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Foto del escritorCésar R. Espinel

Los orígenes de la tradición abrahámica

Las religiones, como toda obra humana, tienen un principio, un desarrollo y un final. Son perecederas. Dioses antiguos que disfrutaron de gran adoración son ahora apenas una nota a pie de página en un libro de historia. ¿Qué fue de Zeus, el dios de los griegos a quien los romanos llamaban Júpiter, líder supremo de un panteón lleno de dioses? ¿O de Ra, el líder supremo del panteón egipcio heliopolitano; o de Osiris, Isis y Horus, protectores de los faraones y de todo Egipto? ¿Qué ocurrió con Marduk, el dios babilonio, señor de los dragones? ¿Y con Huitzilopochtli, el dios azteca del sol y la guerra? ¿Qué fue del inca Viracocha, creador del cielo y de la tierra? Nada. Pasaron como lo hicieron las culturas de las que formaban parte. Religiones extintas, sombras de lo que una vez fueron y ya no es, cenizas de las que sólo nos acordamos cuando vemos sus imágenes en los museos. Y sin embargo existe un dios, Yahvé, que en aquel tiempo de gigantes era una deidad enana de tercera división; pero que fue creciendo hasta convertirse en otro gigante que los superó. Una religión de época remota, el judaísmo, se mantiene viva en el mundo contra viento y marea. Se trata de una religión que no sólo existe per se, sino también a través de dos ramas que le brotaron y que ahora son más fuertes que el tronco original: el cristianismo y el islam.


El judaísmo es un caso único en la historia de las religiones. En su tiempo fue la religión de un pueblo abrumado por la vecindad de grandes imperios que amenazaban con tragárselo. Su dios, Yahvé, que en su día coexistió con Baal, Amón y Melkart y luego prolongó su existencia hasta Zeus, Júpiter o el persa Ahura Mazda, no sólo ha resistido más que todos esos imperios que hoy son sólo arqueología, sino que aún late en el corazón de los quince millones de judíos y de los casi dos mil quinientos millones de cristianos que existen en el mundo. Lo cierto es que es sorprendente que se mantenga vivo un dios concebido en la región de Siria-Canaán durante la Edad del Hierro (siglos XII-VIII a.C.) y que, como recuerda la Biblia, comenzó siendo cruel, arbitrario, celoso y vengativo. Richard Dawkins (1941), ateo militante, le dedica algunos adjetivos más en obras como El espejismo de Dios: mezquino, injusto, controlador, asesino étnico sediento de sangre, misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, megalómano, sadomasoquista y abusón. No está nada mal.


El judaísmo se sistematiza en el siglo VII a.C. a partir de un confuso yahvismo, el culto a Yahvé propio de un pueblo cananeo que se consideraba descendiente de un mítico patriarca, Abraham. Esta religión, según una corriente muy extendida en el mundo académico, es la invención de un grupo de sacerdotes que apoyaban el proyecto nacionalista del rey Josías de Judá. Pero ¿quién era Yahvé? Hacia el año 1500 a.C., en las regiones de Levante (Siria y Canaán), diversos pueblos adoraban al dios 'El, considerado creador y origen de las demás divinidades locales. Una variante de 'El que arraigó especialmente entre los pueblos pastores de las tierras altas de Canaán fue la que terminó designándose Yahvé... aunque también pudiera ser que se tratase de una deidad madianita, no cananea, según se parece inferir de varios pasajes:


"Apacentando Moisés las ovejas de Jetró su suegro, sacerdote de Madián,

llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios."

Éxodo 3:1


"Dijo también Yahvé a Moisés en Madián: Ve y vuélvete a Egipto,

porque han muerto todos los que procuraban tu muerte."

Éxodo 4:19


"Y oyó Jetró, sacerdote de Madián, suegro de Moisés, todas las cosas que Dios había hecho por

Moisés y por Israel, su pueblo, y cómo Jehová había sacado a Israel de Egipto."

