Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente;
enfrentar solo los hechos esenciales de la vida
y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar.
Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida...
para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido.
Henry David Thoreau (1817-1862)
Durante siglos, los bosques han marcado los límites del control humano. En todo el mundo, la humanidad ha tenido que ganarse su espacio comiendo terreno a los grandes bosques de Europa, América y Oriente. En África, antes de caminar erguidos, nuestros antepasados homínidos vivían en los árboles y dependían de ellos. Actualmente, en Japón, las personas practican el denominado shinrin-yoku, "baño de bosque", para volver a la armonía natural en un presente marcado por el ritmo vertiginoso de los laberintos de hormigón en los que habitamos. El bosque es nuestro origen, y actualmente está en peligro. La Tierra tiene 4,6 billones de años. Si lo trasladamos a 46 años, los seres humanos hemos estado aquí 4 horas. La Revolución Industrial empezó hace 1 minuto... y en ese tiempo, hemos arrasado la mitad de los bosques del planeta. El bosque es nuestro origen, pero es urgente que lo consideremos también en nuestro futuro. Me hace gracia cuando escucho a personas echar pestes sobre el pensamiento religioso y decir que lo único que éste hace es atrasar a la humanidad en su marcha hacia el progreso, cuando precisamente ha sido el pensamiento religioso el que ha mantenido el bosque a salvo durante siglos.
El bosque tiene un significado dual interesante. En cierto sentido el simbolismo es el mismo que el del océano o el desierto: puesto que están fuera de los campos de la conciencia representados por el pueblo, la ciudad, el hogar o el castillo; los bosques representan el inconsciente en su estado más puro, el caos primitivo, la potencia absoluta donde todo está contenido y nada se manifiesta. Pero por otro lado, ese aspecto caótico del bosque queda atenuado al desvelarse en su propio orden interno la manifestación del ciclo de la vida: el nacimiento de la primavera y la plenitud del verano hasta la decadencia del otoño y la muerte estéril del invierno. No obstante, esos límites entre lo consciente y lo inconsciente, entre el orden y el caos, a menudo en los relatos mitológicos se desdibujan. ¿Cuántas veces hemos escuchado historias sobre un protagonista - a menudo joven - que habita en la linde de un bosque y que, por alguna razón, debe internarse en él? El bosque es la representación de esa 4ª cuarta etapa del Viaje del Héroe que consignó Joseph Campbell en su obra El héroe de las mil caras (1949) y a la que llamó "El primer umbral": el héroe ingresa en el campo de lo desconocido, peligroso e ilimitado, sujeto a unas leyes que ignora. El bosque se convierte así en un espacio de soledad y armonía, de embrollos y conocimiento, de enfermedad y curación, de anulación y aprendizaje, de grandiosidad y obstrucción, de crecimiento y putrefacción. Es el hogar de los elfos bondadosos o perversos, de las brujas, de los sátiros, diablos, magos, hechiceros, ángeles y hadas. Al igual que los espíritus animales, comparten su sabiduría, muestran el camino o despedazan al viajero. Un joven que alcanza la mayoría de edad o un chamán en su iniciación acudirán al bosque en busca de una visión. Muchos viajes psicológicos y espirituales comienzan, como lo hizo el de Dante en La Divina Comedia (1304-1321), entrando en el oscuro bosque interior. Y debido a que el bosque posee una, en palabras de Jung, "misteriosa impenetrabilidad (...) las cosas aparecen y desaparecen de repente, y no hay caminos, cualquier cosa es posible." La vegetación gobierna en el bosque, es el dominio de la Gran Diosa.
"A mitad del camino de la vida en una selva oscura me encontraba". Así comienza Dante su obra, y así lo ilustra Gustave Doré en este grabado para Infierno I (1868). Visto en conjunto nos parece que el bosque es eterno, un árbol reemplaza a otro y todos juntos sobreviven a las épocas mientras otras vidas se desvanecen. Uno puede desaparecer en el bosque y escapar de la vida... aunque la noción hindú de la vida incluye el convertirse en un vanaprastha o "habitante del bosque", una vez terminadas las obligaciones familiares, para alcanzar el moksha o liberación espiritual. Así hizo por ejemplo el rey Dásharatha, padre de Rama, según la epopeya religiosa Ramayana (siglo III a.C.). El bosque es un espacio de autoconocimiento y, por lo tanto, también de superación. El primer bosque mítico del que se tiene noticia es el célebre Bosque de los Cedros custodiado por el dios-demonio Hûmbaba, un lugar al que llegaron Gilgamesh y Enkidu en busca de aventuras y gloria, según el Poema de Gilgamesh (2500-2000 a.C.). A los sagrados bosques de la Antigüedad iban también los hombres a curarse y a comulgar con las deidades. Una puerta torii japonesa da simplemente al santuario natural de un bosque, normalmente de coníferas. Caperucita Roja se adentra en el bosque donde experimentará su transformación de niña a mujer, al igual que les ocurre a Hansel y Gretel. Los bosques son lugares de encuentro con uno mismo y con la grandiosidad de la existencia en todas sus facetas: la vida, la muerte y el renacimiento. No es extraño que el ser humano lo conciba como un espacio sagrado porque, como dice Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano (1957), "no hay que olvidar que, para el hombre religioso, lo 'sobrenatural' está indisolublemente ligado a lo 'natural', que la Naturaleza expresa siempre algo que la trasciende. Como hemos dicho ya, si se venera a una piedra sagrada es porque es sagrada y no porque sea piedra; la sacralidad manifestada a través del modo de ser de la piedra es la que revela su verdadera esencia". Si aplicamos esta noción a la vegetación del bosque, ocurre exactamente lo mismo: los bosques son sagrados porque lo divino ha decidido morar en ellos, no por su mera realidad física. Lo que es primigenio en nosotros mismos cobra vida gracias al bosque original, nuestra naturaleza más íntima.
