Hace ya un par de semanas terminé las clases de El relato mitológico de Occidente con un tema apasionante, el de la literatura apocalíptica reflejada en las culturas mesopotámicas, egipcia, griega y romana; así como en las religiones monoteístas. Es normal que el público general piense que solo existe un escrito de esta clase, cuyo autor lleva por nombre Juan, el Apocalipsis por excelencia, el libro que cierra la compilación de libros que llamamos Nuevo Testamento. Sin embargo, resulta que prácticamente todas las culturas (también ocurre con las tradiciones orientales) tienen en mayor o menor medida religiosidad apocalíptica. Pero hoy me quiero centrar en la tradición abrahámica. En efecto, el judaísmo y el cristianismo primitivo nos han legado muchos más escritos de este género, muy interesantes para conocer las ideas sobre el fin del mundo y las expectativas de futuro que albergaban judíos y cristianos en la época en la que surge el cristianismo, ideas (al menos muchas de ellas) que se mantienen actualmente.
Entre toda esta literatura apocalíptica es especialmente interesante la judía, a partir de la cual se desarrolla la cristiana, culminando en el famoso libro del Apocalipsis de Juan. En la última clase estábamos analizando algunos detalles sobre esta tradición judía cuando vimos que los judíos, al contrario que los cristianos, concebían que en el Fin de los Tiempos se salvarían no sólo los creyentes, sino también aquellos que, aunque no siguieran los 613 mitzvot o mandamientos de la Torá; sí cumpliesen los 7 preceptos de Noé y fuesen considerados por lo tanto tzadikim ("justos") ante los ojos de Dios. Estos preceptos suponen, para la tradición abrahámica, la aceptación y el pleno respeto de personas que no practican el judaísmo. Claro, esto a menudo llama la atención, porque estamos acostumbrados a escuchar que al Final de los Tiempos sólo se salvarán los creyentes en una fe determinada, con la cantidad de discusiones más o menos serias que ha generado eso. Tan extraño nos resulta que una alumna, al final de la clase, me preguntó en qué consistían esos 7 preceptos de Noé. Y eso es lo que vamos a ver hoy. Sobra decir que las leyes noájicas todavía hoy son tema de debate en el seno del judaísmo, como prácticamente todo, pero eso no quita que no sean lo suficientemente interesantes como para comentarlas.
"Y habló Dios a Noé y a sus hijos con él, diciendo: He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra. Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra. Y dijo Dios: Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra. Esta es la señal del pacto que he establecido entre mí y toda carne que está sobre la tierra."
Génesis 9:8-17
Según los sabios del Talmud, existen 70 familias con 70 caminos dentro de la gran familia humana. Cada individuo tiene su propia ruta y recorre su propio camino, pero existe una base universal que compartimos todos los seres humanos. Y ahí es donde surge el noajismo, una ideología monoteísta basada en los siete preceptos de las naciones y en las interpretaciones que de ellos hace el judaísmo rabínico. Según la Halajá (la ley judía), si los gentiles - los no judíos - quieren tomar parte en el Olam Habá (el mundo por venir), no hace falta que se conviertan al judaísmo, pero sí deben observar estos preceptos. Aquellos que se suscriben a ellos son conocidos como Bnei Noaj, "Hijos de Noé", llamados también noájidas. En la actualidad, un noájida es una persona no judía que sigue los 7 preceptos que Dios entregó a Noé. El objetivo último de los noájidas es disfrutar del mundo venidero sin necesidad de convertirse al judaísmo. La cosa va aún más allá, pues según la tradición judía, los Diez Mandamientos (una síntesis de las 613 mitzvot) sólo son aplicables al pueblo judío: los gentiles deben guiarse por los preceptos noájidas.
