a petición de Joaquín Heredia
Si os preguntan ¿qué es el silencio?, responded: es la primera piedra del templo de la sabiduría.
Pitágoras (c. 569-c. 475 a.C.)
"Entro al Prado y soy consciente de que llevo días pensando, en medio del bullicio que llena Madrid poco a poco, cómo en el encierro quizás hemos hablado demasiado No me refiero a los políticos - que no han dado tregua -, sino a todos nosotros. Parecía un intento de curar el desconcierto con llamadas, reuniones interminables por Zoom; presentaciones, seminarios retransmitidos por streaming... Ha sido una forma de no parar, de llenar nuestras vidas de contenidos online; de distraer el miedo, la incertidumbre... Pese a todo, rodeada por los cuadros amigos en la galería central del Prado, añoro ese silencio que conseguía rescatar a ratos durante el encierro para entender el cambio trascendental que estaba experimentando la vida. Y lo echo de menos aquí, porque el Prado me lo devuelve. Presiento que lo radical no era el encierro, sino prepararse para salir con la consciencia de fragilidad que es ahora nuestra imagen colectiva. Es la lección del silencio a la cual me refiero y que hemos desperdiciado, tal vez, entre tanta conversación, soñando con que todo volviera a ser como antes. Sin embargo, nada volverá a ser como antes y solo aceptando la transformación podremos habitar el porvenir." Estas son algunas de las palabras que la escritora y profesora de arte Estrella de Diego (1958) publicó en una brevísima reseña sobre el "nuevo" Museo del Prado en el periódico El País, el sábado 13 de junio de 2020. Con su silencio, empiezo.
Se suele denominar "voto de silencio" a una práctica piadosa o de penitencia que es común a muchas tradiciones espirituales distintas, pero que no constituye uno de los votos monásticos (los célebres tres votos de pobreza, obediencia y castidad). No obstante, se suele atribuir con mucha frecuencia a alguna orden religiosa católica, como los cartujos o los trapenses, aunque ninguna de ellas la profesa de forma generalizada, pues no aparece ni en las constituciones ni en las reglas de las órdenes contemplativas. Por poner un ejemplo, San Benito habla en su Regla (Regula Monachorum o Regula Monasteriorum), de evitar la conversación innecesaria, pero nunca prohíbe hablar (esto impediría la comunicación entre personas que viven en una comunidad y que buscan precisamente ciertas características propias de la vida en común, al contrario que los eremitas). La práctica del silencio estaría enmarcada dentro de lo que San Benito llamaba conversio morum suorum ("conversión de costumbres"), es decir, el comportarse propiamente como un monje pero sin hacer voto de ningún tipo, simplemente asumiendo el silencio por respeto hacia un lugar y una comunidad de oración. Entre los cistercienses de estricta observancia desde el siglo XVII hasta 1960, después del Concilio Vaticano II, se practicaba un código de signos gestuales, pero esto únicamente se usaba en zonas donde no se debía hablar, como el claustro o el oratorio. En la práctica del yoga, lo que podríamos llamar "voto de silencio" es un ejercicio llamado manobratha, y se recomienda realizarlo una vez a la semana. Toda la actividad cotidiana esta permitida, menos hablar. Al día siguiente se producen diversas asociaciones cuando se nota que se ha perdido el deseo de hablar sin un propósito definido. Se habla menos y se escogen mejor las palabras para que tengan más significado, y se observa que lo que se dice tiene mayor influencia. Ése es realmente el poder del silencio, el darnos cuenta de la sacralidad de la palabra. Un voto de silencio después de la palabra evoca el silencio de antes de la palabra, y precisamente de ese silencio que se persigue a través del voto de silencio, el silencio que genera en aquel que lo practica el sentimiento de infinitud, es del silencio que vamos a hablar hoy.
Hay silencios y silencios. La mujer del cuadro Silencio, de Odilon Redon (c. 1911), invoca silencio, y su gesto meditabundo nos indica que está buscando algo más que un silencio personal en el que es mejor lo que queda sin decir, más incluso que el silencio atronador con el que nos podríamos sentar al borde del Gran Cañón en una tranquila tarde. En vez de eso, la mujer nos llama al más profundo de los silencios, aquel en el que puede oírse la voz del Enteramente Otro. A un nivel simbólico, el silencio es parte de toda tradición sagrada, porque todos saben que los misterios profundos sólo se revelan en el silencio. En una reunión de cuáqueros, por ejemplo, un silencio prolongado llega a unir misteriosamente a los miembros, una palabra dicha como llamada o guía desde el silencio puede evocar una verdad más elevada. El Espíritu Santo es el compañía del silencio. El silencio en una partitura de música forma parte de la composición, no está fuera de ella.
