Erich Fromm, en su libro Y seréis como dioses (1966), tiene una frase memorable: "A menudo nos olvidamos de que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es también el Dios de Sara, de Rebeca y de Lea y Raquel." El judaísmo tiene fama de religión machista, como prácticamente todas, y es cierto que siempre se habla de la figura de los Patriarcas sin hacer apenas referencia a las Matriarcas. Pero quizá habría que ver por qué es esto así. Por qué todos, aunque no tengamos exhaustivos conocimientos bíblicos, sabemos más o menos de la historia de Abraham, del sacrificio de Isaac o de la visión de Jacob. Pero en cambio casi nadie sabe que Sara se rió cuando escuchó el anuncio de su embarazo, que Rebeca fue elegida por su bondad y servicio a los demás o que Lea y Raquel tuvieron una historia de rivalidad con la que edificaron la casa de Israel. Es curioso cómo el judaísmo, a pesar de su claro carácter patriarcal, tiene en muy alta estima a sus féminas; mientras que las personas que no conocen nada o muy poco del judaísmo se toman la libertad de juzgarlo y criticarlo, como pasa siempre. Por eso, para combatir un poco esta arrogante ignorancia que padecemos y que nos permite juzgar aspectos de religiones que no comprendemos, esta semana os traigo una parte interesante de la historia de Lea, la matriarca infravalorada.
A partir del capítulo 25 del Génesis hasta el final del libro, la historia sagrada va a referirse a la familia de Jacob, el antepasado de las doce tribus de Israel. Según las Escrituras, Lea no era tan amada por Jacob como su hermana pequeña Raquel, por la cual él había esperado trabajando siete años que "resultaron como unos cuantos días debido al amor que le tenía" (Génesis 29:20). Jacob amó a Raquel hasta el día de su muerte, pero infravaloró a Lea. Y debido a esta imperfección del hombre, YHWH se apiadó de ella y le concedió seis hijos. De entre ellos, los más relevantes serían los cuatro primeros, y sus nombres se presentan como una suerte de manual de instrucciones sobre los pasos a seguir para relacionarse con lo Absoluto, con lo Trascendente (dicho sea de paso, estos nombres también son interpretados por los rabinos como las fases del plan de Dios para el pueblo de Israel). En los últimos versículos de Génesis 29 podemos leer en una rápida sucesión la historia del nacimiento de los cuatro hijos de Lea. A cada uno se le asignó un nombre que contiene un significado profundo, y de eso es de lo que vamos a hablar. Alguien podría criticar que, si se pretende rescatar la figura de Lea y la feminidad del judaísmo, no tiene sentido hacerlo desde sus hijos varones. Sin embargo, aquí entra nuestra cosmovisión de hombres y mujeres del siglo XXI. Para nosotros, los hijos e hijas son absolutamente diferentes de sus padres, y la sociedad los concibe como individuos plenamente diferenciados. Pero en el mundo semita que concibe este relato, los padres perviven en los hijos. Unos co-dependen de los otros, es una herencia vital que se va transmitiendo por generaciones. Los hijos de Lea son la propia Lea, hasta el punto de que, sin ella, Israel no habría llegado a ser lo que hoy conocemos de él. Y esto no es sólo propio del mundo semita, sino que en cualquier sistema mitológico del mundo, a un héroe se le reconoce por su ascendencia, por sus vínculos familiares que lleva en su sangre. La idea de la familia, del colectivo primario, está mucho más arraigado en una mentalidad tradicional que moderna. Los padres continúan viviendo en sus hijos, y por eso podemos hablar de Lea perfectamente a través de su descendencia, pues gracias a ella obtenemos ese camino para relacionarse con lo Absoluto, en un paralelismo con Miryam, la hermana de Aarón y Moisés.