Las Siete leyes o preceptos de Noé (en hebreo conocidas como Sheva' Mitzvot Bene Noaj) se relatan en el libro del Génesis para agrupar bajo su manto a la humanidad entera; y alcanzan su pleno desarrollo y concreción en el Talmud y en la obra de Maimónides. Sin embargo, hay una trampa: las seis primeras leyes ya fueron reveladas, según el Talmud, a Adán y Eva; mientras que la séptima fue establecida a través de las cortes de justicia. Los 7 preceptos son listados normalmente como sigue:
1. No adorar ídolos. Cualquiera que esté familiarizado con la tradición abrahámica no se sorprenderá al encontrar este precepto en el primer puesto. Shemá Yisrael, Adonai Elohéinu, Adonai Ejad; "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno" (Deuteronomio 6:4) es la oración más importante del judaísmo, su profesión de fe, la cual consiste precisamente en la afirmación de la unicidad de Dios. Lo mismo encontramos en el islam, donde el Primer Pilar, la shahada o profesión de fe, es la illaha illaallah; es decir, "No hay más dios que Dios". En el caso del cristianismo es más complicado porque, aunque ni Jesús ni Pablo concebían la moderna doctrina trinitaria (ellos seguían recitando Deuteronomio 6:4), la patrística posterior sí ha querido encontrar este dogma en la literatura neotestamentaria; y uno de los ejemplos que se suele poner es Juan 17:21, donde Jesús hablando con Dios dice: "para que todos sean uno, como nosotros también somos uno". Esta lectura de la unicidad de Dios en el cristianismo es la más actualizada, ya que se discutió en el Concilio Vaticano II (1962-1965). ¿A dónde vamos con todo esto? Este primer precepto enseña que no se debe adorar nada que haya sido creado, puesto que sólo Dios es digno de veneración y adoración. Por lo tanto, no se permite ofrecer alimentos al ídolo, telas, vestidos, incienso... Tampoco se permite elaborar imágenes que uno mismo o alguien más pueda usar para la idolatría. Curiosamente, aquí entra también la prohibición de prácticas como hechicería, adivinación, astrología, cartomancia, necromancia o mediumnidad.
2. No blasfemar. Aunque está en segundo lugar, la blasfemia es la única manera de transgredir los 7 preceptos utilizando sólo el habla, por lo que es considerada la peor de los siete. La palabra blasfemia significa en griego "palabra ofensiva, injuriosa, de escarnio", aunque en contexto religioso se suele aplicar más a una falta verbal contra la majestad divina. A lo largo de la Historia han existido leyes contra la blasfemia, siendo en muchos casos castigada con la pena de muerte (sobre todo en las teocracias). Por ejemplo, en el libro del Levítico se dice que todo el pueblo debe lapidar al blasfemo. La idea de blasfemia ha ido evolucionando con la propia sociedad. En Córcega, por ejemplo, los estatutos criminales de 1571 contemplaban que "el blasfemo contra Dios, o la Virgen, era castigado la primera vez con una multa de 6 libras, y de 3 si era contra los santos; de 20 libras por la segunda vez en uno y otro caso; y por la tercera, con pena de azotes y perforamiento de lengua." La prohibición de la blasfemia en Francia fue abolida cuando en la Revolución Francesa se desarrollaron las ideas de libertad de religión y libertad de prensa. Voltaire llegaría a escribir: "Es triste entre nosotros que lo que es blasfemia en Roma, en nuestra Señora de Loreto, y en el reciento de los canónigos de San Genaro, sea piedad en Londres, en Estocolmo, en Berlín, en Copenhague, en Basilea, en Hamburgo, y es más triste aún, que un mismo país, en una misma calle, sus moradores motejen unos a otros de blasfemos... De blasfemos eran acusados los primeros cristianos; pero los partidarios de la antigua religión del Imperio, los adoradores de Júpiter, que así acusaban de blasfemia, fueron a su vez condenados por blasfemos bajo Teodosio II." Por otra parte, el derecho canónico estipula que "la blasfemia, por tanto, tiene lugar: 1º. Negando a Dios lo que le es esencial, como, Dios no es justo; 2º. Atribuyéndole ofensivamente lo que repugna a su esencia y atributos, como, Dios es injusto; 3º. Detestando, o maldiciendo, como ¡pese a Dios! ¡mal para Dios! etc.; 4º. Pronunciando las mismas palabras injuriosas contra la Virgen María, los santos, los Sacramentos, y cosas consagradas a Dios, o a su culto; Y 5º. Aun sin afirmar, negar o detestar, según queda dicho, enumerando, o profiriendo meramente, pero con ira, desprecio, o escarnio, el nombre, atributos, cualidades, y en su caso el cuerpo, o partes del cuerpo, de los objetos comprendidos en los cuatro primeros casos, como ¡nombre de Dios! ¡sangre de Cristo! etc. [...]
