Si bien "cuando se persiguen los propios intereses no se ve a la persona humana", como decía el archimandrita Sophrony, cuando se dejan de perseguir se empieza a percibir el rostro del otro. El Sermón de la Montaña de Mt 5-7 es un exponente de cómo la atención al trabajo interior es al mismo tiempo una apertura a la alteridad. Este estadio se corresponde con el código moral del Evangelio, el cual se presenta como una extensión del Decálogo de Moisés, dado a la comunidad también en una montaña. En ningún momento Jesús suprime los mandamientos de la Alianza (Mt 5:17-20), que consideraría lo que se denomina una "ética de mínimos", sino que trata de aumentar el campo de donación: ya no se trata sólo de no matar (Ex 20:13, Dt 5:17), sino de ni siquiera enfadarse o insultar a un hermano (Mt 5:21-26); no es cuestión de no cometer adulterio (Ex 20:14, Dt 5:18), sino de ni siquiera desear con la mirada (Mt 5:27-30); ya no se trata únicamente de no jurar en nombre de Dios (Ex 20:7, Dt 5:11), sino de no jurar en nombre de nada (Mt 5:33-37); no es sólo cuestión de no mentir contra el prójimo (Ex 20:16, Dt 5:20), sino de dar validez y veracidad plena a todas nuestras palabras (Mt 5:37); no se trata sólo de no robar (Ex 20:15, Dt 5:19), sino de no atesorar y, a cambio, confiar (Mt 6:25-34).
En definitiva, el comportamiento ético consiste en alcanzar la conciencia de que los demás son como yo: "Todo lo que deseéis que os hagan a los demás, hacedlo vosotros por ellos. Esa es la Ley y los profetas" (Mt 7:12). Estamos ante el mismo tipo de pauta que dio Confucio cuando fue interrogado sobre el significado de jên (bondad, benevolencia, humildad, compasión): "No hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan a vosotros." Tal es la Regla de Oro.
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