El primer hijo de Lea fue Rubén (Re'uven), que obtiene ese nombre de la palabra hebrea ra’ah, que significa “ver”. El nombre de Rubén se interpreta tanto como una pura expresión de alegría (¡ver a un hijo nacer!) como el primer paso para la relación con lo sagrado: ver, prestar atención, mirar en profundidad y con conocimiento el mundo que nos rodea. Dicho de otra manera, Rubén representa el conocimiento del Creador a través de su Creación. Esta idea también está presente en el cristianismo: Pablo de Tarso en Colosenses 1:16-17 escribe que "en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten." También encontramos un testimonio interesante, incluso más explícito, en Romanos 8:19-22, donde Pablo dice que "la creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto." La Creación es el espejo del Creador, algo que también aparece en la tradición islámica cuando a Muhammad se le presenta el arcángel Jibril y, en un abrazo le susurra al oído el mandato iqra, "lee". El Profeta era analfabeto y así se lo hizo saber al arcángel, quien repitió la misma operación otras dos veces. Al tercer abrazo, Jibril "mató" a Muhammad en su naturaleza profana y le hizo renacer en la quiyama, la vida en Allah. El mandato del ángel era claro: no se trataba de leer las Escrituras por entonces existentes (Tanaj y Nuevo Testamento), de lo que Muhammad era incapaz, sino de leer el Libro de la Naturaleza, la obra en la palma de la mano del Creador. Porque la Creación está llena de signos para aquellos que tienen ojos para ver. Ese nivel de conocimiento de lo Absoluto es lo que representa Rubén, y tanto es así que el símbolo de su tribu va a ser una planta de mandrágora, que tiene forma antropomórfica: es el símbolo del conocimiento de la naturaleza para llegar a Dios.
El segundo hijo de Lea es Simón (Šimʿon), que deriva de la palabra hebrea shemá, que significa “escuchar”. Lea expresa su gratitud a Dios por haber escuchado su llanto y bendecirla con un segundo hijo. Pero también se refiere a prestar los oídos al mundo. El shemá en el mundo judío es muy importante, ya que así empieza la oración más sagrada del judaísmo, que reza: Shemá Yisrael, Adonai Elohéinu, Adonai Ejad, "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno" (Deuteronomio 6:4). Esta palabra en el contexto de esta oración es una afirmación rotunda del monoteísmo, exactamente igual que la sahada o profesión de fe del islam: la illaha illa allah, "No hay más dios que Dios". Y qué interesante, si Rubén simboliza el ver para llegar al conocimiento del Absoluto, Simón se centra en el escuchar. La importancia de la Palabra... La tradición abrahámica se diferencia de otras religiones en su carácter de revelación, y siempre a través de la Palabra. Para el judaísmo, escuchar la Palabra de Dios fue lo que hicieron los patriarcas, mucho antes de Moisés, quien recibió esa Palabra en las tablas de piedra y, a partir de ahí, compuso la Torá. Para el cristianismo, la Palabra es Dios, y se hace carne: "en el principio era el Verbo / Logos / Palabra, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1). En las representaciones medievales de la Anunciación, el rayo de luz en el que viaja el Espíritu Santo penetra en la Virgen María por la oreja, ya que Cristo es la Palabra encarnada, y los fieles la escuchan y así la reciben. Y lo mismo para los musulmanes, pues el primer paso del salat (la oración) es situarse de pie en dirección a la Qibla y pronunciar el Takbir con las manos abiertas a la altura de las orejas en señal de escucha. Cemalnur Sargut (1952), sheija de la vía sufí Rifai y directora de la Turkkad, la Asociación de Mujeres Turcas, comprometida con la condición femenina en el islam; llama a este paso del salat "la estación del judío", pues está muy vinculado con la predisposición a escuchar la Palabra de la Revelación.
