Este viernes pasado, 24 de septiembre de 2021, la Universidad de Estambul (Turquía) reveló al mundo los hallazgos que habían tenido lugar en un yacimiento conocido como Karahan Tepe. Aunque este yacimiento se conocía desde 1997, no fue hasta 2019, tras la desescalada del conflicto sirio, que se han podido llevar a cabo las excavaciones. Y no ha sido hasta este año que el equipo del profesor Karul Necmi ha alcanzado el nivel estratigráfico que nos interesa. Karahan Tepe está situado a 30km al sudeste de otro lugar absolutamente extraordinario: Göbekli Tepe, el impresionante complejo megalítico situado en la región turca de Sanliurfa (antigua Edesa) que tiene una antigüedad de unos 11.000 años y que ha sido considerado como el primer santuario de todos los tiempos donde pudo nacer la conciencia de lo sagrado que dio origen a la civilización. O así era, hasta ahora.
Y es que Karahan Tepe parece ser cientos de años anterior a su vecino Göbekli Tepe, remontándose su cronología hasta el 9400 a.C., por lo que tiene unos 11.400 años de antigüedad, aproximadamente. El modelo constructivo de Karahan Tepe recuerda mucho al de Göbekli Tepe: hay una gran sala en forma de círculo, que en este caso tenía 23 metros de largo, con dos grandes pilares en forma de T que sujetaban un tejado probablemente realizado en madera. Sin embargo, lo que se ha encontrado en Karahan Tepe lo hace más especial, aún si cabe, que su vecino. En primer lugar, han hallado más de 300 estelas y pilares tallados en piedra caliza junto a otras tantas esculturas de diversa tipología: además de las que representan a animales como leones o reptiles, algunas de tamaño espectacular, como las que guardaban la puerta del santuario (algo propio también de Göbekli Tepe); las que más llaman la atención son las antropomorfas, es decir, las que tienen forma humana. Y es importante destacar que hasta ahora no se habían encontrado representaciones de seres humanos completos, es decir, de pies a cabeza. De hecho, de entre todas estas figuras, destaca una que es bicéfala y de la que solo se conserva la parte superior.
En esta pieza se observan detalles realmente increíbles que han dejado con la boca abierta a los investigadores. Por ejemplo, lo que parece una cinta que sujeta el pelo a una de las cabezas, mientras que la otra muestra unas estrías que simulaban el propio cabello. Pero está claro que lo que más llama la atención es el hecho de que sea bicéfala. Y tratándose del santuario más antiguo de la historia de la humanidad, se considera que podría representar la dualidad (joven-viejo, hombre-mujer, bueno-malo), un concepto religioso profundamente arraigado en el ser humano desde el principio. La cabeza simboliza en general el ardor del principio activo, pues incluye la autoridad de gobernar, de ordenar y de esclarecer. Simboliza también el espíritu manifestado con respecto al cuerpo, que es una manifestación de la materia. Por su forma esférica, Platón decía que la cabeza humana es comparable a un universo. Es un microcosmos: todos los sentidos convergen hacia el Uno y hacia el simbolismo de la perfección y la divinidad. La cabeza contiene el cerebro, los ojos, las orejas, la nariz y la boca, todos ellos elementos esenciales de la consciencia, la inspiración y la expresión humanas. Es en la cabeza donde la mayoría de los pueblos antiguos situaban el alma, la vitalidad, el poder y un daemon o genio, y se creía que contenía el espíritu esencial de una persona o deidad. Esto será importante para algo que comentaremos después. Como la cabeza simboliza el espíritu inmortal, con frecuencia se asocia a la resurrección y al poder oracular, que continúa después de la muerte, como ocurrió con las cabezas de Osiris, Orfeo, san Juan Bautista y muchos santos cristianos e islámicos (llamados cefalóforos, "portadores de cabezas").
Lo que ha llamado la atención de los investigadores es que la escultura tenga dos cabezas, pero tampoco es tan raro: todas las mitologías del mundo aluden a seres policéfalos, sean animales, gigantes, hombres, genios o dioses. Cada una de estas cabezas es una de las manifestaciones particulares de lo Uno; por ejemplo un dios tricéfalo expresa tres aspectos de su poder. Una serpiente de siete cabezas, el naga, expresará en cambio el simbolismo de ese número asociado a su propio simbolismo: la fecundidad indefinida. La aritmética simbólica se combina con el símbolo particular de ser policéfalo. Las tres cabezas de Hécate, diosa de las encrucijadas, las tres cabezas de Cerbero, guardián de los infiernos, y las tres cabezas de Indra, rey de los cielos, se refieren a las relaciones que los dioses y el perro mantienen con los tres mundos. Jano tiene dos cabezas para ver adelante y atrás, el pasado y el porvenir, mientras que las dos cabezas del hindú Agni miran al mismo tiempo al reino de los devas y al de los hombres. Brahma, otro dios hindú, se representa a menudo con cuatro cabezas que representan el alma del cosmos. Según Horapolo, escritor del siglo IV y autor de Hieroglyphica, "dos cabezas acopladas, una de hombre y otra de mujer, eran en Egipto un símbolo de protección contra los malos espíritus." ¿Podría esta práctica egipcia tener su origen en esta escultura bicéfala del remoto Karahan Tepe? Quién sabe.