En palabras de Xavier Meloni (1962), el silencio es indispensable para llegar a ser libres, el silencio es el espacio de la libertad, el espacio de la creatividad, el espacio de ser verdaderamente nosotros y no otro, o lo que se espera de nosotros. Para eso debemos conectar con nuestra fuente, y esa fuente está en lo más profundo de nosotros. Y eso más profundo es, al mismo tiempo, aquello que llamamos Dios. Porque nosotros no la generamos, esa profundidad está en todos y en todo, y eso profundo que está en todos se entiende como Dios. Pero Dios está en cada uno de nosotros y sólo podemos acceder a Él a través de nosotros. Por lo tanto el silencio es la puerta hacia nosotros mismos. Silenciarse es distanciarse. Y en ese distanciamiento uno conecta consigo mismo, pero no desde los pensamientos continuos que estamos teniendo ni desde las conexiones de las cuales estamos dependiendo, sino que de repente estamos siendo conscientes de que somos nosotros, y que nadie puede ser nosotros sustituyéndonos. Hacer silencio es conectarse con esa fuente primordial a la que nos referimos como Yo. Y ese "Yo" piensa, siente, habla... pero muchas veces nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras palabras nos sacan de nosotros mismos, y reaccionamos sin darnos cuenta de por qué estamos reaccionando así. Silenciarse es darse cuenta de algo que es anterior, que es desde donde pienso, siento, hablo, decido... eso es hacer silencio, conectarse con algo mucho mayor que yo mismo, pero que al mismo tiempo está dentro de mí mismo. ¿Cómo podemos saber que estamos haciendo silencio? Porque se crea un espacio interior que nos calma y al mismo tiempo nos clarifica: de pronto, muchos colapsos mentales que tenemos, de problemas o de lo que sea, los vemos desde otro lugar y se disuelven automáticamente. Porque estamos en el lugar verdadero, el makom de Jacob. Y ese espacio, ese lugar, esa fuente se manifiesta en nuestra respiración: tengo que darme cuenta de que estoy inspirando y expirando, estoy respirando el momento presente, me estoy entregando al momento presente, y disponiéndome para vivir la jornada que va a aparecer o preparándome para la conversación que voy a tener, o para el examen que tengo que afrontar, o para cualquiera de las cosas que voy a hacer; respirar antes con un momento de conciencia, ser consciente de la respiración que nos vincula con el ser en el silencio, eso es conectar con uno mismo.
Silencio y respiración, respiración en silencio... ¿Nosotros respiramos o somos objeto de la respiración? El término sánscrito prana significa literalmente "respirar hacia adelante", puesto que hace referencia a la fuerza de la vida y a la energía vibratoria de toda manifestación del Principio Supremo que lo abarca todo. Los textos sagrados de la India describen la respiración vital de cualquier ser vivo, que es rítmica y palpitante, como la forma microscópica de la alternancia entre el día y la noche, de la actividad y el descanso, del tiempo cósmico. Después de todo, toda manifestación del mundo físico no es sino ilusión (maya), y nuestra verdadera naturaleza es la esencia divina que reside en nuestro interior (atman), reflejo del gran Brahman. Dicho en otras palabras, todo ser vivo no es sino parte y todo del Brahman, y su respiración es la del propio Dios. En el lapso entre creaciones sucesivas, el dios Maha-Vishnú, después de haber acogido el universo en su seno, duerme mientras flota en el océano primordial entre los anillos de la serpiente cósmica Shesha, la Interminable. Su respiración es profunda, sonora y rítmica, Heinrich Zimmer la define como "la melodía mágica de la creación y la disolución del mundo". Es el canto del dios egipcio Amón transmutado en oca, el suave mantra ham-sa de la respiración situado a la vez en el centro del universo y en el corazón del individuo. "Tal y como los radios permanecen sujetos en el centro de una rueda, todo se manifiesta unido en la respiración" , dice el Chandogya Upanishad. El yogui, en la inspiración ham y la expiración sa controladas, escucha la misma melodía que resuena en el corazón de Vishnú, mientras se revela la presencia interna del atman, el reflejo del Ser Supremo.
Los griegos llamaron Harpócrates a Horpajered, el Horus niño de los egipcios alejandrinos. Su historia aparece en los Textos de las Pirámides (c. 2350 a.C.): es el dios Horus niño que espera en Buto a su madre Isis mientras ésta va en busca de los pedazos de Osiris. Representa al sol débil del amanecer y del invierno, desnudo y desprotegido. Sin embargo, los griegos lo convirtieron en divinidad del secreto, el silencio y la discreción, al interpretar el dedo en la boca como un gesto de silencio. Se transformó por tanto, en palabras de Plutarco (siglo I), en "aquel que rectifica y corrige las opiniones irreflexivas, imperfectas y parciales tan extendidas entre los hombres en lo que concierne a los dioses. Por eso, y como símbolo de discreción y silencio, aplica ese dios el dedo sobre sus labios."
