a petición de Palmira Pozuelo
Hace un par de días me decía mi padre, que tiene que seguir yendo a trabajar, que se le estaban pelando las manos de tanto lavárselas y frotárselas con jabón. Pero una noche como hoy, aparte de las manos, hay que lavarse también los pies. O al menos, eso es lo que hicieron Yeshúa ben Yósef y sus compañeros cuando se disponían a celebrar el Séder ("orden", "colocación") de Pésaj. Ayer publiqué en Twitter un hilo sobre la prohibición de comer cerdo entre los judíos y musulmanes (que podéis leer aquí), así que hoy vamos a hablar de la bonita costumbre de lavarse los pies. En efecto, uno de los pasajes más famosos del relato evangélico es el lavatorio de los pies, que en realidad sólo aparece en Juan (13:1-20). A pesar de eso, el arte ha dado numerosa iconografía para este momento. Vamos a analizar en esta ocasión de dónde viene la costumbre de lavarse los pies, primero acudiendo al relato:
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis."
Hay varias cuestiones interesantes que comentar aquí. Primero, el lavatorio de pies está situado durante la cena, aunque la tradición pictórica lo ha representado siempre como el momento anterior a la cena. Cuando termina de lavar los pies a los apóstoles (diálogo con Pedro incluido), explica el por qué de su acto: porque Jesús es Maestro y Señor. Esta última palabra, en hebreo Adonai, es la que los judíos pronuncian cada vez que se encuentran en el texto sagrado con el nombre YHWH. Lo que nosotros traducimos por Yahvé o Jehová no es sino un error de transcripción: el nombre de Dios es sagrado, así que se sustituye por un "Señor". Es decir, en esa frase, Jesús se identifica plenamente con Dios: cuando se redacta este evangelio, en torno al año 90, la cristología está ya muy desarrollada, y desde el principio el autor de Juan presenta a Jesús como el logos, la Palabra de Dios hecha carne que existe desde siempre y para siempre. Se trata de un evangelio de marcado carácter místico. Ni en Mateo, ni mucho menos en Marcos (el evangelio más antiguo) ni en Lucas el personaje de Jesús ofrece una afirmación tan rotunda sobre su naturaleza. Pero claro, el propósito de Juan en este pasaje necesita presentar a Jesús como Maestro y Dios, y es la interpretación tradicional: un ejemplo de humildad y servicio a los demás. Además, sirve para enseñar a quienes le escuchan que "el siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió." Es decir, Juan está haciendo un paralelismo entre Jesús y Dios, presentándoles como iguales, lo que daría paso a la tradición posterior sobre el Espíritu Santo.
Pero claro, esto es en un contexto en el que Jesús ya está plenamente asociado con Dios. ¿Qué pasa si le consideramos un mero hombre, aunque sea rabí, líder del grupo, y por lo tanto en un estado jerárquico superior al resto? Pues simplemente está cumpliendo una costumbre muy extendida en Oriente Próximo en la antigüedad. Aunque el establecimiento del lavatorio de pies como ceremonia ritual asociada al Jueves Santo ocurrió en el Concilio de Toledo del 694, y que antes de ello San Agustín (354-430) ya lo había asociado con el bautismo pascual, la primera vez que aparece la mención al lavado de pies en un contexto netamente cristiano es, en este evangelio (c. 90) y en 1 Timoteo (c. 90-100), una de las cartas que seguramente escribió la comunidad paulina de segunda, o mejor, de tercera generación; siguiendo el pensamiento de su maestro Pablo de Tarso. En esta carta leemos que en la Iglesia primitiva era costumbre lavar los pies a otros cristianos como ejercicio de humildad. En el pasaje dedicado a las instrucciones de cómo comportarse con los demás, cuando se trata de honrar a las viudas (salvo excepciones) que aparece recogido en 1 Timoteo 5, podemos leer que debe proveerse de todo a la viuda "que tenga testimonios de buenas obras, si ha criado hijos, si ha practicado la hospitalidad, si ha lavado los pies de los santos, si ha socorrido a los afligidos, si ha practicado toda buena obra." Es decir, que lavar los pies a otros cristianos era algo habitual.
