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Foto del escritorCésar R. Espinel

El museo del misticismo de Ávila

No lo voy a negar: desde que visité este lugar en septiembre del año pasado, uno de mis sueños es hacerme cargo de este centro. El motivo es que tengo sentimientos encontrados con este sitio, cuya visita tenía pendiente desde hacía años. Pero dejaré mi conclusión para el final. El centro de interpretación del misticismo de Ávila es un espacio único en Europa que pretende introducir a los visitantes en el fenómeno místico. Se ofrece como un compendio de la mística universal y como una obra de arte de rasgos místicos, aunque modernos. Se ubica en un edificio rehabilitado extramuros, y muy próximo al convento de Santa Teresa, en el que no se ha alterado el volumen, introduciéndose una estética contemporánea, cuyo rasgo más significativo es la cubierta prismática, que deja filtrar la luz a través de una membrana laminada exterior. Se organiza en cuatro salas, que coinciden con los cuatro principios universales en que los creadores han dividido la mística:


- Sala 1. La Tradición - Sala 2. El Conocimiento del yo, el lugar para estar con uno mismo - Sala 3. La Iluminación, la de la unión con Dios - Sala 4. La Acción, el regreso al mundo

SALA 1. LA TRADICIÓN

“Una palabra muere al pronunciarse,

dicen por decir. Yo creo que es entonces

cuando comienza a vivir”

Emily Dickinson, poetisa estadounidense (1830-1886)


A uno y otro lado de la sala, la simbología perenne del misticismo: la casa, el libro, el árbol, los espejos... Después, el Árbol de la Vida. Árbol de la Inmortalidad, el Axis Mundi o Centro del Mundo, el Árbol de la Vida hebreo, el Yggdrasil nórdico, el Etz Sefirot, el Árbol de las Emanaciones o Árbol de la Vida de la Cábala, la ficus religiosa o higuera bajo la que Siddhata Gotama alcanzó el Nirvana y se convirtió en Buda… representación y también reflejo de tantos y tantos árboles de la tradición religiosa y mitológica del mundo: el árbol que permite alcanzar el cielo desde la tierra y viceversa. Por último, Origen y Destino. La sala está rodeada de tierra volcánica, tierra del interior de la Tierra, de donde salimos y a donde volveremos, ley eterna de la condición humana “pues polvo eres y en polvo te convertirás” (Génesis 3:19).



SALA 2. EL CONOCIMIENTO


“Debe desmontarse el edificio de tu orgullo.

Y esa es una enorme tarea.”

Ludwig Wittgenstein, filósofo austríaco (1889-1951)


Al principio, la Esencia de las Cosas. Un velo que oculta y muestra al mismo tiempo, gracias a una textura abierta, varias capas superpuestas aluden a un tema universal de la mística: la esencia de las cosas está velada, escondida tras las apariencias. La estatua de la Isis velada a la entrada de la Escuela de Misterios de la isla de Philae en Egipto o Cristo curando a los ciegos. Las Raíces del Árbol se extienden. Innumerables rizomas recogen los nombres de algunos de los principales místicos universales, de todas las culturas, de todas las creencias, de todos los tiempos, pues la mística es esencia común. La Cuerda, que sube en vertical, mostrando un leve deshilachado que marca su presencia y su discontinuidad. La subida no es fácil, a pesar de las apariencias. Así nos lo recuerdan San Juan de la Cruz en Subida del Monte Carmelo y Santa Teresa en El castillo interior. El acceso directo no es posible para los mortales. Véase el destino de Belerofonte, el de Faetón, el de Ícaro. Solo Dante, en la mitología de la ascensión, fue advertido por Virgilio cuando intentó ascender por la montaña de forma directa y se encontró con la terrible fiera que le cortaba el paso: “que esta, por la que gritas, bestia brava, no cede a nadie el paso por su vía, y con la vida del que intenta acaba” (Infierno, I 95-96)


SALA 3. LA ILUMINACIÓN


“La nada es la llave. Abre a lo desconocido”

Edmond Jabès, escritor judío (1912-1991)


