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Foto del escritorCésar R. Espinel

La presentación de María en el Templo de Jerusalén

Hoy, 21 de noviembre, se celebra una festividad especialmente importante en la Iglesia oriental, pues es una de las doce fiestas que marcan su calendario litúrgico: la presentación de María en el Templo de Jerusalén. En esta historia, originaria de los evangelios apócrifos, conocemos a los padres de la virgen y, por lo tanto, abuelos de Jesús: Joaquín y Ana. Por eso hoy os traigo un fragmento de mi futuro libro Símbolos del perdido Sagrado Femenino, donde trabajo este mito. Espero que os guste.

Representación copta de Santa Ana en Santa María Antiqua (siglo VIII), en Roma.

Se trata de la imagen de la madre de la virgen más antigua conservada


No son muchas las cosas que sabemos acerca de Santa Ana. Todo lo que se conoce sobre su vida, incluso su nombre, está recogido en algunos Evangelios apócrifos (como el Evangelio de la Natividad de María, el Evangelio de pseudo-Mateo y el Protoevangelio de Santiago, sobre todo). Su nombre, tanto en hebreo como en árabe, es Hanna. Las narraciones sobre Santa Ana se incluyeron en La Leyenda Dorada del siglo XIII, y en los siglos posteriores se difundió el culto a la santa por Occidente. Según los apócrifos, Ana era natural de Belén. Sus padres eran Mathan y Emerenciana. Descendía del rey David y de su hijo Natán, la cabeza de la casta sacerdotal, en oposición a la casta real encabezada por su hermano Salomón. Ana estaba casada con Joaquín. Según el Protoevangelio de Santiago, tras veinte años de matrimonio, Ana y Joaquín seguían sin tener descendencia. Un día se le apareció un ángel a Joaquín que, afligido por no habérsele permitido ofrecer un sacrificio en el Templo al no tener un hijo, se había retirado al desierto entre los pastores para ayunar y hacer penitencia durante cuarenta días, rogando a Dios por un heredero.

Anunciación a San Joaquín, de Bartolo di Fredi (1383). Pinacoteca Vaticana, Roma


Aquel ángel le anunció que su mujer tendría una hija a la que pondría por nombre María, que vendría al mundo llena del Espíritu Santo por haber sido santificada en el seno de su madre (recordemos que el símbolo del Espíritu Santo es la paloma, animal fuertemente vinculado con el Sagrado Femenino). Por su parte Ana, que estaba llorando en su casa debido a su esterilidad, recibió la visita simultánea de otro ángel con el mismo mensaje. Joaquín volvió corriendo a Jerusalén, mientras Ana salía a buscarle. Se encontraron en una de las puertas de la ciudad, la llamada Puerta Dorada. Y al ver en sus ojos que ambos habían recibido la misma noticia y que sus plegarias habían sido escuchadas, se fundieron en un fuerte abrazo. Éste fue el momento de la Inmaculada Concepción. Giotto, que pinta en un fresco este famoso encuentro de los abuelos maternos de Jesús, va un paso más allá y representa a los padres de María dándose un beso en los labios, algo muy poco frecuente en las representaciones de la época. Nueve meses después nacería una niña a la que sus padres, pasados los tres primeros años, dedicarían al servicio en el Templo [...]

Ana y Joaquín se besan frente a la Puerta Dorada de Jerusalén en el fresco de

Giotto (1306) conservado en la Capilla de los Scrovegni, en Padua

La presentación de María en el Templo, de Paolo Urcello (c. 1435). Fresco en la Catedral de Prato, Italia


[...] Miriam permaneció en el templo hasta los doce años, momento en el que el sumo sacerdote, para evitar la “contaminación” que suponía la presencia de una mujer en el templo (este motivo sólo aparece en Vida de la Virgen de Epifanio el Monje, un monje bizantino del siglo VIII), se convoca un concurso para decidir con quién se casará, en el evento conocido como Desposorios de la Virgen:


<< VII 1. Y los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de los dos años, Joaquín dijo: “Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda.” Y Ana respondió: “Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos.” Y Joaquín repuso: “Esperemos.”


2. Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: “Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor.” Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: “El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.”


3. E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.


VIII 1. Y sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibió su alimento de manos de un ángel.


2. Y, cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: “He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella, para que no mancille el santuario?” Y dijeron al Gran Sacerdote: “Tú, que estás encargado del altar, entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor.”


3. Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: “Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y a aquel a quien el Señor envíe un prodigio, de aquel será María la esposa.” Los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada. >>


Todos sabemos lo que pasó a continuación, pues lo relata Jacobo de la Vorágine en su Leyenda Dorada del siglo XIII: acudieron todos los viudos de Judea (el texto señala que sólo estaban invitados los descendientes de la Casa de David, pero seguramente esto sea un añadido posterior), entre los que se encontraba José, viudo, de 33 años de edad. Zacarías ordenó que los viudos dejasen sus varas ante el altar del templo y esperasen a que ocurriese el milagro. El Espíritu Santo descendió sobre la vara de José, haciendo que ésta floreciera con lirios. Las autoridades del templo confiaron así la doncella a José para que la custodiase, lo que implicaba la continuidad de su virginidad - algo insólito en un contexto judío –. Pero Jacobo de la Vorágine, para explicar la continuidad de la virginidad de María, algo impensable para la época y sociedad, aporta una solución muy elegante: que José era de edad muy avanzada, lo que aseguraba la virginidad de la joven. Será ésta la representación más extendida en las artes acerca del padre putativo de Jesús. Pero nos estamos desviando del tema. Para dar por finalizado este apartado acerca de las vestales y de la posibilidad de que María fuese una de ellas, la respuesta es no. Lo más probable es que María, aunque joven, fuese entregada en matrimonio a José, adulto, pero no anciano, tal como era costumbre en la época. Además, y muy a pesar de lo que dicen los Evangelios, María no era virgen cuando tuvo a Jesús, evidentemente. Como muy acertadamente señala Richard Dawkins en su mordaz El espejismo de Dios, el hecho de que se considere a María como virgen es fruto de una mala traducción que se ha hecho de Isaías, que los padres de la Iglesia se han encargado de repetir, partiendo del original hebreo almah (“mujer joven”) al griego parthenos (“virgen”). Un error que puede cometerse fácilmente, pero el desliz de este traductor ha sido posteriormente exagerado y ha dado pie a toda la leyenda posterior de que la madre de Jesús era virgen. Y si esta naturaleza extraña encuentra eco en las mitologías mundiales – pensemos por ejemplo en la misma Rea Silvia o en las numerosas amantes mortales de Zeus, quienes tuvieron con él hijos prodigiosos –, mejor todavía para identificar en María a una virgen… aunque no lo fuese, por ser madre.


Símbolos del perdido Sagrado Femenino

César R. Espinel



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