El nombre del tercer hijo de Lea fue Leví, asociado a la palabra hebrea yelave, que significa “conectar”. Lea esperaba que este hijo finalmente hiciera que Jacob estuviese más conectado a ella y no tanto a Raquel, a quien envidiaba. Pero mirando un poco más allá, qué hermoso es este término, pues se vincula con la palabra "religión". Después de todo, la religión lo que hace es conectar el microcosmos (que es el ser humano) con el mesocosmos (la comunidad) y el macrocosmos (el universo). Funciona como una suerte de Axis Mundi o Eje del Mundo que atraviesa los tres niveles de la realidad y permite fundirlos en una sola cosa. Siendo Leví el tercer hijo de Lea, y siendo el tres el número del equilibro, no es casual que el nombre de este hijo significa "el que une/conecta a los suyos". Sus dos hermanos mayores representan, respectivamente, el observar y el escuchar atentamente. Dicho de otra forma, cuando nuestros sentidos están armonizados con un objetivo concreto (lo que denominamos atención o concentración) podemos "conectar" con ese objetivo. Y Leví va a ser el conector del pueblo de Israel con la conciencia de lo divino hasta el punto de que sus descendientes, la tribu de los levitas, van a ser los únicos dignos de la práctica sacerdotal cuando lleguen los tiempos de Moisés. Tenemos por tanto observar-escuchar-conectar.
El más expresivo es el nombre del cuarto hijo, Judá (Yehudá), que viene de la palabra hebrea lehodot, que significa tanto "reconocer" como “alabar”. Finalmente Lea logra dejar de lado su rivalidad con su hermana y su frustración con su marido. Ella simplemente alaba a Dios por darle una gran parte en la creación de las tribus del pueblo judío. Hasta el día de hoy, el pueblo de Israel se hace llamar Yehudim o “hijos de Judá”, lo que nosotros hemos traducido como "judíos". Y he aquí el último paso que, para el judaísmo rabínico, permite la unión con Dios. Una vez que se ha observado atentamente el mundo que nos rodea, que se ha sabido escuchar (discernir) entre todo el mundo fenomenológico las señales de la presencia divina y una vez que se ha conectado con ella, lo único que queda es reconocerlo y alabarlo. En el salmo 148 se exhorta a toda la Creación a alabar a Dios. ¿Y qué significa alabar? Es simplemente dar gracias, con todo el alma, toda la mente y todo el corazón. Es la gratitud que nace del amor más puro que puede experimentar el ser humano, el agradecimiento más sincero desde el fondo del corazón. En la historia de los hijos de Lea, la alabanza implica un reconocimiento al Principio Supremo por todo lo que nos rodea, por entender que la vida es un regalo, y para el judaísmo sólo se llega a esa conclusión después de haber observado, escuchado y conectado con lo Absoluto. Y resulta que el Absoluto es gratitud misma, como bien nos enseña San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual (1578), donde Dios va derramando gratitud:
¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prados de verduras, de flores esmaltados!
Decid si por vosotros ha pasado.
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
Como he dicho al principio, la historia del pueblo de Israel y en realidad de toda la tradición abrahámica no puede entenderse sin sus mujeres. Lea es un pequeño ejemplo, pero hay muchas más: Eva, Sara, Raquel, Rut, Betsabé, Miryam, Débora, Judit, Ester, Jael, Ana, María de Nazaret, María de Magdala, Priscila, Jadiya o Fátima. Todo en la Creación tiene un principio masculino y un principio femenino, opuestos y complementarios, que son sólo dos vías entrelazadas que llevan al mismo destino. Y Lea, la matriarca menospreciada, nos enseña a través de sus hijos cómo llegar.
Un placer leer todo lo que aportas en tu blog, muy fan de tus enseñanzas y ojalá sigas delitandonos con estas lecturas tan agradables.
Ufff... me ha encantado, César... estoy muy a favor de reivindicar las figuras femeninas de las tradiciones religiosas. Me parece imprescindible para equilibrar la energía excesivamente patriarcal que muchas de ellas aun desprenden.
Ah... y me ha encantado la simbología de cada uno de los 4 hijos; me ha parecido preciosa... (y me he enterado de nuevo -creo que ya lo sabía pero lo había olvidado) de dónde viene la denominación de 'judíos'. Además, y retomando el tema de las mujeres, deciros que soy un 'enamorado' de la figura de Maria Magdalena... creo que su papel en la historia de Jesús es mucho más poderoso y preponderante de lo que hasta ahora hemos creído (y nos han hecho creer). Muchas…