Lo primero, la Luz. Una invasión de luz que atraviesa las paredes convertidas en ventanas que dejan fuera cualquier visión, sólo para filtrar la luz. La luz que trae la Verdad. El Uno. La instalación simboliza la tensión entre el Uno, la piedra (lo eterno, lo imperecedero, lo permanente) y lo múltiple, la arena (el polvo, lo mutable, la ceniza de la humanidad, lo mortal y finito). Bereshit bara elohim et hashamayim ve'et ha'aretz, “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Del Uno, lo múltiple. En el mandala se aprecia la multiplicidad que se va reduciendo hasta el centro, hasta la unidad, el todo y la nada. Como es arriba es abajo, como es dentro es fuera, reza la máxima hermética. “Mi corazón es capaz de comprender cualquier forma: es monasterio para el monje, templo de ídolos, prado de gacelas, el Ka'ba votivo, las tablas de la Torá, el Corán. El Amor es mi credo; donde quieran que vayan sus camellos, él sigue siendo mi creador y mi fe”, escribió el gran Ibn Arabi en El intérprete de los deseos. Y tal fue la sabiduría y el conocimiento de la Unidad que alcanzó el gran sufí murciano que dejó escrito: “Él es el Primero y el Último, lo Exterior y lo Interior. Él aparece en su Unidad y se esconde en su Singularidad (…) Él es el Nombre y lo que es nombrado”. Así dijo en su Tratado de la Unidad. Y al final, la Nada. ¿Es la ausencia de todo? Al fondo de la sala, tres sólidas estelas imponen su presencia, vacías de todo signo, señal o grafía, “metáforas de la nada, fuga metafísica”. Como se ha citado al principio a Jabès, “la nada es la llave, abre a lo desconocido”. Esta concepción de la Nada como “meta” de la mística experimental no es habitual en Castilla. San Juan o Santa Teresa seguramente nunca habrían dicho que su unión con lo sagrado era la nada. Recordemos a Santa Teresa diciendo que “está el alma que parece que no le falta nada”. Se habla de un estado de plenitud absoluto, pero con el Todo. ¿Es lo mismo que la Nada? Esa “nada” parece encontrar mejor campo de cultivo en la mística del Lejano Oriente, donde tanto el taoísmo como el budismo o la rama vedanta advaita del hinduismo se encuentran mucho mejor reflejados en esa “nada”. Quien mejor puede definirlo es la filosofía dhármica concreta del budismo, la cual utiliza un término maravilloso: nibbana, nosotros lo conocemos como nirvana. Esta palabra proviene de un término sánscrito que significa, literalmente, “apagado”, como una vela. Entrar en el Nirvana es fundirse con esa Nada de la que hablan las tres estelas. La liberación de los deseos, de la conciencia individual y de la reencarnación. Nada permanece, salvo el Nirvana. Un taoísta nos diría lo mismo del Tao, un advaita lo mismo del Brahman. La concepción de la Nada como la energía del universo aparece hoy cobrando nueva fuerza con la física cuántica, la cual establece que, de existir Dios, lo más probable es que sea muy similar a lo que llamamos Vacío. No se trata únicamente de despojarse de ideas preconcebidas, prejuicios, bienes materiales o todo lo que se nos pueda ocurrir, sino el aprehender que no hay nada fuera de la Nada, o del Todo.


SALA 4. LA ACCIÓN


“Ni todo está dicho, ni todo está escrito, y así habrá siempre que escribir hasta el fin del mundo”

Miguel de Molinos, místico español, fundador del quietismo (1628-1696)


El Mundo. En la última sala se abre en la pared un ventanal que nos permite ver la calle, es decir, el mundo. Un mundo que no hemos abandonado en ningún momento de nuestro viaje. “Vive en el mundo sin pertenecer al mundo”, parece sugerir Jesús, tal y como se recoge en Juan 15:19. Los pies en la tierra, la mente y el corazón en los cielos. Volvemos al simbolismo del árbol: no olvidemos las raíces. No nos encerremos en nosotros mismos, en nuestro alimento espiritual, y dejemos de lado el material. Seamos como Marta y María, las hermanas de Lázaro de Betania. El Espino. Colgada en la pared, una pieza de hierro obra de Daniel Canogar. Sirve de recordatorio de que el mundo está lleno de dificultades, que debemos superar. Sin embargo, la herramienta de dolor puede serlo también de trascendencia. Porque el mundo es el mismo de antes, pero nosotros ya no somos los mismos que cuando nos fuimos. Si el viaje místico ha sido realmente tal y nos ha servido, ocurrirá como en El Mago de Oz: somos Dorothy que queremos regresar a Kansas, la misma ciudad gris y aburrida de la que queríamos escapar al principio, pero nosotros sí hemos cambiado. Y de nuevo, la tierra volcánica. El interior de nuestro planeta, nuestro destino final. Nada ha cambiado, y todo lo ha hecho.


Y ahora, la conclusión. El centro en sí no está mal, la idea es interesante... pero podría ser mucho mejor. Es un centro único que en Europa que trata un tema universal en una ciudad que lleva la mística como sello, y cuando sales te quedas con la sensación de que sí, pero no. Falta algo. Se te queda corto. No está bien explicado. Claro, si te dedicas al estudio de la religión y la mística puedes aprovecharlo mucho, pero la gente que no, que son la mayoría de los visitantes de Ávila, se queda igual que estaba al entrar. Extrañada, a lo sumo. Creo que el Ayuntamiento debería dedicar más tiempo y esfuerzo a mantener este lugar vivo (cuando entré yo estaba prácticamente vacío, había otras dos personas). Yo también introduciría un fondo documental abierto al público donde se pudiesen consultar las grandes obras de místicos y místicas de todos los tiempos. Que artistas contemporáneos, como ya han hecho, sean invitados a interpretar esos textos y a crear algo con ellos, y que sus creaciones vayan variando a lo largo de los meses. Que se faciliten visitas guiadas donde personas cualificadas puedan explicar el fenómeno místico a todo el mundo y hacerle partícipe de su magia. Tal y como está ahora el museo, se abrió así y así se ha quedado, dando la sensación de estancamiento y abandono. Y la mística es algo vivo y vibrante, y también nos pertenece a los hombres y mujeres del siglo XXI. Tal como está parece que la mística murió en el siglo XVI. Y es una lástima.


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