Éxodo 18:1

La religión de Yahvé se distinguía de las de su entorno en que era henoteísta y adoradora de un dios celoso y excluyente. El primitivo culto a Yahvé, conocido como yahvismo, coexistió a lo largo de un milenio con los dioses de los pueblos vecinos, pero durante el reinado del rey Josías de Judá (639-608 a.C.) se sistematizó por razones tanto religiosas como políticas y dio origen al judaísmo tal y como lo conocemos hoy: una religión monoteísta que se basa en la alianza establecida por un Dios único con un pueblo al que promete tierra y poder a cambio de obediencia ciega. La alianza garantiza a los hebreos la protección y guía del Señor a cambio de obediencia, sumisión y lealtad absolutas. Terminaría de adoptar su forma actual durante los siglos VI y V a.C., con algunos aportes del zoroastrismo persa. Más tarde, entre el siglo V a.C. y el año 70 (fecha de la destrucción del Templo de Jerusalén), el judaísmo desarrollaría varias tendencias: el judaísmo del templo, el helenista y el rabínico. Este último es el que perdura hasta hoy.


El rey Josías era consciente de reinar sobre un Estado inestable y diminuto, un enano entre gigantes. A su derecha estaban los poderosos asirios y a su izquierda los no menos poderosos egipcios. Él se encontraba en medio, en una tierra de paso, un pedregal que distaba mucho de manar leche y miel, sí; pero que se encontraba al alcance de unos y otros, aunque solo fuera para instalar en ella una marca fronteriza que absorbiera los ataques del rival. Para alcanzar Oriente Medio, los egipcios tenían que pasar por Israel y los babilonios tenían que hacerlo igualmente para llegar a la fértil tierra del Nilo. Por otra parte, el rey Josías ambicionaba un Estado fuerte habitado por un pueblo unido. Comprendió que si apoyaba decididamente al partido yahvista, a sus exigentes profetas, consolidaría su autoridad y quizá escapara de morir asesinado en alguna conjura palaciega, el aciago destino de muchos de sus predecesores que no agradaron a los profetas. Pero ¿cómo conseguir un pueblo unido? En aquellos tiempos el factor de unión más importante era la religión, ya que esta y la política iban indisolublemente unidas. Lo malo es que sus súbditos andaban algo despistados en ese sentido: había tantos dioses para elegir, algunos muy tentadores en sus ritos (como la prostitución sagrada, por ejemplo), que ellos se decantaban por adorar a alguno de los dioses de esas potencias extranjeras y a una multitud de dioses menores, a menudo asociados con cultos supersticiosos, que sólo precisaban a cambio de sus favores unas cuantas piedras en un cerro.


Josías y sus más íntimos colaboradores sabían que debían dotar al pueblo de una religión nacional, una religión que definiera la identidad de sus habitantes frente a los dioses foráneos. Así que se decidieron a revitalizar la vieja religión, un proyecto estatal en el que puso a trabajar a todo un equipo de sacerdotes, escribas y oficiales de confianza. ¿Por dónde empezar? Lo primero sería crear una epopeya nacional que explicara al pueblo el pacto que sus padres fundadores contrajeron con Yahvé, que permitiera al pueblo identificarse con este dios y sentirse orgulloso de la grandeza de sus orígenes. Con este propósito (siempre según esta hipótesis) redactaron las bases del Génesis, Éxodo… hasta lo que podía ser un registro de la historia nacional, un conjunto de leyes y leyendas que más tarde formaron los libros del Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes o “historia deuteronomista”, una historia mítica de los israelitas cuyo objetivo es justificar las ambiciones territoriales del rey Josías. Esa obra o conjunto de obras que constituyen el núcleo fundamental de la Biblia no partieron de cero, sino que se basaron en poemas épicos, leyendas, historias, profecías, cuentos y poemas transmitidos oralmente que, una vez elaborados de acuerdo con las necesidades de la propaganda monárquica adepta a Josías, sonarían familiares a los habitantes de la región. Especialmente hacían hincapié en el hecho de que Yahvé había prometido a su pueblo la posesión de aquella tierra (la Tierra Prometida) y en que ya había habido una edad de oro cuando dos grandes monarcas, David y su hijo Salomón, crearon un gran y poderoso imperio que el propio Josías aspiraba a recuperar. Aunque, por supuesto, ese reino maravilloso nunca existió, ni David ni Salomón fueron los grandes reyes de los que habla la Biblia. Como mucho serían jefes tribales de un conjunto de pastores de ovejas y cabras que vivían pobremente en chozas miserables.


