Llevo mucho, mucho tiempo queriendo traer la entrevista (ficticia) a Karen Armstrong, autora británica a la que admiro profundamente. Sus respuestas para esta entrevista están tomadas principalmente de la introducción de su libro En defensa de Dios. El sentido de la religión (2009), obra que considero fundamental para la época en la que estamos viviendo, porque se atreve a cuestionar todo el sistema existente, cómo hemos llegado hasta aquí y cuáles son los retos para el futuro. Espero que os guste
CÉSAR: Buenos días, señora Armstrong, y bienvenida a Centro Ultreia. Es un verdadero honor tenerla aquí. La primera pregunta es obligada. Usted ejerció de monja durante siete años, una experiencia que plasmó en su primer libro, Through the Narrow Gate, publicado en 1981. Desde entonces ha escrito más de veinte libros, entre ellos su última publicación, de este mismo año, El arte perdido de las escrituras. En 2017 recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, y se ha convertido en una de las autoras de referencia sobre la historia de las religiones y el diálogo ecuménico. Todo el mundo parece querer hablar de Dios, pero hay muchas versiones sobre Él. ¿Qué opina usted?
KAREN: Actualmente hablamos mucho de Dios, y lo que decimos es, con frecuencia, superficial. En nuestra sociedad democrática pensamos que el concepto de Dios debería ser simple y que la religión debe ser fácil y accesible a todos. Cuando escribí En defensa de Dios, los lectores me decían de manera reprobatoria "¡Ese libro es realmente difícil!", sacudiendo la cabeza en signo de reproche. Y yo les respondo que claro que lo es, después de todo trata de Dios. Pero a muchos, eso les parece desconcertante.
C: Una difícil. ¿Cómo definiría usted a Dios?
K: Todo el mundo sabe lo que es Dios: el Ser Supremo, una Personalidad divina que creó el mundo y todo lo que hay en él. Sin embargo, es inexacto llamar a Dios "Ser Supremo", porque Dios no es un ser en absoluto. Realmente, no sabemos lo que queremos decir cuando decimos que es "bueno", "sabio" o "inteligente". Las personas de fe saben en teoría que Dios es completamente trascendente, pero a veces parecen suponer que saben con exactitud quién es "él" y qué piensa, ama y espera.
C: Lo que plantea es muy interesante, porque implica que nos perdemos en debates absurdos sobre quién o qué es Dios y sus atributos, cuando lo más probable es que nuestra mente no sea capaz de conocer eso nunca. Y aún peor, que hay personas que arrogándose en ese supuesto conocimiento que tienen de Dios, se atreven a hablar en su nombre. Y unas veces para bien, pero la historia ha demostrado que también muchas veces para mal. ¿Usamos a menudo a Dios para nuestros propios fines?
K: Tenemos tendencia a querer dominar y domesticar la "alteridad" de Dios. Regularmente pedimos a Dios que bendiga nuestra nación, salve a nuestra reina, cure nuestra enfermedad o nos conceda un buen día para el fin de semana. Recordamos a Dios que él creó el mundo y que nosotros somos miserables pecadores, como si se le pudiese haber olvidado. Los políticos citan a Dios para justificar sus actitudes, los maestros lo utilizan para mantener el orden en las aulas y los terroristas cometen atrocidades en su nombre. Suplicamos a Dios que apoye a "nuestro" bando en unas elecciones o en una guerra, aunque cabe suponer que también nuestros adversarios son hijos de Dios y, por lo tanto, objeto de su amor y cuidado.
C: Parece que eso responde a una cierta empatía, algo que no abunda en estos tiempos. Considerar a todos los seres humanos, hombres y mujeres, como hijos de Dios, podría limar asperezas y quizá facilitar el diálogo. Pero mientras parece que hay personas que están dispuestas a apostar por este pensamiento, hay otras que no, que valoran un Dios exclusivo y excluyente. ¿Esto ha sido siempre así?
K: Existe la tendencia a pensar que, aunque nosotros vivamos ahora en un mundo completamente transformado con respecto al de otras épocas y tengamos una cosmovisión por completo distinta, la gente ha pensado siempre sobre Dios de la misma manera que nosotros. Pero, a pesar de nuestra brillantez científica y tecnológica, nuestro pensamiento religioso es, a veces, extraordinariamente subdesarrollado, incluso podríamos decir primitivo.
C: Hay quien vería eso como una ventaja, creyendo que así será más fácil desechar el pensamiento religioso por completo. Pero, aún con todo ese pensamiento científico y tecnológico, el pensamiento religioso sigue aportando a la humanidad muchísimas cosas. Lo único es que, quizá, es una manera distinta de concebir a Dios, ¿no?
