En las últimas semanas he estado un poco desaparecido por las redes sociales, pero ha sido por una buena causa: estaba dándole los últimos toques a mi libro sobre el Museo del Prado, una obrita en la que llevo trabajando cinco años y que por fin verá próximamente la luz, sólo queda toda la parte burocrática. El planteamiento del libro (titulado provisionalmente como El loco que buscaba a Dios en el Prado) es el llamado "sendero del iniciado" a partir de ocho etapas, ilustradas con sus correspondientes ocho pinturas. El Greco, Patinir, Velázquez o José de Ribera me ayudarán en este librito de poco más de cien páginas a desarrollar una serie de reflexiones y análisis sobre la simbología contenida en sus obras y el planteamiento de todo progreso humano como un sendero iniciático, un camino simbólico. Y esta idea general es la que quiero compartir hoy con vosotros, pero no a través del libro, sino de uno de los artistas que me sirvió de inspiración para escribirlo: Alberto Durero.
Albrecht Dürer nace en Núremberg, Baviera (Alemania) el 21 de mayo de 1471, y se convierte en el artista más famoso del Renacimiento alemán, aunque el oscuro en tanto que difícil de desentrañar simbolismo de su producción hace que las obras de Leonardo da Vinci (con quien por cierto mantuvo amistad) parezcan asumibles. Alcanzó la fama en Europa antes de cumplir la treintena gracias a su serie de xilografías sobre el Apocalipsis (publicada en 1498), pero no son esas las que vamos a tratar, sino las conocidas en su conjunto como las Estampas Maestras. Estos grabados fueron realizados a partir de 1510, existen copias de ellos en los principales museos del mundo y son vehículos del pensamiento de Durero que se traducen en alegorías. Nadie ha podido averiguar qué quería transmitir exactamente Durero con estos grabados, así que aquí aporto yo mi interpretación. El mundo académico sostiene que formaban parte de una especie de tríptico. Lo que tienen en común es que están protagonizadas por una figura central (femenina una, masculinas las otras dos) que van acompañadas de más personajes. Las tres figuras pueden ser descritas como una figura alada, quizá un ángel, en un trabajo de artesano; un guerrero y un santo. Aquí propongo un estudio de estas tres estampas para ilustrar las bases del sendero del iniciado. El orden a seguir será “Melancolía I”como el comienzo del viaje iniciático (que además está considerada la obra más misteriosa del artista alemán) para continuar con el segundo paso, el grabado de “El Caballero, la Muerte y el Diablo”y alcanzar finalmente el Reino de los Cielos con el “San Jerónimo en su gabinete”. Pasen y vean, damas y caballeros.
Comencemos entonces este viaje iniciático desde el reino de la noche comentando el primero de los grabados, el que aparece aquí arriba. La misteriosa figura de la primera escena está como detenida en medio de su labor: rodeada de todos los instrumentos necesarios para realizar su trabajo, su actitud es sin embargo de pasividad, puede incluso que de derrota, se encuentra vencida ante la ¿enorme? tarea que debe afrontar. Apoya el rostro en su mano en una actitud de espera, de cansancio, ¿de resignación? Quizá se encuentre ante un problema cuya solución se le escapa. Quizá no sabe cómo continuar. Sea como sea, se puede decir que no está “manos a la obra” (atención a los múltiples sentidos que guarda esta expresión). Por su gesto y su posición sabemos que no se trata simplemente de una pausa en su labor, de un merecido descanso. Estamos ante algo de otro tenor, algo más profundo, ¿quizá una duda sobre el sentido de tanto esfuerzo? ¿O quizá simplemente ignora cómo debe continuar? Sea como sea el personaje se encuentra detenido, paralizado en medio del trabajo.
