacia la construcción de nuevas imágenes, visiones y prácticas que lleven a un nuevo lugar de las personas discapacitadas en nuestras sociedades.


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1 Comment


antoni.carne18
antoni.carne18
Sep 14, 2022

Magnífico artículo... por mi parte, sólo decir que según yo siento las curaciones -sanaciones- relatadas en los evangelios, siento que éstas son como preludios, signos o señales de la verdadera curación: la curación en espíritu, el milagro de volver a conectar con nuestra esencia divina. Lo dicho, muchas gracias por el texto y un gran abrazo!

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