K: En algunos aspectos, el Dios moderno se parece al Dios de lo Alto de la Antigüedad remota, una teología que fue unánimemente desechada o radicalmente reinterpretada porque se vio que no era válida. Muchas personas del mundo premoderno sabían que, en efecto, es difícil hablar de Dios.
C: Si resulta tan difícil hablar de Dios y aun así sentimos la necesidad de hacerlo, es lógico considerar que la existencia de la teología como disciplina que habla sobre Dios algo que resulta inherente en el ser humano. Sin embargo, si bien la concepción de Dios ha variado, también lo ha hecho la teología, ¿no es cierto? ¿Cómo se ha experimentado ese cambio?
K: Por supuesto, la teología es una disciplina muy prolija. Se ha escrito mucho y se ha hablado sin freno sobre Dios. Pero algunos de los más eminentes teólogos judíos, cristianos y musulmanes explicaron con claridad que, aunque era importante expresar en palabras nuestras ideas sobre lo divino, estas doctrinas eran producidas por seres humanos y, por lo tanto, debían ser necesariamente insuficientes. Concibieron prácticas espirituales que subvertían de forma deliberada los patrones normales del pensamiento y el discurso para ayudar a entender al fiel que las palabras que usamos para describir las cosas mundanas eran, simplemente inadecuadas para Dios. "Él" no es bueno, divino, poderoso o inteligente de ninguna manera que nosotros podamos comprender. Ni siquiera se puede decir que Dios "exista", porque nuestra concepción de la existencia es demasiado limitada. Algunos sabios prefirieron decir que Dios era "Nada", porque Dios no es otro ser. Por supuesto, no se pueden leer de forma literal las Escrituras, como si se refiriesen a hechos divinos. A estos teólogos, algunas de nuestras ideas modernas sobre Dios les habrían parecido idólatras.
C: Respecto a lo que acaba de decir de leer los textos de forma literal, ¿podría la simbología haber tenido más protagonismo en la forma premoderna de relacionarse con Dios?
K: No fueron solo unos pocos teólogos radicales los que siguieron ese camino. El simbolismo llegaba de forma más natural a la gente en el mundo premoderno de lo que nos llega a nosotros en la actualidad. En la Europa medieval, por ejemplo, se enseñaba a los cristianos a ver la misa como una nueva reactualización simbólica de la vida, muerte y resurrección de Jesús. El hecho de que no pudieran seguir el latín incrementaba su dimensión mística. El sacerdote recitaba gran parte de la misa en voz baja, y el silencio solemne y el drama litúrgico, con su música y sus gestos estilizados, introducía a la comunidad en un "espacio" mental separado de la vida ordinaria.
C: Y supongo que podemos decir que ocurría lo mismo en la relación del fiel con las Escrituras.
K: Actualmente son muchos los que pueden poseer una copia de la Biblia o del Corán y la preparación necesaria para leerlos, pero, en el pasado, la mayoría de los fieles tenían una relación enteramente distinta con sus Escrituras. Las escuchaban, las recitaban de manera gradual, a menudo en una lengua extranjera y siempre en un contexto litúrgico intensificado. Los predicadores les instruían para que no entendieran esos textos de manera puramente literal, y proponían interpretaciones figurativas.
C: Antes ha mencionado el simbolismo medieval que se establecía en torno a la misa y su vínculo con la actualización de la vida, muerte y resurrección de Cristo. ¿Podría poner otro ejemplo?
K: En los "misterios", que se representaban cada año en la fiesta del Corpus Christi, los hombres y mujeres medievales se sentían libres para cambiar los relatos bíblicos, añadir personajes nuevos y trasladarlos a un escenario contemporáneo. Esos relatos no eran históricos en el sentido en que nosotros lo entendemos, porque eran más que historia.
C: Me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que sean precisamente relatos, relatos simbólicos que hay que estar actualizando y reinterpretando constantemente, aunque siempre conociendo los originales. Ese relato, que es mythos, se mantiene en diálogo con sus interpretaciones, que serían el logos. ¿Podría hablarnos un poco de ese diálogo, más que conflicto, entre el mito y el logos?
K: En la mayoría de las culturas premodernas existían esas dos maneras de pensar, hablar y adquirir conocimiento que los griegos llamaron mythos y logos. Ambas eran esenciales y no se consideraba que ninguna de ellas fuera superior a la otra; no estaban en conflicto, sino que eran complementarias. Cada una tenía su esfera propia de competencia, y se consideraba imprudente mezclarlas. Logos, "razón" era el modo de pensamiento pragmático que permitía a la gente funcionar en el mundo. Por consiguiente, tenía que corresponderse de forma precisa con la realidad externa. Siempre se ha necesitado el logos para fabricar un arma eficaz, organizar las sociedades o planificar una expedición. El logos miraba siempre hacia delante, continuamente al acecho de nuevas formas de controlar el entorno, mejorar las ideas antiguas o inventar algo nuevo. El logos fue esencial para la supervivencia de nuestra especie. Pero tenía sus limitaciones: no podía aliviar el dolor humano ni desvelar el sentido último de las luchas de la vida.