Todo avance, todo progreso es, en este momento crítico que retrata Durero, imposible. Se hace imposible continuar. Más aún, se corre el riesgo de echar a perder todo el trabajo, que todo el esfuerzo pierda en un instante su sentido, que nada haya merecido la pena; y esta terrible amenaza se vislumbra en la pesadumbre y en la incertidumbre de su mirada. No se ve claro el camino que hay que seguir. La inscripción “Melancolía I” sobre la espalda de esa especie de dragón-murciélago que vuela a lo lejos da título a la escena, pero si ha de verse melancolía en algún lugar de la estampa es en esa mirada de desesperanza del misterioso personaje, una mirada que encierra algo más: se espera un tiempo mejor. Leamos estas palabras de Jacob Boehme, un famoso místico silesio del siglo XVII:
<< Pero como todo esto me había causado ya efectos chocantes, sin duda procedente del Espíritu, que parecía tener una debilidad por mí, caí en un estado de profunda melancolía y gran tristeza, especialmente cuando contemplaba el gran Abismo de este mundo, y también el sol y las estrellas, las nubes, la lluvia y la nieve, y entraba a considerar en mi espíritu la totalidad de la creación del mundo. >>
Confesiones
Si la primera figura no distingue por dónde debe continuar, el caballero está ya “en camino”. La figura de “El Caballero, la Muerte y el Diablo” es el iniciado que ha encontrado su Sendero de la Iluminación particular del que hablaban los Illuminati. Es un camino que va hacia alguna parte, porque sin una meta clara y definida no hay camino que hacer. En este caso, la meta del caballero es el castillo o ciudadela que se vislumbra al fondo de la estampa, en segundo plano: ése es el objetivo que persigue. Y es en el camino donde le salen al paso las dos figuras enemigas que vemos: la Muerte y el Diablo. Los dos grandes enemigos del hombre. Pero, aunque ambos le acosen de cerca, no parece que consigan detenerle: la rectitud del jinete en su montura y el paso firme de su caballo denotan la voluntad de continuar sin distraerse. Aunque su meta está todavía lejos, en lo alto de la montaña y apenas visible entre el ramaje, el caballero la tiene siempre presente. Hay determinación en su gesto. Nada le detendrá en su camino. Además, el caballero domina al caballo, símbolo de las pasiones e inclinaciones naturales que ya emplea Platón en su Fedro. De esta manera, la Muerte y el Diablo son las alegorías que representan las pruebas que ha de superar el iniciado hasta alcanzar la Iluminación. Y la figura del caballero-iniciado, erguido, muestra que por muy largo que sea el camino y casi imposible de vislumbrar su final, continúa hacia delante sin rendirse. En Jacob Boehme encontramos otra clave para descifrar este segundo grabado:
<< Escuchad atentamente, sé muy bien lo que es la melancolía. También sé bien qué es lo que proviene de Dios. Conozco ambas cosas y a ti también en tu ceguera; pero ese conocimiento no me lo da la melancolía, sino mi lucha incesante hasta obtener la tan anhelada victoria. >>
Confesiones
Finalmente, este “San Jerónimo en su gabinete” se nos presenta, al contrario que la primera figura, entregado en su tarea, en pleno trabajo en su despacho. Pluma en mano, el santo inclinado sobre su atril está completamente ensimismado en su labor, que es bien conocida: poner por escrito el mensaje divino. Pues recordemos que San Jerónimo fue el traductor de la Biblia al latín, lo que se conoce como Biblia Vulgata. Aquí no se dejan los instrumentos a un lado en obediencia de un sentimiento malsano o en espera de no se sabe qué tiempo mejor, el santo no se abandona a introspectivas meditaciones de nefastas consecuencias para el cumplimiento de su cometido, no hay dudas ni inseguridades debidas a la inexperiencia que paralicen su acción. Tampoco nada ni nadie amenaza con distraerle de la misma. El hombre santo está libre tanto de pensamientos propios que lo distraigan (como en el caso de la figura melancólica) como de enemigos externos que le amenacen o interrumpan su trabajo (como son las figuras maléficas que acosan y tientan al caballero de la segunda estampa). Está, ya lo hemos dicho, ensimismado, es decir, volcado dentro de sí. Su trabajo lo es todo. Ha dejado de ser un alumno para volverse maestro y sacerdote del conocimiento hermético. El iniciado se ha convertido en hierofante.
A continuación, vamos a comparar un poco más de cerca a los tres personajes para ver con claridad la progresión que – considero – está intentando indicar Durero: la primera figura es víctima de la melancolía. No sabiendo resistirse a los malos pensamientos ha sido vencida por la acedia (Belphegor, el demonio identificado con la Pereza, era uno de los más corrosivos según la Escuela de San Benito, cuna de exorcistas). Se encuentra ahora como impedida, incapaz de continuar su labor. Ante las tentaciones y distracciones de los malos pensamientos que desvían al hombre de su camino y le impiden alcanzar su destino, el caballero de la segunda estampa muestra una inquebrantable voluntad de seguir adelante y una invencible resistencia (la armadura) contra todo aquello que, viniendo del exterior, pudiera hacerle olvidar su misión o distanciarle de su objetivo (la ciudadela). Por último, más allá de estas dos actitudes bien distintas frente a la adversidad y la tentación, encontramos otro caso: el del sabio San Jerónimo que se encuentra ya libre de toda distracción, tentación o interrupción, en un estado de perfecta contemplación, armonía y equilibrio. Un estado de silencio mental que le permite recibir la tenue luz que viene de más allá de su ventana y escuchar la suave brisa que sopla sobre las aguas del pensamiento. Es quien ha recorrido el camino hasta su meta, el maestro iniciático. En un sentido simbólico puede decirse que el santo se encuentra en el interior de la ciudadela a la que se dirige el caballero de la segunda estampa. Mientras éste está todavía en camino, San Jerónimo ha alcanzado ya la fuente de la eterna y divina Sabiduría (Hagia Sophia) y es uno con ella. Fuente que la figura melancólica de la primera estampa aún busca sin saber dónde está, pero hacia la que se dirige con fe y determinación el caballero del segundo grabado. Del santo puede decirse que el espíritu habla por él, pues está en contacto con la verdadera Sabiduría, que es la luz del mundo (uno de los títulos de Cristo) lo que define y distingue al sabio de los demás hombres.
