"Querido hijo, te pido perdón por todas las veces que piensas que tengo que perdonarte. Querida hija, te pido perdón por todas las veces que alguien en mi nombre te ha dicho que eras menos importante para mí que tu hermano. Y os pido perdón a los dos por todos aquellos que, haciéndose pasar por mensajeros míos, os han dicho cómo teníais que vivir, cómo teníais que pensar, y os impusieron reglas para excluir y repudiar a los que no vivieran o pensaran como vosotros. Quizás me equivoqué creyendo que la vida del ser humano sería sencilla. Quizás me equivoqué creyendo que os sería fácil dominar vuestros bajos instintos y poner a raya vuestros malos pensamientos. Os pido perdón, porque sólo soy un humilde dios. Muchos os peleáis entre vosotros diciendo que creéis en mí, pero realmente fui yo quien creyó en vosotros, porque para crear, primero hay que creer, y yo creí que podríais ser felices... y lo sigo creyendo. Os hice semejantes a estrellas fugaces para que formaseis parte de mi sueño, pero no pensé que durante vuestro trayecto olvidaríais vuestra luz. Y que, con vuestra luz, también olvidaríais lo realmente importante... que es que sois parte los unos de los otros, y que todos formáis parte de mí. Por eso os ruego que os procuréis el pan de cada día sin tener que robárselo a nadie, ni tampoco haciendo cosas que os avergüencen. Velad por vuestros semejantes y liberadme de la pesadísima carga de echarme la culpa de todos vuestros errores. Os suplico que no escuchéis a aquellos que pretenden hablar en mi nombre, enfrentándoos entre vosotros diciendo que únicamente estoy en tal o cual religión, o en tal o cual libro sagrado. Yo habito en vuestro corazón y os miro desde vuestro interior. Cuidad de vuestra tierra, que es la herencia que dejaréis a vuestros hijos, y yo me ocuparé del cielo, para que juntos algún día podamos hacer que el cielo sea también un lugar en la tierra. Y libradme del mal, porque librándome a mí, vosotros mismos estaréis a salvo de caer en el miedo, en la envidia o en el rencor. Y por los siglos de los siglos, amen... Así, sin tilde."
Manuel Fernández Muñoz es escritor y un viajero incansable, que ha recorrido el mundo y estudiado la espiritualidad de casi todas las religiones, bebiendo de ellas directamente. Ha convivido con chamanes en Sudamérica, estudiado meditación y budismo en la India, y ha pertenecido a numerosas escuelas de mística en Argelia, Marruecos, Chipre, Turquía y Siria. Ha sido colaborador habitual de diferentes programas de radio, entre los que destaca Espacio en Blanco (Radio Nacional de España), además de publicar artículos en prestigiosas revistas como Enigmas y Año Cero. Autor de los libros 99 Cuentos y Enseñanzas Sufíes (Almuzara), 50 Cuentos para Aprender a Meditar (Cydonia), Guía histórica, mística y misteriosa de Tierra Santa (Almuzara), Juicio a Dios (Almuzara), El Grial de la Alianza (Almuzara), Jesús no era Cristiano (Guante Blanco), Viaje a la India para aprender Meditación (Almuzara) y El regreso de la diosa (Almuzara).
Este pequeño y maravilloso texto llegó a mis ojos tal día como hoy del año pasado, cuando me encontraba en la ciudad de Nazaret, al norte de Israel. Y yo, que no creo en la casualidad, la guardé como algo muy especial y la compartí en mis redes sociales. Y una de las cosas buenas que tiene facebook es que cada día te saca del baúl de los recuerdos publicaciones de hace 1 año, 3 años o 5 años. Algunas de esas publicaciones me hacen avergonzarme de mí mismo, pero hay otras que son un regalo. Esta "oración" es una de ellas y, por lo tanto, he querido hoy compartirla con vosotr@s, también para rememorar mi aniversario de visita a la Tierra Prometida. Pero sí me gustaría comentar una cosa antes de despedirme. La noción de lo Absoluto es increíblemente variada a lo largo y ancho del mundo, y muchas tradiciones espirituales no se sentirían identificadas en el texto. Así que os recomiendo leerlo desde una perspectiva abrahámica común, es decir, apartados de especializaciones judías, cristianas o islámicas. Entender el mensaje fundamental de Amor, que es común a las tres, es lo que nos ayudará a aprehender el texto desde una perspectiva inclusiva y, por lo tanto, reconocible para todo aquel que lo lea. Después de todo, el Amor es lo único capaz de conciliar todos los opuestos.
Gracias por compartir este bello escrito, César... Importante, como tú dices, comprender que el 'amor' es lo único que reconcilia los opuestos; de la misma manera, el 'miedo' es lo que les otorga plena 'realidad', alejándonos de ese Cielo del que habla Manuel Fernández. Yo creo que es posible 'Vivir en el Cielo' aquí en la tierra, vivir bajo la Luz de su reflejo en nuestro Corazón. Gracias!