No es casual que un joven Adolph Marx, al pesarse en una báscula de la suerte y salirle una tarjeta que decía: "Habla usted demasiado. Recuerde: el silencio es oro", decidiese pasarse al silencio. O, al menos, eso dicen. Lo que sí es cierto es que, con el tiempo, este cómico sería conocido como Harpo Marx. Pero el silencio también es útil como respuesta digna a aquellos fenómenos exteriores que pretenden agitar nuestras aguas internas.
Según Encyclopedia of Religion (1986), editado por Mircea Eliade, "un filósofo preguntó una vez a Buda: '¿Me podrías decir la verdad sin usar palabras y sin dejar de usarlas?' Buda permaneció en silencio. Dado que el silencio real está más allá de las palabras, y de la ausencia de ellas, esta respuesta liberó al filósofo de su engaño." Esta perspectiva del silencio no se hace eco de la tramposa afirmación quien calla, otorga. Otro ejemplo: "El alma libre, si no quiere, no responde a nadie que no sea de su linaje; pues un gentilhombre no se dignaría responder a un villano que lo retara o requiriera a batalla; por ello, quien reta a un alma así no la encuentra, sus enemigos no obtienen respuesta." Esta cita está extraída de El espejo de las almas simples, capítulo 88, obra de la beguina Margarita Porete que fue condenada por herejía y quemada en la hoguera el 1 de junio de 1310. Y es que una de las cosas que más sorprenden de su proceso es que aquella mujer tuviera la presión de todo el aparato político y religioso de la Francia del siglo XIV tras ella y respondiera con un ostentoso y digno silencio el tiempo que permaneció encarcelada en espera de juicio, durante un año entero. Ya lo decía Ramón y Cajal (1852-1934): "De todas las reacciones posibles ante una injuria, la más hábil y económica es el silencio." Un ejemplo más: nos cuenta Manuel Fernández Muñoz, en 99 cuentos y enseñanzas sufíes, que "hace algún tiempo, mientras un maestro sufí impartía sus enseñanzas, un hombre perverso que le estaba escuchando, a cada palabra suya, se reía intentando provocarle. No obstante el derviche, ignorándolo por completo, siguió con su exposición hasta el final. Los discípulos, extrañados, le preguntaron por qué no había echado de allí al extranjero, a lo que el maestro contestó: Si ese hombre no se riera de la sabiduría, la ignorancia no sería ignorancia. Y si la sabiduría entrara en el juego de la ignorancia, tampoco sería sabiduría. Como el veneno no puede estar en el mismo recipiente que su antídoto, la ignorancia no puede convivir con la sabiduría y la ataca. Sin embargo, a la sabiduría no le hace falta atacar a nadie porque conoce el lugar que cada uno ocupa en la creación."
Por todo esto que estamos hablando conviene distinguir muy bien entre el silencio y el mutismo, pues tienen significaciones muy diferentes. El silencio es un preludio de apertura a la revelación, el mutismo es el cierre a la revelación, bien sea por un rechazo a recibirla y a transmitirla o como castigo por "haberla enredado con el alboroto de gestos y pasiones", en palabras de Jean Chevalier (1906-1993). El silencio abre un canal, el mutismo lo corta. Toda tradición religiosa presenta el silencio como la antesala de la Creación, y puesto que hubo silencio antes del origen, también habrá silencio al final de los tiempos. El silencio encarna el caos, que la física define como "evolución temporal de un sistema determinista muy sensible a las condiciones iniciales". Tan sensible es el silencio que se rompe y desaparece con una palabra, con un susurro, con un suspiro. El silencio envuelve los grandes acontecimientos, el mutismo los oculta. El silencio otorga a las cosas grandeza y majestad, el mutismo las desprecia y degrada. El silencio marca el progreso, el mutismo la regresión. El silencio, según las órdenes monásticas que lo practican, es una gran ceremonia. Dios llega al alma que hace reinar en ella el silencio, pero deja muda a la que se disipa en charlas. El silencio es la herramienta que nos lleva al lugar del encuentro interior con la trascendencia. Y el voto de silencio es la promesa que nos hacemos a nosotros mismos de perseguir ese silencio.
Hace ya muchos años leí una frase de Xavier Melloni que me encantó: "El silencio no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego'. En ese sentido, por mi experiencia, el silencio real no es tanto el silencio del habla, sino el silencio de la mente; una mente plácida y no caótica es la que, en mi experiencia, trae la paz al corazón, la verdadera práctica espiritual del silencio.