En el caso del Deuteronomio, el código fundamental de las relaciones con Yahvé, su formulación resulta llamativamente similar a la de los tratados asirios de vasallaje del siglo VII a. C. que hacen hincapié en los derechos y obligaciones de un pueblo súbdito para con su soberano (en este caso, Israel y Yahvé). Y hay algo más: en la historia de Moisés liberando al pueblo de Israel de la opresión egipcia se adivina la antipatía que en ese momento el entorno del rey hebreo sentía hacia el faraón Psamético I, de la XXVI Dinastía, que se estaba expandiendo por la costa levantina y amenazaba la propia expansión del reino de Josías. La Biblia entonces se habría generado con el deliberado propósito de sistematizar una religión nacional que consolidara la monarquía de Josías y justificara sus apetencias sobre los territorios del entorno, los de la supuesta Tierra Prometida. Claro que la moderna crítica pone en duda lo del pacto de Dios con Israel, simplemente porque del estudio profundo de la Biblia se deduce que los judíos participaban de las creencias religiosas de los pueblos de su entorno: fueron politeístas...


"No temeréis a otros dioses ni os inclinaréis ante ellos, no los serviréis ni les ofreceréis sacrificios. Mas a Yahvé, que os sacó de la tierra de Egipto con gran poder y brazo extendido, a éste temeréis, y a éste adoraréis, y a éste haréis sacrificios. Los estatutos y derechos y ley y mandamientos que os dio por escrito, cuidaréis siempre de ponerlos por obra, y no temeréis a dioses ajenos. No olvidaréis el pacto que hice con vosotros, ni temeréis a dioses ajenos; mas temed a Yahvé vuestro Dios, y él os librará de mano de todos vuestros enemigos. Pero ellos no escucharon; antes hicieron según su costumbre antigua. Así temieron a Yahvé aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta hoy."

2 Reyes 17:35-41



practicaron la prostitución sagrada...


"No traerás la paga de una ramera ni el sueldo de un perro [prostitución masculina] a la casa del Señor tu Dios para cualquier ofrenda votiva, porque los dos son abominación para el Señor tu Dios."

Deuteronomio 23:18


adoraron piedras y más tarde ídolos del Baal local, el genio del entorno...

- Génesis 12:7, 13:18, 28:18-19, 35:14

- 1 Reyes 11:7


y practicaron sacrificios humanos.

- 2 Reyes 16:1-4, 17:17, 21:1-9, 23:10

- Salmos 106:36-38

- Jeremías 7:31, 19:5, 23:35

- Ezequiel 20:25-26


Los judíos hacían lo que hacían todos los pueblos vecinos. Josías conocía todo esto, sabía a qué se enfrentaba: la dificultad de las comunicaciones, el aislamiento de las aldeas de su reino, la vida nómada de parte de sus habitantes y la tentación de adoptar dioses y ritos foráneos exigían una centralización y un control de la religión nacional que estaba diseñando. Por lo tanto determinó que el dios de los judíos, Yahvé, no pudiera adorarse en cualquier parte, como el resto de los dioses, sino en un único santuario. En el Templo de Jerusalén habitaría en una sala reservada al sumo sacerdote, el Kodesh haKodashim, donde colocarían el Arca de la Alianza, la sede material de Yahvé, su trono.