¿Recordamos lo que hemos dicho antes de que en el mundo antiguo se consideraba que la esencia de una persona o divinidad residía en su cabeza? Bien, pues resulta que a muchas de las estatuas humanas se las decapitó, se les amputó la nariz y se las colocó con sus rostros al revés, con la mirada hacia los muros y paredes del propio santuario. Las prácticas mundiales de la caza de cabezas y la decapitación se explica por la poderosa magia encerrada en la cabeza: como se creía que en ella residía el espíritu y el poder del individuo, su extirpación y uso ritual capturaba ese poder, que iba a parar al captor, a su comunidad y a la tierra. El mito griego de Perseo y la gorgona Medusa o el mito acadio de Gilgamesh y Hûmbaba son muestra de ello. Ahora bien, lo de la nariz y la mirada del revés... es un poco más complicado. Volviendo con los egipcios, ellos consideraban que la nariz era el orificio más importante del cuerpo, y como tal la trataban con todo cuidado durante la momificación. De hecho, aunque el faraón Seneferu fundara la mayor dinastía constructora de pirámides del antiguo Egipto, su ansia de inmortalidad está captada mejor en un relieve sobre su íntimo intercambio de aliento con la diosa leona Sejmet, nariz contra nariz. Pero también los egipcios amputaban la nariz a sus enemigos con malicia para impedir que sobrevivieran en el mundo de los muertos. ¿Podría estar relacionado esto con las estatuas "desnarizadas" del santuario?
Quizá, pero, decapitados y privados de nariz, ¿por qué hacerles mirar hacia el interior del santuario? Tal vez porque, desprovistos de cuerpo para interactuar con el mundo y de nariz como fuente de vida, solo les quedan los ojos y los oídos. El ojo recibe y emite luz, mira hacia fuera y hacia dentro (si quieres experimentar la Unidad, cierra los ojos), es el espejo del alma y una ventana al mundo, revelando y percibiendo. Puede ver demasiado o estar ciego. El ojo ilumina, comprende, expresa, protege, abrasa y mira. Sentimos que nos conocen por la forma en que el otro demuestra que nos ve. En asuntos de sabiduría, la clarividencia siempre se ha considerado más exacta o visionaria que los ojos. Un testigo ocular puede engañarse, pero los ciegos ojos de la Justicia siempre ven la verdad. Por ello, aunque el ojo es asociado tradicionalmente a la luz, la inteligencia, la razón y la conciencia espiritual; el ojo interno ve con visión nocturna y una consciencia más oscura con la que se adentra en la sabiduría de los sueños y en todos los elementos inconscientes y emocionales que también abarcan la plena comprensión humana. El ojo corresponde a la iniciación, a visiones fugaces de belleza, a las cuestiones básicas de la experiencia y a los secretos del alma. Ahora bien, ¿qué veían esas cabezas cortadas? ¿Y qué escuchaban?
La Antigüedad sugiere lo importante que es para nosotros escuchar, sobre todo los "sonidos" suaves que insinúan las religiones por medio de su metáfora del oído. Los indicios espirituales de los reinos desconocidos llevaron a una antigua cultura de escucha intuitiva en la que dioses y humanos entablan conversación, que es precisamente lo que se hace en el interior de un santuario. Ahora bien, ¿cómo se hacía esto en Karahan Tepe hace más de 11.000 años? No lo sabemos.
Además, los arqueólogos han dado a conocer que en uno de los extremos de la gran sala del santuario, la de los 23 metros que hemos comentado al principio, se ha encontrado una especie de altar profusamente decorado con estelas y figuras totémicas que, según los expertos, pudo estar destinado a que el líder o líderes religiosos del grupo o grupos humanos que levantaron el lugar llevaran a cabo los rituales junto al resto de la comunidad. Y en tercer y último lugar en cuanto a particularidades, anexo a este recinto circular, sus constructores tallaron en la misma piedra una especie de piscinas presididas por una escultura de un rostro masculino que se llenaban recogiendo el agua de la lluvia a través de unas rudimentarias canalizaciones, articulando seriamente la posibilidad de que el agua fuera considerado un elemento con una simbología especial y una función importante en el lugar de culto.