C: Y para hacer esas cosas la gente se volvía al mythos, al mito.
K: Actualmente vivimos en una sociedad del logos científico, y el mito ha quedado desprestigiado. De hecho, en el habla común, un "mito" es algo que no es cierto. Pero, en el pasado, el mito no era una fantasía autocomplaciente; más bien, como el logos, ayudaba a la gente a vivir de manera creativa en nuestro desconcertante mundo, aunque de un modo diferente. Los mitos pueden haber contado historias sobre los dioses, pero, en realidad, se centraban en los aspectos más esquivos, desconcertantes y trágicos de la difícil situación humana que caen fuera del alcance del logos. Se ha dicho del mito que es una forma primitiva de psicología. Si un mito describía a los héroes deslizándose por laberintos, descendiendo al mundo inferior o luchando con monstruos, no se pensaba que se tratara de una historia basada en hechos reales. Estaban concebidos para ayudar a las personas a moverse por las regiones oscuras de la psique. De hecho, cuando Freud y Jung empezaron a realizar su búsqueda científica del alma, se volvieron de manera instintiva hacia estos mitos. Pero nunca se pensó en el mito como un relato preciso de un acontecimiento histórico; se consideraba más bien que era algo que, en cierto sentido, había sucedido alguna vez, pero que sucedía también continuamente.
C: Me recuerda a la frase de Salustio de Emesa respecto a los mitos, cuando decía que "estas cosas no ocurrieron jamás, pero son siempre." Quisiera profundizar un poco más sobre el mito, ya para terminar. A menudo me he encontrado a personas que critican duramente a la religión porque la ven como un sistema de control que se basa en "creer", de forma literal, en esos mitos. Es decir, que para estas personas, los seguidores de cualquier religión son una panda de crédulos, que no creyentes. Me gustaría que nos hablara, ya para terminar, sobre el papel auténtico del mito.
K: El mito no sería eficaz si los seres humanos se limitasen a "creer" en él. El mito era sobre todo un programa de acción. Podía ponerle a uno en la postura psicológica o espiritual correcta, pero le correspondía a cada cual dar el paso siguiente y hacer que la "verdad" del mito fuese una realidad en su propia vida. La única manera de evaluar la verdad y el valor de cualquier mito era actuar sobre él. El mito del héroe, por ejemplo, que asume la misma forma en casi todas las tradiciones culturales, enseñaba a desbloquear el potencial heroico que hay en cada individuo. Más tarde, los relatos sobre figuras históricas como el Buda, Jesús o Muhammad se ajustaron a este paradigma, a fin de que sus seguidores pudieran imitarles. Puesto en práctica, el mito podía decirnos algo profundamente verdadero acerca de nuestra humanidad. Nos mostraba cómo vivir de manera más fecunda e intensa, cómo hacer frente a nuestra mortalidad y cómo soportar el sufrimiento del que la carne es heredera. Pero si no logramos aplicarlo a nuestra situación, el mito se mantendrá como algo abstracto e increíble.
C: Y aquí es donde entra el juego el ritual, claro. Byung-Chul Han, el filósofo de moda, ha hablado en varias ocasiones de la necesidad de recuperar los rituales. ¿Qué relación había entre mito y ritual?
K: Desde fechas muy remotas, los seres humanos reactualizaban repetidas veces sus mitos en ceremonias que representaban esquemáticamente esos acontecimientos, que actuaban estéticamente sobre los participantes y que, como cualquier obra de arte, los introducía en una dimensión más profunda de la existencia. De este modo, mito y ritual eran inseparables, hasta el punto de que con frecuencia es tema de discusión erudita cuál de los dos apareció primero: el relato mítico o los ritos vinculados a él. Sin ritual, los mitos no tendrían ningún sentido y permanecerían tan opacos como una partitura musical, que es impenetrable para casi todos hasta que se interpreta de forma instrumental.
C: Pues muchísimas gracias, señora Armstrong, por habernos acompañado hoy y haber compartido su sabiduría con nosotros. Nos gustaría volver a contar con usted en un futuro próximo para que nos siguiera hablando sobre todos estos temas, tan necesarios hoy en día. Y a todos ustedes, nos despedimos por hoy. Espero que les haya gustado y confío verles de nuevo pronto. Ultreia!
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