En el Dhammapada budista, uno de los principales textos del Canon Pali (siglo III a.C.), se puede leer que "los bosques son benignos cuando el mundo no entra allí; el santo halla su reposo." Los griegos consideraban los bosques espacios sagrados bajo la protección de la terrible diosa Artemisa, especialmente el de Dodona. En las lenguas célticas existe una interesante correspondencia semántica entre el bosque y el santuario, nemeton. El árbol, en tanto símbolo de vida, es considerado un lazo que une el cielo y el inframundo, que son los espacios de la eternidad: los templos en piedra no se empezaron a construir en la Galia hasta después de la conquista romana. Escribía Víctor Hugo en La leyenda de los siglos (1859): "Los árboles son como mandíbulas que roen los elementos, esparcidos en el aire suave y vivo (...) todo les parece bueno, la noche, la muerte (...) y la tierra alegre mira la selva formidable comer." Recordemos que hemos hablado antes del sentido de ambivalencia del bosque, la angustia acompaña a la serenidad y la opresión a la simpatía, como todas las manifestaciones poderosas de la vida. Séneca les dedica también una poderosa evocación en la 41ª de sus Cartas a Lucilio (63-65), donde escribe: "Esos bosques sagrados poblados de árboles antiguos de altura inusitada, donde las ramas espesas superpuestas hasta el infinito roban la vista del cielo, el poder de la floresta y su misterio, la confusión que infunde en nosotros esta sombra profunda que se prolonga en sus lontananzas, ¿todo eso no da el sentimiento de que un dios reside en este lugar?" La selva o el bosque sagrado es un centro de vida, una reserva de frescor, de agua y calor asociados, una suerte de matriz, la fuente de la regeneración. En los sueños se manifiesta como un deseo de seguridad y renovación. Asociado a las montañas y a las grutas y cavernas, el bosque es la máxima expresión simbólica de la inagotable reserva de vida y un profundo conocimiento del Ser. Por lo tanto, para conocerse a uno mismo y a aquello que nos trascienden conviene seguir el consejo de San Juan de la Cruz y entrar más adentro en la espesura. Y "la criatura, al adentrarse en la propia espesura, por haber sido llamada, ¿habrá sido, en realidad, elegida? Elegida y llevada, aún en su mismo abandono sentido por ella, a un estado de tal pasividad, tal como si no hubiera nacido del todo y fuera a ir a nacer ahora, a renacer sin morir, lo que literalmente se llama morir, deshaciéndose por amor, que si por amor no fuera, es decir que si ella retrocediese, atravesaría su propia espesura desnaciéndose, cuando menos negando su propio nacimiento, regresando o ingresando en la espesura total." (María Zambrano, Claros de bosque, 1, 1985)
Leonora Carrington plasma en Un sueño en el bosque (c. 1958) las fantasías y los miedos que despierta este elemento natural en el alma del ser humano. Las corrientes artísticas del surrealismo y el simbolismo han utilizado a menudo este entorno para sus representaciones artísticas. De hecho, Jeroen Van Aeken (c. 1450-1516) se cambió el nombre a Hieronymus Bosch, que significa "el bosque de nombre sagrado"
No podemos olvidar que el bosque es el mesocosmos del árbol, y que a simple vista los árboles pueden parecer seres solitarios, pero no es así. Bajo tierra, los árboles hablan, intercambian y guerrean entre ellos. Lo hacen a través de unos hongos que crecen dentro y alrededor de sus raíces. Estos hongos suministran nutrientes a los árboles y, a cambio, reciben de ellos azúcares. Los científicos descubrieron hace pocos años que esta conexión es mucho más profunda de lo que se pensaba ya que, al conectarse a la red de hongos, los árboles pueden compartir recursos entre ellos. Es como una especie de Internet subterráneo que les ayuda a comunicarse unos con otros. Se cree que los árboles más viejos, denominados "Árbol Madre", utilizan esa red de hongos para suministrar azúcares a los árboles más jóvenes en la sombra, para que así tengan más probabilidades de sobrevivir. Por otro lado, los árboles enfermos o moribundos pueden verter sus recursos en esta red para que puedan ser utilizados por sus vecinos más sanos. Las plantas también usan los hongos para enviarse mensajes. Si son atacadas pueden lanzar señales químicas para advertir a sus vecinas y así estas aumenten sus defensas. Sin embargo, al igual que Internet, esta red de conexiones tiene también un lado oscuro. Algunas orquídeas, por ejemplo, digamos que "hackean" el sistema para robar los recursos de los árboles aledaños. Otras especies, como el nogal negro, esparcen químicos tóxicos para sabotear a sus rivales...
En conclusión, se sospecha desde hace tiempo que los organismos están más conectados de lo que parece a simple vista. Por eso, en nuestra próxima salida al bosque, convendría que nos tomásemos un minuto para considerar todo lo que está ocurriendo bajo nuestros pies, así como lo que crece por encima. Recordad la célebre máxima hermética: "Lo que está arriba es como lo que está abajo."
El mundo es en esencia simbólico :D
Me encantó el post... me ha gustado mucho, entre otras cosas, esta expresión del Dhammapada: "los bosques son benignos cuando el mundo no entra allí; el santo halla su reposo."... Realmente, cualquier elemento -en este caso el bosque- esconde un 'hilo de Ariadna' del cual tirar en el ámbito de la simbología y la mitología... Gracias