Al rey Josías de Judá (639-609 a.C.) se le suele representar rasgándose las vestiduras cuando uno de sus secretarios le lee la Ley y el monarca se da cuenta de que su pueblo está pecando contra Dios... pero más bien es al contrario: fue él quien organizó la ley y sentó las bases de toda la tradición abrahámica


Josías estableció su palacio (que tendría las dimensiones de un chalet moderno) muy cerca del Templo, una manera de subrayar la íntima relación entre la religión y la monarquía sagrada que él representaba como descendiente de David. Esta disposición vecinal templo-residencia real la podemos ver también en Madrid, donde el Palacio Real se encuentra enfrentado a la Catedral de la Almudena. Los sacerdotes (o lo que la hipótesis documentaria que trabajamos en el curso llama Fuente Sacerdotal o Fuente P) del entorno de Josías trabajaron en los textos preexistentes y añadieron textos nuevos para apoyar la nueva orientación religiosa. La historia oficial - y posiblemente falsa - asegura que, durante las obras de restauración en el 622 a.C. del Templo de Jerusalén (que había sufrido grandes desperfectos cuando el faraón Sheshonq I saqueó Jerusalén en el 925 a.C.), el sumo sacerdote encontró un códice.


"Entonces dijo el sumo sacerdote Jelcías al escriba Safán: He hallado el libro de la Ley

en la casa de Yahvé. Y Jelcías entregó el libro a Safán, y lo leyó."

2 Reyes 22:8


Con él acudieron al rey Josías, que estableció que, en adelante, ése sería el reglamento, rescatado de los tiempos de gloria de Israel, por el cual debía regirse el culto a Yahvé. Hay bastante consenso entre los académicos en que el códice "encontrado" no era sino un primer borrador del libro conocido como Deuteronomio (del griego déuteros y nomos, es decir, "Segunda Ley"), aunque otros expertos apuestan en cambio por el Levítico. Y pongo "encontrado" entre comillas porque lo más seguro es que tuviera la tinta aún fresca cuando se produjo el milagroso hallazgo. A lo más antiguo que aceptan los expertos que podríamos remontarnos en su datación es al reinado de Manasés (687-642 a.C.), abuelo de Josías. El Deuteronomio es, por así decirlo, el minucioso contrato de Yahvé con su pueblo, que viene a completar el más sucinto transmitido por Dios a Moisés en lo alto del Sinaí. Dicho de otra manera, la ley sinaítica que organizaba la vida comunitaria de las tribus proto-israelitas ya no funcionaba para el Estado que estaba construyendo el rey Josías, por lo que había que completarla y actualizarla a su época.


Por supuesto, la tradición difundió que ese libro también lo había redactado Moisés inspirado por Dios, pero curiosamente en el Deuteronomio se hace hincapié en los aspectos que convenían al proyecto de Josías, es decir: la unidad de Dios, del culto y de la Ley. Josías cumplió la voluntad de Dios suprimiendo el culto y los santuarios de los otros dioses y centralizando el culto de Yahvé en su morada, el Templo de Jerusalén (2 Reyes 23-24). Y una vez establecida la religión yahvista renovada, Josías celebró la Pascua, que "no se había celebrado desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá" (2 Reyes 23:22). De esta manera el yahvismo, que había sido la religión de los israelitas desde la época de los patriarcas, siempre compitiendo contra el culto a otros dioses de su entorno, se asienta como exigente y única religión de su pueblo y se sistematiza en la forma que aún conserva en la actualidad: el judaísmo.

Esta entrada ha sido posible gracias a La Biblia contada para escépticos, de Juan Eslava Galán (2020). Si te ha interesado y quieres saber más sobre cómo Yahvé pasó de ser un dios tribal a convertirse en un dios universal, puedes consultar la entrevista a Thomas Römer. Y si te ha interesado mucho y quieres saber más sobre la Biblia en general, puedes apuntarte al curso La Historia de la Biblia. Ultreia!

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