Por traslación, y según opinión común de los autores, se reputan blasfemia, por lo general no herética, los actos contumeliosos, e impíos, por más que no acompañe la palabra, como escupir contra el cielo, con ira, o desprecio, escupir a las imágenes y objetos de culto religioso, amenaza con ademanes, etc., en una palabra todo dicho o hecho que sería injuria respecto de personas y objetos profesos, es blasfemia, o se reputa tal respecto de la divinidad, y objetos sagrados." Por suerte en la actualidad las cosas se han relajado bastante, y este segundo precepto queda referido casi en exclusividad a la recomendación de ser cuidadosos a la hora de hablar sobre atributos descriptivos para referirse a Dios puesto que, en el terreno de lo Absoluto, nadie tiene la verdad total, y antes que condenar la religión ajena sin conocerla plena y perfectamente, es mejor guardar un respetuoso silencio.
3. No mantener relaciones sexuales ilícitas. En este precepto no caben sutilezas: se condena abiertamente el incesto en cualquiera de sus formas, así como la violación, la zoofilia, la pederastia y la prostitución. Cuando se estableció este precepto había otras prohibiciones muy claras que actualmente están en l centro de un acalorado debate entre el judaísmo conservador y el reformista: las relaciones homosexuales, así como el divorcio, el cual era permitido sólo como último recurso. Están permitidas las relaciones con un pariente político, pero sólo después de la muerte del familiar que establece el nexo.
4. No robar. Todas las fuentes coinciden en que el transgresor de este precepto debe devolver íntegramente lo que haya robado, sea cual sea su valor; y no importa si se trata de hurto (robo en secreto) o abiertamente robo. También se aplica a la guerra: los Hijos de Noé tienen prohibido ir a una guerra cuyo objetivo sea la conquista de territorios. Se prohíbe la usura y el sobreprecio, así como poseer pesos y medidas trucados para engañar en las relaciones comerciales. La agresión física también se condena en este precepto, pues se entiende como un robo de la dignidad y la moral del ser humano. La codicia también entra en la prohibición de este precepto; y si una persona roba a un ladrón, no obtiene cien años de perdón, sino que ambos violan este precepto y se debe aplicar a ambos el castigo correspondiente.
5. No matar. Aquel que mata a un ser humano, incluso en el vientre de la madre (pasados 40 días después de la concepción) recibe la pena capital; a menos que la vida de la madre esté en juego. También se aplica tanto a la eutanasia como al suicidio, otras dos cuestiones que actualmente son objeto de debate entre ortodoxos y reformistas. La muerte por proteger a alguien está prohibida a menos que sea la propia vida la que corra peligro; y por supuesto está prohibido contratar a un sicario.
6. No comer animales vivos. Esto debía ser una práctica corriente en el Próximo Oriente antiguo, ya que la Torá es muy explícita a este respecto: sólo está permitido tomar la vida de un animal para alimentarse, y hay que cercionarse de su muerte antes de comerlo. El ser humano no tiene permitido comportarse como una rapaz, no pudiendo comer nada que un animal haya cazado o comido; y tampoco puede beber sangre de otro ser viviente, sea cual sea.