Resumimos este carácter progresivo de la secuencia de imágenes brevemente: si el primer personaje es víctima, el segundo es guerrero en lucha y el tercero es maestro victorioso, alguien que ha llegado al final de su camino, alguien que ha vencido en su particular y personal guerra. Se puede entender ahora en qué consiste dicha progresión que anunciamos: Durero resume el camino iniciático que debe recorrer el hombre desde la ignorancia hasta la sabiduría, desde la oscuridad hasta la luz, en tres escenas que representan alegóricamente los correspondientes grados en la progresión espiritual. Su mensaje no podría ser más trascendente ni universal. Es el mensaje que defienden los Hermanos del Espíritu Libre del Bosco o la Familia Charitatis de Brueghel “el Viejo” y Hendrik Niclaes. Recuerde el lector que en el Terra Pacis, tratado de este último, habla también de un viaje desde la Tierra de la Ignorancia hasta la Tierra de la Paz Espiritual. ¿Acaso no hay enormes similitudes entre este viaje alegórico y las Estampas Maestras de Durero? Cada grado (o peldaño) en que Durero divide y resume el camino espiritual es mostrado por un personaje que se encuentra en un momento muy diferente de su camino respecto de los otros dos:
1. “Melancolía I”: aquel que no sabe cuál es su camino ni por dónde debe continuar. Podemos decir que está perdido, se halla rodeado por las tinieblas de la noche. El destino aún tiene poder sobre él.
2. “El Caballero, la Muerte y el Diablo”: aquel que sabe cuál es su camino y lo sigue con determinación pese a los obstáculos y a las penalidades. Providencia y destino se hallan en lucha en su vida.
3. “San Jerónimo en su estudio”: aquel que ha recorrido por entero su camino y ha llegado al fin último. El destino ya no puede nada sobre él porque a partir de él actúa ya la Providencia.
Unas breves palabras evangélicas parecen corresponderse bastante bien con este curioso y debatido tríptico que nos muestran las tres estampas:
<< En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. >>
Juan 16, 33
En efecto, en el primer grabado, “Melancolía I”, hay aflicción: el personaje está como atrapado aún en el mundo, prisionero entre las formas groseras de la materia. En el segundo grabado hay confianza, imprescindible para enfrentarse a los peligros del camino. Por fin, en el tercer grabado encontramos el único símbolo explícitamente cristiano de las tres estampas: el crucifijo que preside la mesa de san Jerónimo, símbolo justamente del que venció al mundo y pronunció las palabras antes citadas. Durero resume así magistralmente en tres escenas las etapas más generales de la búsqueda iniciática de la Sabiduría desde su comienzo en la “noche saturnal” (noche primigenia, alegoría del origen de su viaje espiritual) hasta su consecución definitiva, anunciada por la luz del espíritu y la aureola de santidad.
Se condensa en tres imágenes (que figuran también tres estados humanos, tres modos de ser en el mundo) el camino universal que conduce de la noche de la materia a la luz pura del espíritu. No en vano al final de este camino está el santo, aquel que vive en los cielos y no en la tierra, pues ya no es de este mundo. A menudo se argumenta que el grabado “Melancolía I” debía complementarse con otros tres grabados de modo que el conjunto mostrara los cuatro tipos humanos según la “teoría de los humores” tan extendida en el Renacimiento.[1] Pero de ser así, Durero habría construido una clasificación de los tipos humanos horizontal (los humores se dan en una persona indistintamente unos con otros), mientras que lo que se nos presenta en las tres Estampas Maestras es una ordenación vertical: los tres grabados presentan una jerarquía humana que viene establecida por el grado de conocimiento, de cercanía a lo divino o de realización, única jerarquía humana verdaderamente válida desde un punto de vista tradicional. Se trata por tanto de una ordenación vertical que remite a una jerarquía interior (y por tanto invisible) así como a una espiritual y ascendente. Y en tanto que la diferencia entre los personajes es ante todo interior podemos decir que es esotérica (del griego esoterikós, "lo de dentro"). Durero muestra tres etapas (a modo de tres momentos consecutivos) en el camino del hombre hacia el conocimiento, camino que a menudo ha sido comparado con una escala. Fíjate que en el grabado de “Melancolía I” hay una escalera de cuatro peldaños que sube hacia el cielo, detrás del pequeño edificio a espaldas de la figura alada. Ante la necesidad del artista de “dar forma” al mensaje que nos quiere mostrar estas tres etapas son representadas forzosamente por su imagen, es decir, por su aspecto exterior, pero la verdadera diferencia entre los personajes de las mismas está realmente en su interior. Lo exterior, lo que rodea a los personajes, es solo consecuencia, forma e imagen de su respectivo estado interior. El objetivo es entonces mostrar figuradamente, mediante tres alegorías, la senda que conduce al (re)encuentro del hombre con el espíritu.
[1] Esta teoría defendía que el cuerpo humano está formado por cuatro sustancias básicas llamadas “humores” (líquidos) cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Los “humores” fueron identificados como bilis negra, bilis, flema y sangre. Los individuos con mucha sangre eran sociales, con mucha flema eran calmados, con mucha bilis eran coléricos y con mucha bilis negra eran melancólicos.
Magnífico artículo, César... me parece un tema apasionante... gracias por sacarlo a la luz...