Pero ¿era una práctica que instauró la Iglesia primitiva? Como era de esperar, en absoluto. Siglos antes de la aparición del cristianismo, el lavatorio de pies era una práctica habitual, con la que se daba la bienvenida y se mostraba hospitalidad al extranjero. En los países de Oriente Próximo, esta acción se acostumbraba a realizar antes de una comida, pues las gentes solían llevar sandalias para viajar por los caminos secos y polvorientos de aquellos paisajes desérticos. Así, en un hogar humilde, el anfitrión ponía un recipiente con agua a disposición del visitante, y éste se lavaba los pies. Así ocurría ya en tiempos de Abraham, que se suele fechar en torno al siglo XIX a.C. Tal es el caso del relato del Génesis 18, en el que Abraham está sentado delante de su tienda cuando ve a tres hombres cerca de donde él estaba. Se acerca corriendo a ellos e, inclinándose ante ellos, les dice: "Señores, estoy para servirles. Si creen que merezco su visita, no se vayan. Quédense aquí un rato. Voy a ordenar que traigan un poco de agua, para que se laven los pies y puedan descansar bajo este árbol. Voy a traerles también un poco de pan, para que recobren las fuerzas y puedan seguir su camino. ¡Ésta es su casa, y estoy para servirles!" Estos hombres, ángeles (de los que hablamos también aquí) serán los que le anuncien el nacimiento de Isaac. La práctica de lavarse los pies también se encuentra en el Período Pre-dinástico de Israel, tal y como se recoge en Jueces 19:21, en el episodio del levita y su concubina, cuando dice que un hombre anciano de la Tribu de Benjamín y habitante de Gabaa "los trajo a su casa, y dio de comer a sus asnos; y se lavaron los pies, y comieron y bebieron". En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada, utilizaba a sus esclavos para que les lavaran los pies a sus visitantes, pues se consideraba una tarea servil. Cuando el rey David le pide a Abigaíl que fuese una de sus mujeres tras la muerte del esposo de ésta, ella acepta y muestra su disposición diciendo: "Aquí está tu esclava como sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor", según se relata en 1 Samuel 25:40-42. Hasta aquí vemos que la práctica estaba bien extendida entre las gentes, humildes o notables.
Por lo que hemos visto hasta ahora, una de dos: o los visitantes se lavaban los pies ellos mismos o eran esclavos los que se encargaban de hacerlo. Sin embargo, tampoco eran las únicas posibilidades: el anfitrión también podía lavarle los pies a los invitados, y esto constituía una especial demostración de humildad por su parte y de afecto hacia la otra persona. Pero no solo se lavaban los pies a un invitado como muestra de hospitalidad, sino que también era costumbre que cada persona se lavara los pies antes de acostarse, tal y como aparece en el Cantar de los Cantares 5:3, cuando el amado llama a la amada de noche, y ella dice "Me he desnudado de mi ropa, ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies, ¿cómo me los he de ensuciar?".
Conviene tener en cuenta que hay dos tipos de lavatorio de pies en el Tanaj: el lavatorio tradicional y el lavatorio ceremonial. El primer caso es el que encontramos en Génesis 18:4, en el contexto que hemos leído antes de Abraham y los ángeles ("que se traiga un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos bajo un árbol"); pero también en 19:2 (cuando Lot se ofrece acoger a los dos ángeles en su casa de Sodoma), en 24:32 (cuando el criado de Abraham va en busca de esposa para Isaac y es recibido en casa de Labán) y en 43:24 (cuando José recibe a sus hermanos, junto con Benjamín, en su casa de Egipto); o también en 2 Samuel 11:8, cuando el rey David le encarga a su general Urías "desciende a tu casa y lava tus pies" para que pase tiempo con su esposa Betsabé y así encubrir el embarazo de ella, fruto del adulterio de ambos. Como vemos, esta costumbre estaba muy extendida y era bien conocida en los tiempos de Jesús, como es evidente por la reprimenda que le hace al fariseo Simón: "¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies, mas esta ha regado mis pies con lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies." (Lucas 7:44). Tales eran las tres expresiones de hospitalidad que podía ofrecer un anfitrión a su invitado, pero Simón no tuvo en cuenta ninguna.