7. Establecer cortes de justicia para asegurar el cumplimiento de dichos preceptos. Se afirma que toda corte de justicia debe estar conforme con los seis anteriores preceptos y, puesto que existe la obligatoriedad de que el noájida cumpla todos los preceptos, también debe observar éste, estableciendo una corte de justicia en su comunidad en caso de que no la haya. Únicamente se podrá castigar según la Halajá por violar cualquiera de estos preceptos a las personas mentalmente competentes. Es deseable que si se desarrolla un problema entre dos personas, se llegue a un acuerdo para evitar ir a la corte de justicia. Si se llega a la corte, la integridad e imparcialidad del juez ha de ser total; eso sí, en una corte noájida, la evidencia circunstancial es admitida. Cada caso debe ser tratado de forma individual, y si un transgresor acumula dos o más castigos, debe aplicársele el de mayor pena. Toda persona está obligada a prestar testimonio si tiene conocimientos sobre la falta cometida, aunque está prohibido ofrecer testimonios basados en rumores o si el que presenta testimonio es un transgresor condenado. Y, por supuesto, quedan excluidas todas las personas que puedan tener afinidad alguna con el transgresor (familiares y amigos), así como cualquier persona que pueda obtener un beneficio directo o indirecto con el fallo.
Tanto los hombres como las mujeres son iguales en la observancia de estos preceptos, y la persona comienza a ser responsable de ellos a los 13 años en el caso de los varones y a los 12 en el de las mujeres. Es una máxima dentro de la observancia de los preceptos que "El desconocimiento de la Ley no exime de su cumplimiento." Dicho lo cual, un noájida puede cumplir todo esto, pero no tiene permitido realizar los preceptos que están prescritos únicamente para el pueblo judío, como la celebración del Shabat, observar las festividades del calendario litúrgico judío, escribir un rollo de la Torá, hacer, escribir o vestir un tefilín; escribir una mezuzá, vestir la kipá, etc. Si el noájida desea hacer todo esto, debe acudir a un rabino para comenzar cuanto antes su conversión al judaísmo y pasar a formar parte del pueblo de Israel.
Antes de despedirnos, hay que dejar en claro que el judaísmo no es una religión proselitista, ya que considera que cada ser humano tiene su camino y su misión en la vida divinamente otorgada. Estos 7 preceptos son una propuesta de ética universal para las naciones que no son judías, siguiendo el pasaje de Isaías 56:7 donde dice: "Mi morada será declarada una casa para todas las naciones del mundo." Maimónides afirma que en el Monte Sinaí el pueblo judío fue cargado con la responsabilidad nacional y personal de difundir este código entre las naciones, cada quien según su medida y las posibilidades que se le presentan. Sin embargo, Maimónides también afirma un punto muy importante sobre el noajismo: es crucial que el respeto a esta fórmula se base en el hecho de que son preceptos de origen divino entregados primero a Adán, luego a Noé y finalmente a toda la humanidad a partir de Moisés. El que cumple con dichas leyes lo hace porque son leyes divinas y, por lo tanto, merece ser considerado un piadoso y tener un lugar en el mundo venidero. Pero el que cumple dichas leyes por iniciativa propia, simplemente porque así se lo indica su lógica, sin atribuirles un origen divino, no será considerado piadoso ni sabio entre las naciones. Es decir, para que uno sea considerado piadoso y/o sabio debe reconocer antes que nada el hecho de que Dios creó al mundo y dio a cada ser humano una misión a cumplir. Lógicamente, hay quienes cuestionan esta afirmación y dicen que el hombre es capaz de ser correcto y bueno por sus propios medios, sin necesidad de la intervención de ningún Ser Supremo. A este argumento se suele contraponer el hecho de lo que la sociedad alemana, una civilización “sofisticada y correcta”, fue capaz de hacer con millones de seres humanos inocentes; y que por lo tanto los valores humanos basados en criterios humanos no son ninguna garantía. Si bien es cierto que hay quienes perdieron su fe en Dios tras ver semejante barbarie, hay también quienes perdieron su fe en el hombre sin Dios. Una vez más, y como siempre, todo depende del cristal con el que se miren las cosas.
Yo no digo que haya que creer ni que no, que debamos ser noájidas, convertirnos al judaísmo o apartarnos corriendo de ambas cosas. Mis opiniones me las guardo para mí y que cada quien recorra el camino que desee. Pero he querido compartir esto hoy con vosotros porque me lo preguntó una alumna y porque creo que es interesante entender que las cosas son mucho más complicadas de lo que parecen. Dialoguemos y debatamos todo lo que queramos, pero no condenemos tan gratuitamente como a veces se hace.
Ultreia!
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