El hecho de que el agua ocupara un lugar importante en su sistema de creencias no es en absoluto extraño, ya que en otras muchas culturas y religiones antiguas y no tan antiguas, el agua juega un papel fundamental de una u otra forma: el agua es instrumento de purificación ritual del islam a Japón, pasando por los ritos de los antiguos fu-chuei taoístas (los señores del agua consagrada), sin olvidar la aspersión o inmersión en agua bendita de judíos y cristianos. Las significaciones simbólicas del agua pueden reducirse a tres temas dominantes: fuente de vida, medio de purificación y centro de regeneración. Las aguas, masa indiferenciada, representan la infinidad de lo posible, son el origen de los orígenes, la promesa del desarrollo, pero también la amenaza de la reabsorción. Sumergirse en las aguas para salir de nuevo sin disolverse en ellas totalmente, salvo por una muerte simbólica, es regresar a las fuentes, recurrir a un inmenso depósito de potencial y extraer de allí una fuerza nueva: una fase pasajera de regresión y desintegración que condiciona una fase progresiva de reintegración y regeneración. En las antiguas culturas de Turquía el agua descendente y celeste, la lluvia, es la semilla uránica que viene a fecundar la tierra. Como dice Paul Claudel: "Espejo menos que escalofrío... a la vez pausa y caricia, pasaje de un arco líquido en un concierto de espuma." Está claro que sólo los poetas deberían ocuparse de los líquidos.
De cualquier modo, conviene no olvidar que este lugar, Karahan Tepe, al igual que Göbekli Tepe, fue levantado por una sociedad de cazadores-recolectores, nómadas, pues en las fechas que estamos manejando todavía no se había inventado la agricultura, y los albores del Neolítico aún tardarían bastante en llegar. Este hecho eleva aún más el valor del sitio, pues para levantar un lugar de este tamaño y características hizo falta muchísima mano de obra, y sobre todo, que esa mano de obra tuviera una capacidad de organización social que se desconocía para entonces, máxime si estamos hablando de pequeños grupos humanos nómadas que no disponían de un lugar habitacional fijo y que disponían de un desarrollo tecnológico muy muy rudimentario y limitado. Además, para sumar otro interrogante a este tema, tal y como sucedió también en el santurio vecino, cuando Karahan Tepe fue abandonado en torno al año 8.000 a.C., también éste fue cuidadosamente tapado y sepultado para que no quedase rastro de él a la vista. Sé lo que os estáis preguntando, que por qué, por qué estos grupos humanos que utilizaron ambos santuarios para sus ritos durante más de 3.000 años decidieron hacer esto. Bueno, yo también me lo pregunto. Y los investigadores que llevan años trabajando sobre el terreno también se lo preguntan.
El caso es que lo realmente importante es que estos hallazgos, junto a los efectuados en Göbekli Tepe, obligan a replantearse muchas de las teorías asentadas durante décadas sobre el nacimiento y organización de las primeras sociedades pre-neolíticas en Oriente Próximo. Porque estamos hablando de que hace casi 12.000 años, es decir, aproximadamente 3.000 años antes de que surgiera la agricultura y, por extensión, la sedentarización humana que dio paso al Neolítico; diversos grupos de personas errantes, que vivían repartidor por las zonas más septentrionales de la actual Turquía y el norte de Siria y que, como resulta obvio, compartían una serie de creencias, se pusieron de acuerdo para construir entre todos varios recintos ceremoniales enormes con un alto nivel de perfección técnica para las fechas que estamos manejando que invita sin duda a querer conocer mucho más sobre nuestros orígenes.
Este gran tótem leopardo es la pieza más espectacular encontrada en el yacimiento. Milagrosamente intacta, fue hallada en actitud de guardián. La pieza representa a un hombre cargando con un leopardo, animal tan representado en Karahan Tepe que podría ser su animal totémico protector o simbólico
Las esculturas de los inicios de Karahan Tepe combinan a hombres con depredadores, como se puede ver en los numerosos tótems encontrados en el lugar. Estas representaciones se situaban a veces mirando hacia la entrada de la habitación, para espantar con su fiero aspecto todo lo que quisiera entrar sin permiso en las vidas de los locales, desde catástrofes naturales a malos espíritus. Pero con el tiempo, la aparición y extensión de la agricultura separó al hombre de sus raíces nómadas, con lo que los animales fueron desapareciendo de la iconografía religiosa en favor de una visión más antropocéntrica. Máscaras y retratos humanos suplantaron pues a los depredadores, cuya influencia sobre las vidas de los habitantes iba disminuyendo conforme se dominaba la tierra.
En conclusión, los recientes descubrimientos realizados en los últimos dos años han desvelado al mundo un yacimiento de suma importancia. Tan relevante como lo fue Göbekli Tepe en los años noventa, el santuario de Karahan Tepe nos permitirá comprender mejor a estos grupos humanos aparecidos hace más de 11.000 años en la parte más septentrional del antiguo Oriente Próximo.
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