Por otra parte tenemos el lavatorio ceremonial, en este caso de pies y manos, del cual encontramos ejemplos en Éxodo 30:17-21 (donde YHWH le dice a Moisés que hagan una fuente de bronce donde los sacerdotes deben lavarse manos y pies "para que no mueran") o un poco más tarde, en 40:30-31, cuando Moisés colocó dicha fuente entre el tabernáculo y el altar, y él y Aarón y sus hijos "lavaban en ella sus manos y pies". En el primer caso, YHWH otorga a Moisés una serie de instrucciones específicas que tienen que ver con el cumplimiento de la Ley en lo que refiere al Arca. El segundo caso es la observancia de estas instrucciones, que ha quedado reflejado en las fuentes que hay actualmente frente al Kotel, el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Esto quiere decir que a los sacerdotes levitas se les exigía que se lavaron las manos y los pies antes de entrar en el tabernáculo u oficiar ante el altar.
En resumen, y con esto ya termino, la noche antes de morir, Jesús lavó los pies de sus apóstoles con el fin de enseñarles una lección y dejarles un “modelo”, pero no tenía la intención de instituir una nueva ceremonia. Los apóstoles habían discutido entre sí en cuanto a quién de ellos era el más importante entre ellos y más tarde, esa misma noche, después de que Jesús les lavó los pies, tuvieron otra acalorada discusión sobre quién parecía ser el mayor, tal y como relata Lucas en 22:24-27. Jesús les bajó a todos los humos, enseñándoles como buen rabí que mientras los reyes se enseñoreaban en sus reinos, entre los apóstoles el mayor debía ser como el más joven, y "el que dirige, como el que sirve." Jesús sirvió a sus apóstoles lavándoles los pies, algo que puede resultar extraño y novedoso visto lo visto hasta ahora. Pero aquella noche de Pésaj, Jesús y sus discípulos estaban en una habitación que habían conseguido para la celebración del Séder, y no como invitados en la casa de ninguna otra persona, por lo que no había servidumbre alguna que les hubiera lavado los pies. Y lo más importante: ninguno de los apóstoles se ofreció a realizar esta tarea servil, sino todo lo contrario, discutieron sobre quién de entre ellos era el mayor y, por tanto, tenía derecho a dirigir a los demás en nombre de Jesús. Y es así que, en el transcurso de la comida, Jesús se levantó, puso a un lado su prenda exterior de vestir y, ciñéndose una toalla, llenó de agua una palangana y les lavó los pies a todos. Así demostró que cada uno debe servir a los demás con un espíritu humilde y buscar maneras prácticas de demostrar su amor a otros, haciendo cosas que les supongan un beneficio que contribuya a su bienestar. Y, como hemos visto en 1 Timoteo, los anfitriones cristianos de los primeros tiempos así lo exhortaban a sus comunidades.
Aunque la literatura neotestamentaria no indica en ningún momento que la acción de lavar los pies a otros sea una ceremonia preceptiva, el ejemplo de Jesús en Juan 13 es un recordatorio a los cristianos de que deben servir amorosamente a sus hermanos aun en cosas pequeñas y también realizando a favor de ellos tareas humildes. Y tal ejemplo fue el suyo que, como comentábamos antes, San Agustín lo comparó a un bautismo pascual y el Concilio de Toledo del año 697 hizo que, a partir de entonces, los obispos de la Iglesia romana (e incluso algunos dirigentes políticos) lavaran los pies de doce pobres el día de Jueves Santo y les sirvieran una cena. En la Iglesia anglicana, aunque antiguamente los reyes hacían lo mismo, con el tiempo sustituyeron esta práctica por la de dar limosna a tantos pobres como años tenga el monarca.
De esta manera, Jesús se presentó en humillación y servicio a los demás. Así lo presentó Pablo de Tarso (y de ahí lo tomaron los evangelistas) entre los años 54-61 en su Epístola a los Filipenses 2:7-8, donde dice que Jesús "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz."
Confío en que paséis un feliz Jueves Santo. Muchas gracias por acompañarme hoy, volveremos a vernos pronto por aquí. Confío en que vosotr@s y los vuestros que sigáis bien. Gracias por leer, Ultreia!
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